Infinitas fueron las veces que creí en tu virtud de curar heridas. Más infinitas las heridas que no curaste. Pero el saber que eras diferente, que estaba en ti el hacer a los hombres más malos o a las mujeres menos buenas, a los niños adultos, a los ancianos estrellas con luz propia. Nada le ponía freno a mi acelerador. La esperanza era seguir confiando en ti, cual lluvia siempre volvería a mojar el suelo, descargando toda su rabia contra él. Inequívocamente nunca al cielo, jamás contra él.
Testigo silencioso de la corrosión. Causa y efecto. Tiras la piedra y escondes la mano. Tiras el disfraz pero guardas la máscara. Pobres inocentes quienes te dan la mano. Soñadores que caen del sueño y sueños que se esfuman. Arrasas con todo y no devuelves nada. La espuma del mar desaparece, pero tú permaneces, y esa es la parte injusta de la vida.
Inevitablemente perdida en el baile de las agujas del reloj, instantes después, rogaba que el baile cesara para que dejases de existir.