-Denis.
-¿Qué?
-Que mi nombre es Denis.
Zoe no pronuncia palabra alguna, tan sólo inspira aire, el cual está tan frío que siente que se le congelan las fosas nasales, reduciéndose a diminutos tacos de hielo que luego llegan a entrar dentro de sus pulmones, los cuales son para entonces un auténtico glaciar.
No puede creer que por fin se haya dignado a decirle cuál es su nombre, y no entiende por qué no lo ha hecho antes, porque la verdad es que es el nombre más bonito del mundo entero, o quizás piensa que lo es porque él es el chico más bonito del mundo, o al menos, el que más le gusta, el único que le ha gustado en sus dieciséis años de vida, quien le ha enseñado que ese amor a primera vista del que todos hablan verdaderamente existe, y que realmente se puede llegar a amar a alguien en semanas, o incluso en días. Y lo cierto es, que justo en el momento en el que él pronunció la palabra Denis, sintió que junto a él, no existía el peligro, ni las cosas malas, ni tan siquiera el dolor o la tristeza. Sintió que junto a él ya podía estar segura siempre, y que sólo existía la alegría, las cosas buenas, la aventura y por último y aunque no menos importante, el amor.
Le había dicho cuál era su nombre, pero no le había contado el por qué de las miradas tan extrañas de la gente hacia ella cuando está con él.
Se lo intenta preguntar, pero justo cuando él sabe que ella va a hablar, se da la vuelta y sale corriendo, empujando a la gente si es necesario para poder ir más rápido, y aunque ella no le ve la cara pues está ya muy lejos, sabe que por ella están resbalando las lágrimas que caen de sus ojos, no sabe cuál es el motivo, pero sabe que es así, y no le queda más que volver a casa de su abuela con la duda, y con el sentimiento de culpa por haberle hecho llorar, aunque sin haberle dicho nada.
Pasó una semana y no lo vio, tan sólo en su mente cuando cerraba los ojos. Cada día se seguía preguntando por qué a todo, seguía haciéndose cientos de preguntas que por el momento no tenían respuestas. No sabía dónde buscarle, no sabía cómo llamarle, todas las noches se despertaba gritando en sueños, a veces en pesadillas, quería ponerle su cara al rostro de la gente, pero era imposible. Cerraba sus ojos y decía en su mente mil y dos mil veces su nombre, pensado que cuando los abriera se lo encontraría de pie de brazos cruzados, con esa irresistible sonrisa que producía terremotos y esos ojos con mezcla azul y verde capaces de provocar incendios. Pero lamentablemente, nunca era así. Siempre que abría los ojos lo único que veía era el dichoso reloj con su tic tac de siempre.
Y un día sin más, al despertarse, se lo encontró allí, en su cuarto, pero no sonreía, estaba muy serio, y ni siquiera se atrevía a mirarla a los ojos. Ahí no le quedó otro remedio que hablar.
-¿Qué te pasa?
-Tú, tus ojos, tu mirada, tus labios, tu sonrisa, tu alegría cuando observas, tu entusiasmo cuando hablas. Tus muñecos de nieve, los copos de nieves enredados en tu pelo. Tú.
Y por un momento, Zoe siente que va a llorar, pero no de dolor, ni tampoco de tristeza. Se vuelven a mirar a los ojos, y justo antes de que se produzca un nuevo incendio, cae en la cuenta de algo.
-¿Cómo has entrado?
Ahora Denis la mira abriendo mucho los ojos, traga saliva notablemente, y a continuación, la coge de la mano.
-Zoe, esa es una de las razones por la que la gente te mira tan raro cuando estás a mi lado.
-No lo entiendo Denis. No te entiendo.
La vuelve a mirar, pero esta vez cierra los ojos, busca en su bolsillo y le entrega una hoja de periódico arrugada. Antes de dársela, le aprieta la mano.
-No puedo ocultártelo más, Zoe.
Y ahora sí lo ve llorar, ahora sí puede ver de cerca sus lágrimas, y ahora sí siente dolor, porque sabe que esas lágrimas son por ella.
Aparta la mirada y la dirige hacia la hoja de periódico, procediendo a estirarla, y posteriormente, a leerla.
-No me lo puedo creer Denis. ¿Éste eres tú?
