miércoles, 13 de abril de 2016

Abismo

Hoy he conocido el dolor. Hoy he sentido la daga clavada en el centro de mi pecho, he notado las constantes punzadas en mi corazón. Hoy he sabido qué significa estar al borde del abismo. Lo he visto con mis ojos, lo he tocado con mis manos y he llorado sobre él. He pagado mis frustraciones con mi inocente persona y he querido hacer terminar allí los pocos rastros de mi vida, las borrosas huellas que mis débiles pies han ido dejando en la arena del desierto de tu cobardía.

Posteriormente mi cuerpo tembló. Llegué a creer que ese era mi destino final. Estaba comprendiendo el sentido de nada y el sentido del todo, al mismo tiempo, mientras recordaba cómo empezó esa cruel mentira. Sucios juegos que me acompañaban, que me incitaban a jugar con mi mano más potente, dejarte tirar los dados más grandes, rayar el tablero de juego con la energía de mi alma, sólo porque tú eras mi contrincante, sólo porque estaba predicho que ganaríamos los dos.

Qué inocente que era en aquellos tiempos, cuando ganar no era mi meta, cuando sólo pensaba en el ardor de tus besos, en tus manos suaves acariciando mi torso en las noches más oscuras. Qué inocente, que fui, pensando que en ti había encontrado una sóla razón más por la que seguir viviendo. Qué estúpida fui, en aquel tiempo cuando sólo vivía por y para ti. Qué triste todo, qué triste historia. Qué feo eso de jugar con alguien, qué feo eso de servir de pañuelo y sentirte como una colilla usada. 

Mis pensamientos se desvanecían en el vacío camuflados en las gotas de agua de la lluvia, que en ese instante caía sin cesar, arrastrando con ella todos los resquicios de algo oculto que allí pudiese haber.
Fue entonces cuando me sentí liberada, sólo abrir mis brazos y sentir el aire a mi alrededor. El roce del viento, el suelo bajo mis zapatos. Dije, sigo viva. ¿Y él dónde está? Con él se lo llevó el destino, junto a otras personas diferentes, en distintos lugares, quién sabe dónde. ¿Qué mas da? Este es el mundo, y esta es mi vida, dije abriendo mis ojos. Yo lo vi claro, a lo lejos, pero brillando. Mi destino estaba allí, y debía mantener la esperanza de que algún día lo alcanzaría.

Vamos, Lucía, cariño, el camino no acaba aquí, me decía mi mente. Ahí me di la vuelta y encontré el camino de regreso, a mi vida de siempre. Abandoné el triste abismo, ese que ya no me sigue, que ya cierra sus ojos y no me sigue con su fría mirada.

Debo resistir, yo quiero ser fuerte. Voy a valorarme, y voy a ser feliz. A tan sólo tres segundos de cambiarlo todo, de preparar mis dedos para pasar una fina página que apenas ha significado nada en el libro de mi vida. Ahí van mis manos, ahí van mis brazos, me lanzo sin más al destino. Voy hacia allí, me siento feliz, no sé qué me está pasando, estoy comprendiendo tantas cosas. Nunca me había sentido así. ¿Cuál es el origen de esta inmensa felicidad que abunda mi alma? Tengo mil años para retroceder en el tiempo y cambiar los enredos de mi historia, darme una segunda oportunidad, borrar el final y dejarlo en blanco. O tal vez escribir un nuevo libro.

Voy más fuerte que nunca, te alcanzo velozmente, te supero rápidamente. Jamás podrás ponerte a mi altura. Ciertamente he renacido. Ahora ya nos parecemos, porque ambos compartimos los valores de la astucia y la predisposición. La única diferencia es que yo conservo el corazón salvo de heridas. La gran diferencia es que yo cargo mis cicatrices como si fuesen medallas. Siempre fui más buena que tú, siempre aspiré a ser mejor, y ese es el motivo que realmente nos separó.

Quiero volar, estoy volando. ¿Quién me hizo sufrir? No lo recuerdo. ¿Quién me hizo llorar? Estoy sonriendo. ¿Quién fue él? Ahora ya no me importa. Y decirlo así es elegancia.
Mi tiempo empieza en tres, dos, uno...

Es mi turno; yo lanzo los dados ahora.