lunes, 12 de septiembre de 2016

Aquel viejo reloj

Probablemente el verano se vuelva a marchar. Quizás se cruce por el camino con el invierno. El frío hará eco en los rincones de las calles en los próximos meses, y la nieve aceptará resignada su mortal caída desde las nubes del cielo. Las persianas volverán a abrigar a los cristales, y las ventanas se despedirán de las caricias que les regalaba la brisa mañanera. Tal vez todo sea como siempre. Posiblemente todo ocurrirá de la misma manera.

El mundo no entiende de cinco estaciones. La vida se muere en el octavo día de la semana. No me importa si hay trece meses si no conozco el último. Me es indiferente el fuego o el hielo. Veo que las cosas van perdiendo su sentido, como el túnel perdió su eco.

Nos quedaron muchas charlas pendientes. El café se nos enfrió mientras no llegábamos nunca a la mesa. Parece que el parque ha cerrado ya sus puertas. El aire ni siquiera ya saluda al viento. La vida seguía pasando y no éramos conscientes de que el tiempo avanzaba en nuestra contra, y nunca lento.

Viajaba en coche y desde mi empañada ventanilla contemplaba tus confusos pasos. Ya no llevabas bastón. Esta vez no ibas a dar un paseo. Tu destino era otro y yo no podía acompañarte como tantas otras veces, aunque ese fuera mi mayor deseo.

Tu sonrisa valió más que mil palabras y estabas tan guapa como siempre. Pero se nos escaparon demasiados momentos, perdimos muchas historias por el camino. También hicimos grandes cosas. Fuimos justas y sinceras. Ambas somos testigo. Formábamos un buen dúo. En la competición de parejas habríamos ganado por tu gran carrera. Fuiste grande y a tu lado yo siempre seré pequeña.

Prométeme que serás la lluvia que mojará mi rostro cuando me acuerde de ti. No quiero otro ángel a mi espalda si no lleva tu nombre y se apellida igual que tú. Dime que cuidarás siempre de mí. Tú siempre vivirás en los colores de mi arco-iris a contra luz.

Te hacías mayor, y yo crecía. Un par de direcciones diferentes por tomar. Dos personas en un mismo salón, gobernado por un viejo reloj. Aquel reloj no quería sacarle tarjeta roja al tiempo, decían. Yo sólo quería que tú siguieras siendo mi abuela por tan sólo unos infinitos instantes más.

Abuela


Loes