-Sí Zoe, soy yo.
-Pero...
Entonces a Denis no le queda más remedio que llevarla al salón con su abuela, cuando ella aparece, empieza a hablarle, a gritarle incluso, pero la abuela no le responde, ni siquiera le mira... Tan sólo le habla a Zoe, diciéndole:
-¿Por qué estás ahí parada mirando a la nada con la boca abierta? ¿Algo pasa?
Zoe siente que se muere, que es imposible lo que está pasando, siente como si estuviera de pie en mitad de un campo de guerra en plena batalla, y que todas las balas van hacia ella, impactándoles directamente en el corazón. No le encuentra sentido a nada, ni mucho menos a que haya una noticia en el periódico donde dice que un chico de dieciséis años de edad, llamado Denis, de París, murió hace seis meses por un grave accidente.
Corre rápidamente hacia su cuarto y se echa a llorar en su cama, Denis no se va, y entonces sin más empieza a gritarle como una loca.
-¡¿Y por qué yo soy la única que puede verte?! ¡¿Por qué sólo yo te puedo tocar?!
-Porque me quieres. Porque te quiero.
-¿Cómo vas a ser un espíritu, o un fantasma? Porque sinceramente ya no sé lo que eres.
-Soy un alma enamorada. Enamorada de la tuya. Zoe, te conozco desde que nacimos, cuando teníamos tres años jugábamos en la nieve, nos encantaba ver caer los copos de nieve juntos. Luego te fuiste y no supe más de ti, le pregunté a tu abuela pero no quería decirme nada para no hacerme daño. Nunca me olvidé de ti. Siempre estuve pensando en esa niña llamada Zoe que se fue llevándose mi corazón con ella, siempre, en todos estos trece años. Hasta que ese autobús me atropelló y fallecí, no se por qué pero me levanté de la cama del hospital con mi cuerpo, aunque veía mi otro cuerpo tumbado en la cama, me asusté mucho, y más cuando salí al pasillo y me puse a gritar y nadie me escuchaba ni me dirigía la mirada. Ahí lo entendí todo, todo menos la razón por la que seguía existiendo aunque no vivo. Me acordé de ti, fui a casa de tu abuela, entré traspasando la puerta, como hice antes, encontré una foto tuya de mayor, y entonces también entendí por qué seguía existiendo. Para encontrarte y decirte todo lo que nunca te dije antes. Que te amo, que te amo con toda mi alma y que siempre estuve enamorado de ti, y si tú eres la única que puede verme y tocarme, es porque me amas tanto como yo te amo a ti.
Zoe definitivamente se queda sin palabras, se levanta de la cama y corre hacia sus brazos.
-Es cierto que te amo Denis, te amo con todo mi corazón. Y claro que ahora me acuerdo de ti. Ahora lo entiendo todo, pero, ¿sabes?, me da igual.
-¿Cómo que te da igual?
-Me da igual que tu cuerpo esté en otro lado, muerto, sin alma, me da igual que seas un espíritu y que nadie crea que existes. Yo necesito estar a tu lado.
-Zoe, escúchame, no estoy vivo, no podemos estar en esta situación eternamente, no podríamos casarnos, ni tener hijos. No podríamos tener una vida normal.
-Nunca la he tenido.
-Zoe, me tengo que ir, ya he hecho lo que tenía que hacer, no puedo estar así para siempre, entiéndelo, en un momento u otro, mi alma también se va a morir.
-Pues déjame quedarme a tu lado hasta que tu alma también se muera.
Y así fue, se quedaron juntos hasta que un día por la noche, mientras dormía, un aire cálido la despertó, sintió un beso en sus labios, y cuando pudo abrir los ojos, él ya no estaba allí, pero sin embargo su recuerdo y su amor, sí se quedaron siempre allí.
Volvió a Quebec, en un día en el que ya no caían copos de nieve, pero sin embargo, ella tenía más frío que nunca. Volvió a su casa y siguió con su vida normal, haciéndose a la idea de que Denis sólo había sido un extraño sueño del que ya había despertado, pero en el fondo de su corazón, durante toda su vida, ella siempre supo que Denis fue real, que nunca dejaría de estar enamorada de él, y que sus almas, muertas o vivas, estarían unidas eternamente.