A veces tiemblo
cuando en mi alma te enredas.
A veces toco el cielo,
y otras me arrastra la marea.
A veces creo que exploto
cuando me inundas por dentro.
A veces lo consigo y broto,
y a veces sólo lo intento.
A veces me queda una sensación cálida
que me abraza y me envuelve.
Y a veces se apodera de mí una ráfaga fría
que me devuelve aquel clímax inexistente.
A veces, río y lloro.
A veces te alcanzo.
A veces te siento.
A veces te sigo.
Y a veces te muerdo.
Otras, me quedan tus besos.
Me quedan tus labios.
Como aquel barco
que murió en un naufragio.
Quisiera soñar
quisiera creer
quisiera explorar
y en ti verme crecer.
A veces tú,
o a veces yo,
a veces el corazón
y otras, la pasión.
A veces tú encima,
a veces yo abajo.
A veces seguimos recto
y otras, cogemos un atajo.
A veces con una flor te pinchas
y a veces te haces una herida.
A veces, y sólo a veces,
te inundas en el clímax.
La vida es como un juego de cartas, suerte que yo todavía conservo los comodines sobre la mesa y los ases bajo la manga.
jueves, 31 de mayo de 2018
martes, 29 de mayo de 2018
Arrebol en mi corazón
Yo no sé lo que es pasar hambre. No sé lo que es dormir en el suelo. No sé cómo sienta el frío en las madrugadas de invierno, como tampoco sé cómo se siente una ducha helada. No sé lo que es que te violen, que te torturen, que te denigren como mujer, y peor aún, como persona. Jamás he visto morir a nadie, y tampoco conozco de primera mano el color de la sangre. No sé lo que es una guerra, ni siquiera he visto nunca de cerca una pistola. Vale, quizás no sea la persona más desgraciada de este mundo, pero ¿Sabéis qué? Aún así sigo pensando que yo tengo derecho a estar triste. Sí, yo tengo derecho a llorar. Porque yo no sé muchas cosas, pero sin embargo, sí sé muchas otras.
Sé lo que es sentirte sin casa aun estando en la tuya propia. Sé lo que es no tener familia, peor aún, tenerla en un paréntesis acomodado en el olvido. Sé lo que es vivir con la depresión a tu lado, combatiendo día tras día para que no te salpique a ti también, y estar involucrada en esa lucha durante años y años, casi toda tu vida. Sé lo que es tener que partirte en dos, para estar con tu padre y con tu madre, sin que ellos tengan que verse. Dos casas, "qué privilegio" dicen. Qué ingenuos son. También sé lo que es llegar a casa y jamás escuchar un "buenos días" o un "buenas noches", ni recibir dos besos de tu madre. Sé lo que es vivir cuidando de tu "familia", si a "familia" se le puede llamar a un padre por un lado y una madre por otro, cuando es tu familia quien debería cuidar de ti. Sé lo que es abandonarte a ti mismo por mantener con vida a los demás. Lo peor de todo, y lo que los más ingenuos desearían para ellos, sé lo que es no tener un sólo hermano en quien apoyarte cuando la casa se te cae encima. Por no tener, no tengo ni perro.
Sé lo que es sentir que estás en casa cuando estás en la de tu novio, en la de tus amigos, incluso cuando estás en la calle, pero jamás, nunca cuando estás en la tuya. Sé lo que es vivir entre rejas desde pequeña y sin cometer delito. Sé lo que es aprender a base de castigos incluso antes de haber aprendido siquiera a andar bien. Sé lo que es pasar las Nochebuenas y las Navidades sentada sola en la mesa, como también sé qué se siente al tener tres años de vida y verte llorando encima de tu madre mientras no se puede levantar del suelo y tu padre grita, y grita, y vuelve a gritar, y si mueve un dedo, o echa una mano, no es precisamente para ayudarla. Y a pesar de todo esto, sé también, y mejor que nadie, que lo que no te mata, te hace más fuerte. La primera opción no fue la que la vida eligió para mí, y por lo tanto, me he visto durante los 18 años de mi vida en la segunda; aprender a ser más fuerte a base de palos, y a veces escribir, contarlo, soltarlo, es la única manera de seguir siéndolo. Así empezó todo esto hace seis años, y esa es la verdadera razón de la existencia de este blog. Y supongo que cada uno tendrá su historia, que no seré la única. Pero hoy creo que ya era el día de contar la mía.
