
La cama hoy no soporta mi peso. Me hundo y no de cuerpo. Me hundo de alma. Mis mejillas esta vez no soportan las lágrimas, y por eso las abandonan al vacío. Y corren, y caen. Y llueve. Y se hace mar. Y es entonces cuando me doy cuenta de que mi lámpara ya no está encendida, porque se ha ido la luz. Y es entonces cuando me doy cuenta de que por esa ventana ya no entra la luz del sol, porque ya no estamos a diez de agosto. Porque todo aquello terminó. Las aves emigraron, las nubes colorearon de gris el cielo casi azul, el verano se despidió. Y de mí la primera. Me doy cuenta de que mi falda ya no baila con el viento, de que mis tacones se enmudecen al pisar las arenas movedizas que se esconden bajo mis pies. Me doy cuenta de que ya no tengo tus manos con las mías. Me doy cuenta de que ya no andas descalzo por el pasillo. De que ya no te dejas las patatas para lo último. De que ya no lloras cuando nadie puede verte. Me doy cuenta de que he dejado de conocer la parte de ti que estaba conmigo. Mi rímel se corre y deja en mis ojos un considerable rastro de pérdida y dolor, y bueno, lo único que no me abandona es el pintalabios, porque ya nadie me besa. Y duele. Ver llegar el otoño duele. No ver a nadie esperándote al final de la calle con un paraguas para ti en las manos, duele. Y no me duele mojarme. Me duele no tener a alguien que me quite la ropa mojada. Me duele no tener a nadie que me haga entrar en calor. Y puede haber calor en una sonrisa, puede haber calor en una mirada, pero yo sólo siento frío. Y joder, te echo de menos. Te echo de menos a morir. Si pudiera llamarte amor. Si tan sólo pudiera llamarte. Si pudiera recordar el tono de verde que tenían tus ojos, o quizás el matiz de marrón que los decoloraba. Si pudiera estar, aunque fuera sin ser. Aunque pudiera seguir siendo sin estar. Y qué duro es esto. Y qué jodido sería que... Qué jodido es no tenerte. Y percibo miles de rostros en la lejanía, y ninguno me es familiar. Y cientos de manos intentan atrapar mi cintura, pero yo no acepto bailar con nadie que no me traiga unos zapatos de cristal. Con nadie que no me mire como lo hacías tú. Con nadie que no me haga sentir un ápice de lo que es amar. Y al final acabo bailando sola. Sin zapatos de cristal, si bien, con cristales clavados en mi piel. Sin luz. Y no me pesa. Porque en mi mente estás aquí, y no me sueltas la mano. Y solo con eso, yo ya me considero feliz. Más de lo que sería con alguien a mi lado. Porque a fin de cuentas, tú solo eres uno, único e irremplazable. Y yo sólo soy una, enamorada y testaruda. Casi tanto como la estrella que nunca se apaga. Casi tanto como el tiempo que nunca se para. Y hoy acepto el dolor como transitorio. Pero créeme. Si pudiera llamarte amor, nunca más habría algo que me pudiera llegar a doler.