lunes, 31 de agosto de 2015

Sin remitente (2º parte)

Es un lunes. La luz del sol no entra por la ventana y la brisa del viento no se cuela por la puerta. Hay catorce cartas sin remitente guardadas en un cajón, y Laureen siente que en cierto modo, su ilusión y su entusiasmo también se han quedado encerrados en ese cajón, sin ninguna oportunidad de poder salir. No puede expresar cómo se lo ha tomado por el simple hecho de que no se lo ha tomado de ninguna manera. Sigue dudando entre alegrarse o entristecerse. Le resulta todo demasiado extraño y entonces siente que ni es un pájaro, ni mucho menos está cantando ninguna melodía. ¿Qué será lo siguiente? ¿Recibirá más cartas? ¿Todo acabará ahí sin más? Lo único que no puede dejar de hacer es pensar en tantas preguntas que no tienen respuestas. Daniel. Es lo único que recuerda. Y si tuviera que arriesgar, arriesgaría diciendo que está segura de que es él. Antes no le preocupaban las cartas, antes sólo vivía al margen de la vida, siguiendo la línea que había bajo sus pies, fuese quien fuese quien la pintara. Nunca decidió salir de la línea y seguir otra que pintara ella misma, o simplemente no seguir ninguna y arriesgar. Nunca lo hizo. Pero ahora es diferente. Ahora siente que esa línea se ha borrado y que le toca afrontar un nuevo camino siendo todo lo valiente que nunca supo ser. Es el verdadero sentido de la vida y el que nunca se ha atrevido a aceptar. Pero vuelve a pensarlo, nunca es tarde. Se preparará para lo que tenga que pasar, y desea que Daniel la encuentre, por encima de todas las cosas, porque aunque le parezca una locura, cree que a los ocho años ya sentían el amor de una forma distinta, y ahora después de tantos años, quiere descubrir de qué forma era. Y quiere sentir con él el amor de todas las maneras humanamente posibles.

Baja a recoger el correo, y por primera vez en tres meses, no tiene miedo de lo que se vaya a encontrar, dibuja una línea bajo sus pies con sus propias manos y la sigue con paso firme. Mira al frente y piensa que sea lo que sea lo que se encuentre, será lo correcto. Porque el destino siempre hace lo correcto. Aunque a veces duela. Pero no encuentra ninguna carta. Ni siquiera un trozo de papel roto y en blanco. Ni si quiera una mota de polvo. No encuentra nada. Esta vez ha hablado el destino, no su corazón. Es lunes y no hay más cartas. Quizás todo se haya acabado. Quizás su más escondida sospecha de que todo ha sido sólo un sueño, sea cierta.

Pero cuando vuelve a mirar las cartas, cuando ve los dibujos, y cuando lee las palabras de la última, sabe que no ha sido ningún sueño. Alguien se las mandó. Alguien de verdad lo hizo. Y hay una razón, por remota que sea, tiene que haberla.

Pasan otros tres meses, y sigue sin aparecer ninguna otra. Empieza a pensar que sólo era una tontería, o tal vez una especie de juego, e intenta convencerse de que lo mejor es olvidarlo.

Pasan cuatro meses, pasan seis, siete, y hasta ocho. Nada. Y nada puede convertirse en todo cuando es lo esencial para ti. No logra convencerse de que lo mejor es olvidarlo. Faltan tres días para su cumpleaños. Y se lo toma como un reto. Tiene tres días para intentar comunicarse con Daniel. No es la más brillante de las ideas, pero por lo menos se atreve a hacerlo. Algo es mejor que nada. Coge el bolígrafo negro que le regaló su padre cuando empezó la carrera, coge un folio de su mesa de estudio, y empieza a escribir. En este caso, lo que no hay, es destinatario. Escribe todo lo que le gustaría volver a encontrarse con Daniel, y le pide, si es que lee la carta, que por favor la busque. Él es el único que tiene una dirección para poder hacerlo.

Es un lunes. Es el día de su cumpleaños. La luz del sol la felicita y el viento le regala una brisa muy agradable. Toma una decisión. Deja la carta en su mismo buzón, porque no tiene otro sitio donde dejarla para que él la encuentre. Sabe que es una locura y casi improbable, pero lo hace. La deja, se da la vuelta, y se dispone a volver a entrar en su casa. Pero cuando intenta andar, se da cuenta de que esta vez no hay ninguna línea bajo sus pies. Ni siquiera la que ella misma dibujó. Levanta la vista y contempla su casa. Pasan tres minutos y sigue de pie, sin ninguna línea que seguir, y contemplando que su casa no puede cambiar en tres minutos. Entonces de repente lo escucha. Escucha su buzón cerrándose. Se da la vuelta y ve que hay alguien al lado, leyendo una carta, que sorprendentemente es la que ella acababa de dejar.

