Parece que voy a llorar. Mi cuerpo se estremece bajo las sábanas que marcaste con el sello de tu piel antes de marcharte. Las cuatro paredes entre las que estoy retenida cada vez se buscan más, cerrando el espacio en el que me encuentro. El aire que respiro sale de mis pulmones hacia abajo de mi puerta, y cada vez me cuesta más inspirar aire nuevo.
Parece que es cierto que te has ido para siempre. Mi almohada se hunde por el peso de mis recuerdos y por el pesar de mi llanto, el café que me tomo tiene un sabor amargo difícil de descifrar. Veo tu foto impedir que cierre mi cajón, veo mi alma rota descansar en el suelo.
Parece que nunca volverás. Me pongo la bufanda y mis guantes, y vuelvo a salir en busca de lo que nunca volverá a mí. ¿Cómo voy a encontrarte si veo tu alma en cada rincón, en cada lugar al que miro? Si tu mirada está en el aire, si tus besos permanecen tatuados en mi piel, si tu tacto sigue presente en mi memoria.

Dime cómo he de afrontar que la gente sigue siendo la gente, que las calles están mojadas, y que mi vida continúa. Camino entre tantas personas que no son tú, que me miran diferente a como me miraban tus ojos, hace tanto frío, estoy tan perdida... Mis pasos se confunden y voy perdiendo el rumbo. Pero sigo buscándote, en los bancos, en las aceras... No estás. Nunca estás.
Soy consciente de mi ingenuidad. Soy consciente de que a veces puedo ser tan estúpida... Sé que no debo soñar con tu regreso. Pero eres parte de mí, vives en mi corazón, y aunque pasen siglos, tormentas, aunque los mares se sequen y el mundo se muera, aunque yo finalmente algún día me muera, tú siempre seguirás siendo mi razón de ser, y mi motivo de haber sido. Mi más preciado tesoro. Mi ilusión de amar, mi argumento perfecto para seguir amando mil años después.
Tú, mi vida.
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