
Recuerdo que cuando era pequeña le rogaba a Dios que me convirtiera en un pájaro para poder volar e irme muy lejos. Tan lejos que no hubiera nadie más, tan lejos que solo se oyeran los latidos de mi corazón llorando por la soledad y quejándose por la frialdad. Tan lejos que solo pudiera escuchar los sollozos de mi alma perdida en la nada, buscando un simple rincón donde reguardarse de la lluvia y del frío. Tan lejos, que nadie pudiera saber de mi existencia.
He sido tan frágil, he sido tan inocente... He llegado a pensar que los para siempre eran realmente para siempre y que las promesas eran realmente promesas. He llegado a creer que los príncipes azules eran de verdad azules y que las princesas eran de verdad princesas. He confiado en tanta gente, en tantas cosas. He soñado tanto y me he roto por dentro tantas veces que aún siguen cayendo de mí trocitos que chocan al caer al suelo.
Desearía cerrar los ojos, cerrarlos un largo tiempo y quedarme viendo esa oscuridad, la que tanto tiempo me ha acompañado. Desearía cerrar los labios y no esbozar ni una sonrisa. Desearía sentir el agua de mis lágrimas resbalándose por mis mejillas y rozar el calor de mi llanto. Desearía sentir a mi corazón satisfecho y a mi alma desahogada, liberada de las cadenas que tanto tiempo la condenaron al silencio y al castigo.
Luego quisiera armarme de valor y abrir los ojos, desearía ver finalmente esa claridad. Quisiera ir hacia ese rayo de luz y esbozar una sonrisa. Quisiera sentirme libre y pisar con fortaleza. Quisiera caminar con seguridad. Quisiera correr sin tener miedo a tropezarme y caerme. Quisiera convencerme de que lo imposible existe y lo posible también. Quisiera ver la facilidad en las cosas difíciles y lo positivo en lo negativo. Quisiera ser yo misma sin preocuparme de lo que eso conllevaría.
Quisiera volar, quisiera sentir el viento rozando mi cuerpo y quisiera simplemente, encontrar la felicidad que tantas veces se ha ocultado entre las nubes más oscuras de mi vida.
El diario de mis sueños