Siempre he pensado que hay gente que ha nacido para luchar, más que para vivir. Esas personas que son como "salvadores" del mundo, que sirven de referencia para que mucha gente siga adelante. Yo siempre me he considerado una de esas personas. Vivo en el "casi, pero no", en el "para la próxima será", en el "esta vez no ha habido suerte". Si consigo algo es porque antes la vida me ha dicho veinte veces que no. Si sigo andando es porque antes me he tenido que tropezar mínimo diez veces. Soy la última de la fila en el patio del recreo, soy la que llega tarde, cuando se ha acabado la función, cuando ya no quedan trozos de tarta. Soy el "qué lastima, pobrecita", soy la última persona en la que alguien pensaría para hacer un equipo en educación física. Siempre lo he sido, esa es la verdad. Pero no importaba, porque yo seguía luchando, y a pesar de todo, salí de todas mis enfermedades, incluso de la que casi me cobra la vida. Y fui el "me he graduado en bachillerato", el "he entrado en la universidad", el "se me da bien escribir". Sí, a veces he sido muy feliz, a pesar de mi mala suerte. Pero a nosotros, los luchadores, ser ese tipo de persona también nos cansa, y hay veces que no podemos más, y que por intentar ser más fuerte de lo que somos, la vida nos juega malas pasadas.
¿Te acuerdas de aquella vez que te dije que no era justo que tú hubieras entrado en medicina y yo no en mi carrera? Pues por ello tiré por la borda mis quince años de amistad contigo. ¿Te acuerdas cuando me encapriché con aquel chico que estaba contigo y no paré hasta estar con él? Por culpa de eso me perdí tres años de vida contigo. ¿Te acuerdas de aquel día que preferiste salir con tu amiga antes que conmigo y yo me enfadé? Por eso no volví a saber nada de ti en cuatro años. Sí, es un rasgo de las personas luchadoras, sabemos mejor que nadie lo que es perder a alguien, y por eso tratamos a toda costa de mantener a la gente a nuestro lado. Los que encima tenemos mal carácter, lo tenemos muchísimo peor. Nuestras palabras nos hacen perder relaciones muy valiosas, como las que yo perdí con todos vosotros. Pero ¿Qué queréis que os diga? A veces tener algo de maldad me hace sentir persona, porque de verdad que no suelo sentirme así a menudo. No sé, si luego me arrepiento a veces no sirve de nada, el daño está hecho. Pero sé que sigo siendo persona, y buena, en el momento justo en que lloro por vosotros. Y hablando del otro tema, nunca juzguéis a nadie por ir de flor en flor. Es muy sencillo, cuando alguien no tiene amor en su casa, lo busca en la calle.
Un día me levanté por la mañana y ella ya no estaba. Se había ido. Y esa misma noche él se fue con ella. ¿Y sabéis cómo me vi de la noche a la mañana? En frente de dos ataúdes y con dos abuelos menos, los últimos que me quedaban. Otro día también al levantarme por la mañana vi a mi madre normal. Esa noche sonó el timbre. Podría ser alguien de la familia que no tenemos, que venía a visitarnos, pero no, era la ambulancia, que venía a por ella. También otro día, de repente se encontró en el hospital con cinco bolsas de sangre y un cáncer que podía con ella. Una vez esperé en el balcón, como cada noche, a ver aparecer el coche de mi padre, pero él no volvió, la verdad es que nunca más lo hizo, y mi madre me cantó desde esas Navidades, cada año, la canción "Vuelve a casa por Navidad". La vida siempre se ha acostumbrado a quitarme las cosas de un plumazo ¿Comprendéis ahora que siempre saque la garra cuando veo que alguien se aleja de mí o que intentan quitarme lo que es mío?
Desde que lo conozco, siempre he admirado a Migue Benítez, porque escribe, porque canta, lo que mi mente piensa, lo que mi corazón dice. Porque nunca sabremos qué nos depara la vida, porque la felicidad la tienes que buscar tú, porque nadie lo hará por ti. Porque se halla en las cosas simples, las cosas simples como las garrapatas, como una guitarra, como una tarde de verano al sol, como un pan con manteca, como un huevo duro y una rodaja de tomate. Porque hay que vivir el presente, y hacer lo que más te llene. Porque con un traguito de cerveza y un cajón flamenco todo se arregla, porque la droga, después de lo mala que es, lo purifica todo. "Dice la gente que vamos rápido, que a nuestra edad es raro pensar lo que pienso yo. Tal vez, yo muera antes que los demás". Y sí lo hizo, a los 21 años. Y me siento tan identificada con él, que incluso en lo más profundo de mi ser, desearía irme de este mundo tan joven como él. Es mi otra mitad. Creo que es a quien he estado buscando en cada novio que he tenido. Pero bah, como él jamás habrá nadie. Lo que yo siento con su legado, jamás nadie lo podrá entender, y es otra de las razones por las que yo hoy soy así.
