Bremen, septiembre de 1933
Las nubes eran aliadas de la oscuridad del cielo. El blanco de su vestido se confundía gris a causa del barro que había en él. El viento empujaba sin pedir permiso a las hojas secas, las cuales yacían muertas en el suelo. Pisó con sus tacones una de ellas al andar, se paró al oír su débil sonido, y levantó su triste cara. Lucía su largo pelo adherido a sus pómulos por las lágrimas de sus ojos. Su boca se tornó entreabierta, dejando escapar una esperanza ya dada por perdida.Sus llorosos ojos la traicionaban con aquella imagen. Su mirada seguía el camino de piedras y tierra húmeda por la lluvia. Lo encontró de frente. Esta vez no llevaba su traje de fiesta, ni su mejor chaqueta, ni sus pies a punto de pistola para lanzarse a bailar. Esta vez era diferente, su mano no se alargaría hasta ella para entregarle un anillo, ni tampoco sus labios amenazarían con besarla. Ahora llevaba su maleta, aquella que solía esconder debajo de su mesa para olvidar que algún día tendría que marcharse de aquel lugar. Sus pies dejaron de apuntar hacia ella y agachó su culpable mirada.
Ella jamás podría negar que encontraba en sus ojos el refugio, en su mirada la salvación. Había sido muy feliz en sus brazos, y arrastraba tras de sí una historia por contar, en la que enemigos y obstáculos desaparecieron, en la que sólo estaba él. Ella había tenido la suerte de poder conocer el sabor de sus labios y el tacto de su piel. Nada se podía comparar con eso. Ella había tenido la oportunidad de enredarlo entre su vestido, bailando bajo la luz de la silenciosa luna cuando nadie más miraba, cuando nadie entendía que los árboles eran capaces de ocultar un amor tan sincero. Ella había tenido la fortaleza de amar aun cuando no debería, y la valentía de callar cuando le prohibían hacerlo.

A la vez que veía sus pasos alejarse, aquel hombre se llevaba su corazón consigo, y ella aun sin corazón no iba a dejar de amarle. Cabría esperar una segunda historia, un reencuentro fortuito, o tal vez podía correr tras él. Pero ella ya estaba muy cansada, ella ya conocía la desesperación, la frustración y el desengaño. Ella dejaba atrás sus sueños y luchaba por el nuevo día. Se ocultaba entre los resquicios de su pasado cuando nadie la veía y dejaba que la luz del sol la hiciera brillar cuando todos la miraban. No era una forma fácil, pero conseguía mantener los latidos de su corazón, aunque en su alma sólo reinara el silencio de un recuerdo que le arrebató al hombre que amaba, quien cada noche, y ahora cada día, le cuenta a las estrellas quién era ella y en qué lugar lo enamoró.