Querido padre:
No es más mi razón de
escribirte esto sino la necesidad de plasmar en este viejo papel a
través de mis torpes y ya débiles palabras el transcurso de la vida que
tú me has regalado, careciendo de dirección alguna a la que enviártelo
pues en el cielo no hay calles ni casas establecidas.
Lo
cierto es que aún me pregunto cuál es la verdadera razón de esta carta
sin dirección, sin destinatarios, de esta carta que nadie más que yo
leerá y que acabará rota y arrugada en algún rincón de este mundo.
Supongo
que mi verdadera ansia por construir estas frases, se debe a la
esperanza de que de alguna manera o forma, lleguen hasta ti. Sé que allí
en el cielo has hecho un pequeño agujero por el que siempre me miras.
Sé que no te olvidas de mí, y por eso, yo tampoco me olvido de ti, y
aunque en realidad no me escuches ni puedas leer esto, solo a ti te
dedico estas sinceras y profundas palabras, solo a ti te reservo y te
guardo la mayor parte de mi herido y viejo corazón.
Si
te digo la verdad, todavía a día de hoy sigo intentando comprender el
motivo por el que esa bala tuvo que impactar en tu corazón de la forma
más perfecta que pudiera haberlo hecho jamás, en vez de aceptar que
ocurrió así, y que ya nada podría cambiarlo. Todavía me horroriza
recordar que la guerra fue tu última experiencia antes de morir. Me
habría gustado que lo último que hubieras visto antes de cerrar los ojos
hubiera sido la imagen del amanecer o del atardecer, una nube viajando
libre en el cielo, o quizá, una mariposa descansando sobre una bonita
flor. Pero lamentablemente y muy a mi pesar, eso quedó lejos de tu
alcance y lo único que pudiste ver, fue sangre y dolor.
Esta
mañana estaba sentada en la silla de mi cocina y pude observar que la
ventana estaba empañada. Las gotas de lluvia caían por ella,
resbalándose hasta caer. El cielo estaba cubierto de nubes algo negras,
quizás algo grises, pero no se percibía ninguna tonalidad blanca. Mi
mesa. El café caliente sobre ella como cada mañana. El humo ascendía
para desaparecer poco antes de llegar a rozar el techo de la casa. Me
detuve a mirar hacia la ventana, mientras que con la cucharilla, daba
vueltas como una interminable espiral alrededor del centro de la taza
que contenía el café, y mis pensamientos salían de mi mente, libres al
vuelo.
Pensaba en cómo sería la vida de un
pájaro, cómo sería eso de no rozar el suelo por más de tres segundos.
Pensé en eso de ser tan ligero que el viento te lleva a todos lados.
Pensé en cómo debería ser poder mover unas alas, que te llevan justo al
sitio que tú quieres ir. Pensé en poder atravesar la ventana y esas
nubes que nada tenían en común con el color blanco. Y pensé en atravesar
más que eso, atravesar el cielo, atravesar el mundo entero. Pensé en
cosas realmente imposibles, pero que en cierto modo, me hacían feliz.
Pájaros
y más pájaros que pasaban por mi ventana, más y más pensamientos, más
vueltas alrededor de la taza de café. Cerraba los ojos, los abría, me
levantaba, me sentaba. Me imaginé por un momento que pudiera volar hasta
desaparecer en el horizonte, ir más allá de las fronteras que se
conocen. Alcanzar lo inimaginable.
Voces.
Gritos. Algo de música. El café sobre la mesa. Niños jugando. Sus
pensamientos volando. Gentes cruzando las aceras, coches pasando por la
carretera, algunos frenaban, otros aceleraban. Los pájaros volando. El
café seguía sobre la mesa.
Frío. Frío de
imaginar tantas cosas que parecían imposibles. Frío en un día como este.
Todo mi cuerpo estaba frío, mi mente estaba fría, mis sentimientos
estaban fríos.
Y de repente, ya no había humo,
ya no ascendía, ya no desaparecía, ya no llegaba a rozar el techo de la
casa, pero seguía dando vueltas con la cucharilla al rededor de la taza
de café, el cual, ya estaba también frío.
Quizás
esto último te parezca una tontería, pero así me he sentido durante
mucho tiempo, a veces como los pájaros, en libertad para volar, y otras
veces como el café, enfriándome con el paso del tiempo.
Son
pocos los años que pasamos juntos, pero podría afirmar con total
garantía que te acuerdas de cuando era una niña pequeña, perdida entre
las historias de mi pequeño mundo, soñando con una pequeña casa para mí.
Te acordarás de cómo jugaba escondiéndome entre los árboles, y cómo
luego me reía mientras me tiraba en la verde hierba. Pero de lo que
seguro no te acordarás, pues nunca te lo conté, es de que tenía un
sueño; volar desde el árbol más alto.
Cuando
te marchaste de mi vida, tuve que pensar que te reunirías con Dios, para
no atormentarme con la idea de que ya no estaríamos más juntos. A Él le
pregunté quién se suponía que debía ser, las estrellas me miraron y me
sonrieron, y entonces Dios me respondió. Y fue ahí cuando comprendí que
estabas con Él, y que yo tenía que seguir con mi vida, dejar de atarme a
la teoría de que nunca volverías, aunque esta fuera, en parte, cierta.
Me
enamoré de la escritura. Me enganché como una adicta a la pasión de
escribir. Me encantaba, y me encanta, expresar mis ideas y sentimientos a
través de palabras que forman frases, que a su vez, forman textos.
Inventar historias o simplemente contarlas porque sí. Mataba el tiempo
escribiendo, me moría por escribir. Al principio, nadie reconocía mi
talento, y por lo tanto, solo escribía para mí. Pero un día coincidí con
un famoso escritor que puso sus ojos en mis obras, y la verdad papá,
pensé que fuiste tú quien lo pusiste en mi camino. Si así fue, te doy
las gracias porque gracias a esa coincidencia, pude gozar plenamente de
mi profesión como escritora durante toda mi vida, contando con el apoyo
de numerosas personas que leían mis libros y se preocupaban día a día
por ayudarme a mejorar.
Encontré al amor de mi
vida, a ese amor del que tanto hablaba Paulo Coelho, a esa persona con
la que me casé y compartí innumerables momentos felices. Al otro amor,
con el que nací conectada, lo perdí por el camino, como bien decía él
mismo. Pero desde que el cáncer llegó a mi vida, comprendí que mi
verdadero amor eres tú, papá.
Ahora el cáncer
ya está por todo mi cuerpo, ya me ha invadido por dentro. Ya no me
quedan más fuerzas para luchar por vivir, ya no encuentro razones por
las que retenerme aquí en este mundo de felicidad y tristeza, de alegría
y dolor.
He aprendido muchas cosas, he sido
feliz, he llorado, he reído, me he ilusionado y me he desilusionado. He
sido niña y he sido mujer. Y te estoy eternamente agradecida porque sin
ti, nada de esto habría pasado, nunca habría existido.
No
quiero que pienses que este es un final triste, porque me siento feliz,
de verdad. Simplemente ahora ya soy mayor y estoy cansada, no sé qué
más decir sobre esta vida que estoy intentando dejar, no me quedan
palabras para expresar más. Viví mi vida y la viví bien, hay muchas
historias que he vivido para contar, y ahora permanecerán por siempre en
mi recuerdo y en mi memoria. Y estoy feliz porque ahora ya por fin
podré hacer realidad mi sueño, ese que siempre he anhelado tanto. Ahora
podré reunirme de nuevo contigo. Ahora podremos estar otra vez juntos.
Ahora ya estoy preparada para volar desde el árbol más alto.
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