viernes, 10 de julio de 2015

Éramos niños

Alguna vez fuimos niños, y de hecho lo éramos. Éramos niños jugando todo el día, niños rodeados de balones y muñecas, niños que no corrían de miedo, pero sí huyendo de alguien, del que te iba a pillar. Niños que no gritaban porque se asustaban, sino para ver quién gritaba más alto. Éramos niños que cuando iban a un bar, y todo el mundo ya se había terminado su bebida, mezclaban los restos echándolos en un mismo vaso, y luego siempre estaba el típico valiente que se atrevía a probarlo. Niños que a los cinco minutos de discutir ya estaban jugando otra vez juntos. Niños a los que les encantaban los zumos de piña y las piruletas. Niños a los que el llanto les duraba tres minutos y luego sonreían como si nada. Niños que hacían eso, cosas de niños.

¿Dónde queda eso ahora? ¿Cuáles son nuestros juegos ahora? ¿Dónde están los balones y las muñecas? ¿Cuáles son nuestras razones ahora para correr y gritar? ¿Seguimos mezclando los restos de las bebidas con la misma intención que antes, o simplemente, seguimos haciéndolo? ¿Cuánto nos duran las discusiones ahora? ¿Nos olvidamos de ellas tan fácilmente? ¿Qué son ahora para nosotros los zumos de piña y las piruletas? ¿Cuánto nos dura el llanto? ¿Hacemos cosas de niños todavía?

Nuestros juegos ahora son joder al más débil y hacerle daño al que menos se lo merece sin ninguna razón. Los balones y las muñecas están en lo más hondo del baúl de los recuerdos. Corremos y gritamos por muchas razones, pero no con la inocencia de antes, al igual que mezclar los restos de las bebidas. Las discusiones nos duran horas, días, semanas, meses, años, y no nos olvidamos de ellas. Los zumos de piña son ahora malibú con piña y las piruletas, cigarrillos. El llanto nos dura una eternidad y nos corroe por dentro. Ya no hacemos cosas de niños, porque no lo somos, y aunque forma parte de la vida, a mí me da pena ver el cambio que hemos tenido.

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