Entonces se da cuenta de que sí había una línea dibujada bajo sus pies, sólo que no en la dirección que ella creía. La sigue y se da de bruces con unos ojos más negros que la mismísima oscuridad, y ya no tiene la necesidad de preguntarle si su nombre es Daniel. Porque ya sabe que la respuesta es sí, sólo el beso que se dan dos segundos más tarde, puede confirmárselo. Sólo la línea que él mismo ha dibujado en dirección a sus labios, puede asegurarle que hubiera cogido el camino que hubiera cogido, al final él siempre sería el destino.

domingo, 30 de agosto de 2015

Sin remitente (1º parte)

Es un lunes. La luz del sol entra por la ventana. La brisa del viento se cuela por la puerta. Fuera los pájaros cantan y los niños ríen. Dentro sólo se oye un mero eco de ésto. El olor a café inunda cada resquicio de la casa, y el atonador sonido de la alarma del reloj, indica que son las once de la mañana. Se levanta y un aire cálido choca con su cara. El cuadro que pintó su madre sigue en la misma pared y la ropa no se ha movido de los cajones. El agua de la ducha sale caliente, su pelo sigue teniendo su tono oscuro de siempre y sus ojos siguen siendo marrones. Su marca de nacimiento sigue ocupando la zona de su muñeca. Nada le dice a Laureen que algo en esa mañana esté fuera de lo común. Nada excepto la carta sin remitente que se encuentra en el buzón cuando sale al jardín para recoger el correo. Todo lo demás es propaganda y alguna que otra revista, lo tira todo a la basura y se queda con la carta en la mano. Por alguna razón que se desconoce, no le da demasiada importancia y decide guardarla en un cajón, para abrirla más tarde. A los minutos empieza con su rutina, desayuna, coge el coche, el cual sigue haciendo el mismo ruido de siempre al arrancarlo, y se va al trabajo. Allí parece que todo sí sigue igual que siempre, a excepción del aire acondicionado, que esta mañana está un poco más alto. Se sienta y empieza a revisar papeles, pronto se da cuenta de que ha pasado demasiadas horas de su vida en esa oficina, rodeada de empresarios y papeles por rellenar. Es entonces cuando echa marcha atrás y se sitúa en el día cuando aún era una niña. Siente cierta nostalgia por todos los muñecos de nieve sin terminar y todas las muñecas que se quedaron a medio vestir. Después se sitúa en su adolescencia, y se da las gracias a sí misma por no haber perdido el rumbo de su vida como casi todos los demás adolescentes. Se siente orgullosa porque su vida nunca fue dominada por el alcohol ni por el tabaco. Y se alegra de que siguiera estudiando, porque gracias a eso hoy puede estar cada mañana en la oficina, que aunque no sea el mejor lugar del mundo, es lo que le da casa y comida. Es extraño que se pare a pensar en todo ello, pero lo cierto es que lo ha hecho, y ahora rellena los papeles con un poco más de entusiasmo.

Nunca pensó en eso de casarse y tener hijos, y aunque tenga ya veintiún años sigue sin hacerlo. Se limita a trabajar y salir con sus amigos, y en su tiempo libre, canta. Decía que ella y su padre eran como dos pájaros uno al lado del otro cantando distintas melodías. Lo curioso es que empezó a cantar cuando su hermano murió en un accidente de coche. Pensaba que su voz subía hasta el cielo y él la escuchaba. Le dedicaba canciones y ese era su modo de comunicarse con él. Maldice al destino por haberle robado al único hermano que tenía, pero también le agradece que mantenga con vida a sus padres. Lo demás, sólo ella lo sabe.

Sale del trabajo y va a su casa, ve el cajón donde está la carta y lo abre. Se queda mirándola, pensando que tal vez se han equivocado al mandarla, o que quizás esté en blanco. No la abre pero no sabe si es por miedo, o porque realmente no le importa su contenido. La vuelve a guardar y cierra el cajón. Pasa una semana y se olvida de la carta, ni siquiera recuerda que la haya guardado en el cajón. Vuelve a salir al jardín para recoger el correo. Una carta de su madre, tres revistas, dos propagandas de unos restaurantes, y... Una carta sin remitente. Es un lunes. Pero a diferencia del lunes pasado, hoy el sol no se ve, unas oscuras nubes lo tapan, y pronto empieza a llover. Vuelve a abrir el cajón y guarda la carta. Se va al trabajo.

Y extrañamente, pasa otra semana sin leer las cartas, vuelve a ser lunes, y vuelve a recibir otra más. Y vuelve a guardarla en el cajón sin leerla. Es algo incoherente pero, en tres meses, ya tiene catorce cartas acumuladas en el cajón, todas ellas con fecha en un lunes, y todas ellas sin leer.

