En esta ocasión, entre las palabras de esta historia, más allá del cielo hoy más azul, del horizonte teñido del color del sol, del cada vez más inmenso universo. Más allá de todas mis ganas por vivir, de todas mis fuerzas y mis risas, enfrascado en un pequeño rinconcito que me pertenece, se encuentra mi coraje.
Hoy, en esta historia, recurro a él para exclamar cuánto desearía echar a correr de este mundo infernal, cómo me gustaría hacer las maletas y viajar a otro lugar, donde sólo viviéramos las personas que somos dignas de tener una vida decente. Exclamo con mi coraje cuán descontenta estoy con los hombres, la mayoría bastante astutos y de poco corazón; una combinación explosiva para la mujer.
Echo mano de mi coraje para resaltar qué tanta injusticia predomina en las leyes que rigen aquí la vida, aquí donde ya no existe la libertad, donde se han cerrado todas las puertas que nos quedaban abiertas para alcanzar la felicidad.

Mi coraje me acompaña cuando digo que me da vergüenza el daño que causamos a nuestro planeta. ¡Cómo me gustaría empezar a cambiar por mí! Cuánto desearía ser mejor persona... Qué más me encantaría que todos nos viésemos con los mismos ojos, con unos ojos llenos de la bondad que hoy a todos nos falta.
Hoy mi coraje me acompaña en mi viaje, porque yo me voy volando a otro lugar, a un lugar donde se respete la dignidad humana, donde hombres y mujeres convivan en una tranquila armonía, donde inocentes no mueran y donde no haya necesidad de usar la palabra culpable.
Me voy allí donde las armas, sólo sean el amor y el cariño, y las bombas, meras representaciones de la generosidad. Mi segunda parte empieza en ese lugar, mis historias terminan allí. Vivo allí, y muero allí. Mi coraje se vuelve a enfrascar allí. Viaja allí. Se queda allí. Me quedo allí.