No pensaba en heridas, tan sólo en las que me salían en las rodillas al caerme. No pensaba en lo que era un corazón roto, ni en lo que era una desilusión. No sabía lo que era el dolor, ni la ira, ni tampoco el rencor. No pensaba en lágrimas ni en lo que era una traición. Era feliz, a mi manera, lo era. Solía jugar con muñecas y juguetes, sin pensar en que yo también sería el juguete de alguien. Solía correr hasta quedarme sin aliento, sin saber que después no sería capaz ni de caminar hacia delante. Solía soñar y soñar hasta quedarme dormida pensando en que al día siguiente todo se cumpliría. Solía creer en los cuentos de hadas, en los para siempre, en la magia. Hasta que crecí. ¿Por qué cuando somos pequeños queremos crecer? Crecer es un asco. Es descubrir qué se siente al tener el corazón roto, descubrir la desilusión, la ira, el dolor y el rencor, tener otras heridas más a parte de las que te salen en las rodillas al caerte. Es llorar noche tras noche. Ser el juguete de alguien. A veces no ser capaz de seguir hacia delante. Dejar de soñar pensando que los sueños, sueños son. Es descubrir que ni los cuentos de hadas son reales ni la magia existe, que todo tiene truco. Es darte cuenta de que nada es para siempre, y que lo único infinito que hay son los números. Todo es bonito y alegre, todo es más fácil y mejor, hasta que creces.
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