Curiosamente, un miércoles, vuelve a echar marcha atrás y vuelve a recordar cosas de su pasado, cada momento que pasó en esa casa junto a sus padres. Cada risa, cada llanto. Cada motivo para despertarse cada mañana. Se arrepiente de todo lo que nunca hizo. Y entonces piensa que debería ser un poco más valiente, y arriesgar más en su vida. Mira un cuadro con una foto de su familia que hay en su mesita de noche, y entonces lo ve. Debajo está el cajón. ¿Por qué no? Lo abre, saca las cartas, y las abre por orden. Nunca es tarde para empezar. Saca la primera de su sobre, y mira su contenido. No sabe si sonreír o preocuparse. Porque no son palabras lo que hay en la carta. Es un dibujo. Todas las cartas son dibujos; una niña de espaldas, una flor, un niño sonriendo, una mariposa, un campo, una casa, unos dedos entrelazados, una maleta, una carretera, un reloj, una nube que anuncia lluvia, un mapa, y extrañamente, un hombre escribiendo una carta. Trece dibujos en trece cartas. No entiende qué relación pueden tener los dibujos, y mucho menos qué tienen que ver con ella, pero cae en la cuenta de que le falta una carta por abrir, la abre pero para su sorpresa, en esta no hay ningún dibujo, hay palabras, que dicen: "Estabas de espaldas, te llevé una flor, me hiciste sonreír cuando señalaste a una mariposa que volaba en un campo. Viniste a mi casa, prometimos no olvidarnos nunca, hice la maleta y me viste marchar. Te he estado esperado todo este tiempo, entre lágrimas por no saber cómo eres ahora. He decidido buscarte, escribiendo estas cartas. Sólo quiero que me recuerdes".

No recuerda mucho de eso, pero cree recordar que su nombre es Daniel. Vagamente le viene a la mente el recuerdo de unos ojos negros y una sonrisa tan hermosa que le produce verdadera ternura. El corazón le pide a gritos reunirse con él, pero... ¿Cómo lo va a hacer si no tiene su dirección? Empieza a dudar de todo, porque es muy extraño que le mande dibujos en cartas sin remitente cada lunes en vez de mandarle una normal y corriente. No sabe por qué lo ha hecho así, y ahora sí empieza a tener miedo de verdad, porque el niño que una vez fue su amigo, hoy es un hombre desconocido que le manda cartas misteriosas.

viernes, 14 de agosto de 2015

Gracias a ti

He de decir que realmente llegaste a mi vida como si ya supieras que ibas a formar parte de ella, y he de decir, que yo, no sabía que te llegarías a convertir en ella. También he de decir que pude haber salido huyendo, pero es cierto que del amor no se puede huir. Al final me alcanzó, me alcanzaste, y caí, como una tonta, o tal vez como una ingenua. La verdad es que debí haber sido un poco más inteligente y precavida, pero me cegué queriendo, rechazando la oportunidad de ver quién eras en realidad y cuáles eran tus verdaderas intenciones. No pude evitarlo, tú no me dejaste escapar, y al final, me enamoré de ti hasta lo más hondo, hasta ese sitio donde ni siquiera yo misma jamás había podido llegar. Tengo que admitir que por las mañanas, tú eras mi mejor desayuno, reemplazando a las tostadas con café. Tengo que admitir que eras mejor que la Coca-Cola para eso de quitarme el sueño por las noches. Y tengo que confesar, que mi mejor pasatiempo era mirar tus fotos e imaginar una vida juntos que sin embargo, sabía que nunca existiría. Me llegaste a volver tan loca, que te puse por delante de todo, por delante de todos, y me permití hacer daño a muchas personas por estar contigo, personas que sí me querían de verdad, a diferencia de ti. Por ti hice cosas que jamás pensé que haría por nadie. Llegué a sentirme realmente tuya. Te llegué a sentir realmente mío. Llegué a sentir ese vínculo perfecto, pero nada más sentirlo, se esfumó para no volver jamás.

Hoy le doy gracias al destino por haberme separado de ti, porque he encontrado la verdadera felicidad, y no precisamente a tu lado. Te doy las gracias a ti por echarme de tu vida, porque me has dado la oportunidad de entrar en la vida de alguien mucho mejor, mucho más hombre que tú. Ahora sé que realmente lo bueno se hace esperar, y que vale la pena esperar por lo que vale la pena tener. He sido capaz de superar mis propios miedos y de seguir adelante con un amor que me mataba por dentro, y gracias a todas esas veces que me hiciste llorar, y que me hiciste sentir lo peor del mundo, ese amor me fue dejando en paz, hasta que se olvidó de mí. Gracias a todo lo que me hiciste, empecé desde cero, empecé rota, y destruida por dentro, y la mejor parte fue cuando me abrazaron tan fuerte que todas mis partes rotas se unieron de nuevo, llevándome otra vez al punto más alto de la ilusión, al igual que hiciste tú, pero esta vez no para luego desilusionarme, esta vez, para mantenerme ahí. Por eso te estaré eternamente agradecida, porque gracias a ti, y sólo a ti, he descubierto que a lo mejor no soy bonita, pero sí soy lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de lo que valgo.