Sé lo que es sentirte sin casa aun estando en la tuya propia. Sé lo que es no tener familia, peor aún, tenerla en un paréntesis acomodado en el olvido. Sé lo que es vivir con la depresión a tu lado, combatiendo día tras día para que no te salpique a ti también, y estar involucrada en esa lucha durante años y años, casi toda tu vida. Sé lo que es tener que partirte en dos, para estar con tu padre y con tu madre, sin que ellos tengan que verse. Dos casas, "qué privilegio" dicen. Qué ingenuos son. También sé lo que es llegar a casa y jamás escuchar un "buenos días" o un "buenas noches", ni recibir dos besos de tu madre. Sé lo que es vivir cuidando de tu "familia", si a "familia" se le puede llamar a un padre por un lado y una madre por otro, cuando es tu familia quien debería cuidar de ti. Sé lo que es abandonarte a ti mismo por mantener con vida a los demás. Lo peor de todo, y lo que los más ingenuos desearían para ellos, sé lo que es no tener un sólo hermano en quien apoyarte cuando la casa se te cae encima. Por no tener, no tengo ni perro.
Sé lo que es sentir que estás en casa cuando estás en la de tu novio, en la de tus amigos, incluso cuando estás en la calle, pero jamás, nunca cuando estás en la tuya. Sé lo que es vivir entre rejas desde pequeña y sin cometer delito. Sé lo que es aprender a base de castigos incluso antes de haber aprendido siquiera a andar bien. Sé lo que es pasar las Nochebuenas y las Navidades sentada sola en la mesa, como también sé qué se siente al tener tres años de vida y verte llorando encima de tu madre mientras no se puede levantar del suelo y tu padre grita, y grita, y vuelve a gritar, y si mueve un dedo, o echa una mano, no es precisamente para ayudarla. Y a pesar de todo esto, sé también, y mejor que nadie, que lo que no te mata, te hace más fuerte. La primera opción no fue la que la vida eligió para mí, y por lo tanto, me he visto durante los 18 años de mi vida en la segunda; aprender a ser más fuerte a base de palos, y a veces escribir, contarlo, soltarlo, es la única manera de seguir siéndolo. Así empezó todo esto hace seis años, y esa es la verdadera razón de la existencia de este blog. Y supongo que cada uno tendrá su historia, que no seré la única. Pero hoy creo que ya era el día de contar la mía.
Siempre he pensado que hay gente que ha nacido para luchar, más que para vivir. Esas personas que son como "salvadores" del mundo, que sirven de referencia para que mucha gente siga adelante. Yo siempre me he considerado una de esas personas. Vivo en el "casi, pero no", en el "para la próxima será", en el "esta vez no ha habido suerte". Si consigo algo es porque antes la vida me ha dicho veinte veces que no. Si sigo andando es porque antes me he tenido que tropezar mínimo diez veces. Soy la última de la fila en el patio del recreo, soy la que llega tarde, cuando se ha acabado la función, cuando ya no quedan trozos de tarta. Soy el "qué lastima, pobrecita", soy la última persona en la que alguien pensaría para hacer un equipo en educación física. Siempre lo he sido, esa es la verdad. Pero no importaba, porque yo seguía luchando, y a pesar de todo, salí de todas mis enfermedades, incluso de la que casi me cobra la vida. Y fui el "me he graduado en bachillerato", el "he entrado en la universidad", el "se me da bien escribir". Sí, a veces he sido muy feliz, a pesar de mi mala suerte. Pero a nosotros, los luchadores, ser ese tipo de persona también nos cansa, y hay veces que no podemos más, y que por intentar ser más fuerte de lo que somos, la vida nos juega malas pasadas.
¿Te acuerdas de aquella vez que te dije que no era justo que tú hubieras entrado en medicina y yo no en mi carrera? Pues por ello tiré por la borda mis quince años de amistad contigo. ¿Te acuerdas cuando me encapriché con aquel chico que estaba contigo y no paré hasta estar con él? Por culpa de eso me perdí tres años de vida contigo. ¿Te acuerdas de aquel día que preferiste salir con tu amiga antes que conmigo y yo me enfadé? Por eso no volví a saber nada de ti en cuatro años. Sí, es un rasgo de las personas luchadoras, sabemos mejor que nadie lo que es perder a alguien, y por eso tratamos a toda costa de mantener a la gente a nuestro lado. Los que encima tenemos mal carácter, lo tenemos muchísimo peor. Nuestras palabras nos hacen perder relaciones muy valiosas, como las que yo perdí con todos vosotros. Pero ¿Qué queréis que os diga? A veces tener algo de maldad me hace sentir persona, porque de verdad que no suelo sentirme así a menudo. No sé, si luego me arrepiento a veces no sirve de nada, el daño está hecho. Pero sé que sigo siendo persona, y buena, en el momento justo en que lloro por vosotros. Y hablando del otro tema, nunca juzguéis a nadie por ir de flor en flor. Es muy sencillo, cuando alguien no tiene amor en su casa, lo busca en la calle.
