Tantas veces quise correr y no pude andar... Tantas veces quise volar y me caí... Fueron tantas las veces que creí haber crecido... Fueron tantas ilusiones, tantos sueños, tantos momentos reflejados en el infinito de mis palabras y pensamientos. Al final nada salió como yo quería. Al final todo se dio la vuelta y se puso del revés. Las personas en las que más confiaba fueron las que más me fallaron. Lo que más me gustaba y quería fue lo que perdí. Lo que menos importaba fue lo que salió bien.
Pero sé que eso fue lo que me hizo más fuerte. Sé que eso fue lo que verdaderamente me hizo crecer. Lo que me dio a entender que tenía que madurar. Fue eso lo que me hizo luchar por lo que verdaderamente me importaba y lo que me hizo pensar mejor en quien me quería tanto como para estar a mi lado en los momentos más difíciles. Fue ahí cuando aprendí a interpretar la vida desde mi punto de vista, diferente al de cualquier otra persona. Fue ahí cuando le encontré el sentido a mi vida y supe dónde buscar la felicidad. ¿Y sabéis? La encontré. Y ahora sé que para ser feliz y crecer como persona es necesario tropezarse con las peores piedras y caerse en los baches más hondos. Aprendí que los errores se cometen para aprender de ellos, que el sentido de la vida, de tu vida, es el que tú mismo quieras dar a entender. Las metas que tú mismo te propongas. Los sueños que quieras alcanzar.
Y sí, las malas rachas son muy duras y a veces el mundo se te viene encima, pero cada momento de felicidad que te proporcione la vida lo compensará y te hará ver que, realmente, vivir merece la pena.
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