jueves, 31 de octubre de 2019

La flor de la vida

Tengo sólo 20 años. Y me da pánico el paso del tiempo. Ese mismo que arrastra tormentas, primaveras y campos de flores. Ese mismo que se va llevando abuelos, padres y sueños a medio cumplir. El que borra cada huella que las historias van dejando sutilmente. Me da miedo pensar que jamás volveré a ser una niña, que ya nunca más volveré a saborear la dulzura de la inocencia, que nunca más lo veré todo de forma transparente, que no pasaré a pies puntillas por el mundo sin que nadie me llame la atención. Me da lástima pensar que nunca más volveré a sentir la ilusión de los Reyes Magos, que ya no volaré tan alto cuando me monte en un columpio, ni tendré cuidado con dónde pisar cuando las losas del suelo estén separadas por rayas. Me da miedo pensar que nunca habrá dos días iguales, ni una cena más larga. Me da miedo pensar que nadie nace dos veces, igual que no habrá dos inviernos igual de fríos. Me da miedo pensar que cada sonrisa siempre será diferente. Que nunca vamos a encontrar dos veces a la misma persona ni siquiera en la misma persona. Que todo principio irremediablemente tendrá su final, por mucho que lo queramos retrasar. Que siempre nos faltará tiempo para decirle a alguien cuánto lo queremos, que nunca nos sobrará tiempo para hacer lo que de verdad queremos. Me da muchísimo miedo pensar que ninguna brisa de aire entrará por tu ventana dos veces, ni verás al mismo pájaro volar una vez haya emigrado. Me da pánico pensar que las cosas ocurren una sola vez en la vida, y que vida solo hay una. No quiero hacerme mayor, jamás. No quiero dejar de ser joven. Y no por las arrugas o las canas. No quiero hacerme mayor porque no quiero dejar de vivir. No quiero dejar de encontrarme a gente increíble por el camino. No quiero que el destino deje de sorprenderme con historias emocionantes a la vuelta de la esquina un sábado por la noche. No quiero dejar de llamar a mi amiga para irnos de fiesta. Me aterra pensar que un día al salir de trabajar me va a apetecer más quedarme en casa viendo una película, y que llegado un día seguirá siendo así durante el resto de mi vida. Me cuesta un mundo sentar la cabeza. No quiero hacerme esclava de la rutina. Me echo a temblar de pensar que un día ya no conoceré ninguna historia de amor más, que no volveré a probar otros labios, que no me quedaré dormida entre otros brazos. No quiero atarme a nadie. Quiero ser un alma libre toda mi vida. No quiero dejar de viajar. No quiero dejar de conocer mundo. No me quiero estancar en mi oficina o en el sofá de mi casa. No quiero pasarme las mañanas llevando a los niños al colegio. No quiero cambiar la ginebra a las tres de la mañana por el café de media tarde. No quiero dedicarme a mi familia, todavía no. Quiero dedicarme a vivir. A pasarme la semana contando los días para que llegue el fin de semana. A esperar con ansias la próxima oportunidad de lanzarme a la calle a vivir aventuras. A decirle a mi amiga lo guapa que está con su vestido nuevo y lucirlo en las fiestas del pueblo. A darle dos besos al chico que está pensando besarme los labios. A llevar a mi madre de compras y jugar a que nunca va a envejecer, a imaginar que siempre estará a mi lado. No quiero serle fiel a la cordura, quiero arriesgar, quiero apostar, quiero intentar, y tener el suficiente tiempo para poder ganar. Porque siento un terror horrible cuando pienso por primera vez que puede ser la última de algo, o que se me está acabando el tiempo para hacer algo. Porque no quiero que esto se acabe jamás. Porque quiero que siempre haya un día más para poder brillar, una noche más para poder bailar, y que nunca se me queden pequeños los tacones. Sé que es imposible, y aunque yo alguna vez me haga mayor, espero que mi alma siempre siga siendo joven, y que en ella jamás se marchite la flor de mi vida.