Un día me levanté por la mañana y ella ya no estaba. Se había ido. Y esa misma noche él se fue con ella. ¿Y sabéis cómo me vi de la noche a la mañana? En frente de dos ataúdes y con dos abuelos menos, los últimos que me quedaban. Otro día también al levantarme por la mañana vi a mi madre normal. Esa noche sonó el timbre. Podría ser alguien de la familia que no tenemos, que venía a visitarnos, pero no, era la ambulancia, que venía a por ella. También otro día, de repente se encontró en el hospital con cinco bolsas de sangre y un cáncer que podía con ella. Una vez esperé en el balcón, como cada noche, a ver aparecer el coche de mi padre, pero él no volvió, la verdad es que nunca más lo hizo, y mi madre me cantó desde esas Navidades, cada año, la canción "Vuelve a casa por Navidad". La vida siempre se ha acostumbrado a quitarme las cosas de un plumazo ¿Comprendéis ahora que siempre saque la garra cuando veo que alguien se aleja de mí o que intentan quitarme lo que es mío?
Desde que lo conozco, siempre he admirado a Migue Benítez, porque escribe, porque canta, lo que mi mente piensa, lo que mi corazón dice. Porque nunca sabremos qué nos depara la vida, porque la felicidad la tienes que buscar tú, porque nadie lo hará por ti. Porque se halla en las cosas simples, las cosas simples como las garrapatas, como una guitarra, como una tarde de verano al sol, como un pan con manteca, como un huevo duro y una rodaja de tomate. Porque hay que vivir el presente, y hacer lo que más te llene. Porque con un traguito de cerveza y un cajón flamenco todo se arregla, porque la droga, después de lo mala que es, lo purifica todo. "Dice la gente que vamos rápido, que a nuestra edad es raro pensar lo que pienso yo. Tal vez, yo muera antes que los demás". Y sí lo hizo, a los 21 años. Y me siento tan identificada con él, que incluso en lo más profundo de mi ser, desearía irme de este mundo tan joven como él. Es mi otra mitad. Creo que es a quien he estado buscando en cada novio que he tenido. Pero bah, como él jamás habrá nadie. Lo que yo siento con su legado, jamás nadie lo podrá entender, y es otra de las razones por las que yo hoy soy así.
Y con todo esto,
Yacía mi corazón en vilo,
inefable tormenta acaecida.
Amanecer desmesurado en sigilo,
etéreo llanto tras tu partida.
Ademán de correr
bonhomía consumida.
Garras al proteger
la sombra de mi melancolía.
Bésame si aquí estás,
abrázame si en mí aún sigues.
Acendrada es mi forma de amar,
epifanía lo que tú persigues.
Arrebol en mi corazón,
locura en mi mente.
Limerencia si tú, o si yo.
Ojalá tenerte por siempre.
Loes
miércoles, 23 de mayo de 2018
La belleza y tú
Hace tiempo que vengo diciendo,
que el corazón lo tengo en el cielo
y los pies hundidos en barro.
Hace tiempo que es verdad,
que hace tiempo que ya no es mentira,
que aprendí de una vez por todas a amar
a quien sin buscar encontró mi alma perdida.
Las grietas de mi cuarto ya no crujen,
los cristales de las ventanas no se quiebran,
ahora hallo la serenidad
después de mil noches en vela.
Bajo mi manta escondo mi plan más frío,
que ese hombre sea pa' mí, pa' siempre mío.
Bajo mi manta escondo mi cabeza cuando voy a dormir,
y cien veces que sueño que te pierdo, cien veces que deseo morir.
Si abro la puerta mi ilusión se escapa
y se cuela por la ventana que de luz llena tu cama.
Rayito de sol, nube de algodón,
pintas de hermosura mi mundo interior.
Luna llena,
lucero azul.
Marea alta,
la belleza y tú.
Cielo naranja,
cometas en el aire.
El verano del amor
si se enciende arde.
Tengo una espinita en el corazón
que lleva por nombre Adrián.
Dice que nació en mi interior
y que jamás de ahí se irá.
A Adri Aguilar, el rey de mi vida.
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