lunes, 5 de enero de 2015

La última esperanza

Recuerdo aquella vez cuando mi vida era perfecta, o casi perfecta. Cuando éramos una familia de verdad y unida, cuando mi mayor responsabilidad era elegir el color de la plastilina con la que iba a jugar en el recreo... También recuerdo la parte mala, la ruptura de la familia, y ese collar fino, liso y plateado con la mitad de un óvalo rojo colgando que me dio papá al marcharse de casa con las palabras de: "la otra mitad de este colgante le pertenece a mi mayor error como padre". Yo no entendí nada de aquellas palabras. ¿Error? ¿Qué error? Sin más se marchó de casa, mamá y yo nos quedamos solas. Estábamos fatal, no entendíamos nada y le echábamos de menos, yo ya no tenía a ese mejor amigo con el que jugaba sin parar y al que le contaba de todo. Supongo que papá no me explicó nada porque yo solo tenía nueve años y pensaba que no sería capaz de entenderlo. 

Los siguientes cinco años fueron horribles, de dudas, de preguntas sin respuestas, de incertidumbre, de vivir sin vivir. Recuerdo que cuando estaba triste, demasiado triste, por las noches, escondía mi cabeza debajo de la almohada, y lloraba desconsoladamente, "llorar no soluciona las cosas, pero sí desahoga" eso era lo que yo pensaba. Y me inventé una frase para animarme a mí misma, "llorar es la libertad que tú mismo te regalas cuando estás triste". Mamá se echó novio, Eloy, y él con sus dos hijos se instalaron en casa, éramos cinco personas en total; Eloy, mamá, Pablo, Marcos y yo. Marcos era de mi edad y Pablo era dos años más pequeño. Mamá poco a poco fue superando lo de papá, y vio a esta como a su verdadera familia, pero yo no, yo pensaba que no éramos una familia, éramos como piezas de distintos puzles que nos empeñábamos en que encajaran. Aunque en el fondo, conecté bien con Marcos y Pablo y solíamos ir a jugar al desván los tres juntos. Aquello era lo único que me hacía despejar la cabeza y dejar de pensar un poco en papá y en aquel colgante roto por la mitad. Aunque eso solo me duró unos años. Conforme iba creciendo, más mayor me hacía, más ganas de saber la verdad, más madurez y más dudas y dudas.

Un día, ya con catorce años, Marcos vino a despertarme a mi habitación, uno de sus muchos "buenos días princesa" me hizo abrir los ojos en aquella mañana soleada. Esos cinco años junto a Marcos y Pablo me habían hecho superar mi tristeza y mi nostalgia hacia papá. Ahora sí que éramos como hermanos de verdad, ahora sí que éramos piezas de un mismo puzle que encajaban a la perfección.
Le sonreí a Marcos al ver mi rostro reflejado en sus ojos color miel y llenos de fuego en el interior, tan vivos que eran pura pasión. Él me dijo: "¿subimos al desván? Hay algo que quiero decirte y me gustaría que fuese allí, donde en estos cinco años tanto nos hemos divertido juntos".
No es que llevara mi mejor imagen, mis ojos verdes estaban apagados y dormidos, sin vitalidad alguna, mi larga melena ondulada y rubia estaba bastante enredada y alborotada, pero ¿qué más daba eso? No iba a ningún pase de modelo.

En cuanto subimos, me miró a los ojos, sin más, me soltó: "te quiero". Ahora ese fuego de sus ojos ardía con más pasión y mis ojos dormidos y apagados, despertaron y se encendieron. Nunca lo había pensado, si sentía por Marcos algo más que amor de familia o amistad... ¿Amor? ¿Sentía amor? ¿Por qué nunca lo pensé? Sí, algo de eso sí que sentía por él.
Poco a poco, su rostro se fue acercando al mío y ambos rostros chocaron en forma de beso, mi primer beso. No podía separar mis labios de los suyos... Sí, eso era amor, ahora me había dado cuenta.
Mientras nos besábamos, le di sin querer un golpe a un mueble, y sentí que algo me rozó el brazo, me separé de Marcos y miré a ver qué era. En el suelo vi un papel, ¿un papel? No, era una foto, parecía. La cogí. ¿¡Papá!? ¿Qué hacía papá al lado de esa mujer? ¡Y esa mujer estaba embarazada! Miles de ideas pasaron por mi cabeza en milésimas de segundo. Me recordó a las típicas películas en las que se encuentran una foto antigua y descubren toda la verdad y está la típica pulsera partida en dos o el típico colgante partido por la mitad que unen a dos familiares que fueron separados. ¿Podría ser que papá hubiese engañado a mamá y hubiera dejado embarazada a otra mujer y para no hacernos sufrir más de la cuenta se fue con ella a cuidar del bebé? ¡Claro! ¡Por eso el colgante, porque quería que en un futuro mi hermano y yo estuviéramos unidos! ¡Por eso el error, por engañar a mamá! ¡Y dejó la foto ahí para que cuando yo fuese mayor y pudiera entenderlo todo mejor la encontrara! Dios mío... Ahora todas las piezas del puzle encajaban.

Marcos y yo bajamos corriendo del desván y le enseñamos la foto a mamá, ella se quedó tan impresionada como yo. Los siguientes días los pasamos fatal, en clase se metían conmigo cuando me veían llorar. Solo tenía a una amiga, Laura, que me dijo esa frase que jamás olvidaré; "ellos se ríen de ti porque eres diferente, ríete tú de ellos porque son todos iguales". 

A Marcos le dije que no estaba preparada para estar con él porque estaba demasiado deprimida. Laura me ayudó a encontrar a mi padre y a mi hermano, pero no hubo resultado alguno. Internet, teléfono, empadronamientos, de todo, nada, no encontramos nada. Mi vida era... no era nada. La soledad en clase cuando todos me odiaban, Marcos, la foto, el colgante, los cinco años de mi pasado... Todo. Era demasiado para mí. Me quería suicidar, tuve una última esperanza de encontrar a mi hermano, pero las fuerzas se me agotaron, tal vez no era la decisión más correcta, pero sí la que en ese momento necesitaba.

Escribí una nota de suicidio, en la que me despedía uno por uno y terminada con esa frase que tanto me dolió escribirla y aceptarla: "estaré realmente viva cuando muera".
Me fui al puente de mi ciudad, con el fin de acabar con todo de la forma más fácil y sencilla para mí. Me dolía dejar a Marcos, cuando los dos nos queríamos, a Laura, mi única y mejor amiga, a mamá, a Pablo, a Eloy... Esa última esperanza de encontrarme con mi hermano desapareció, tal vez era una locura, pero era lo que yo sentía. 

Me subí a la barandilla del puente, me senté, cerré los ojos a la vez que dos lágrimas cayeron como cascadas de mis ojos y recorrieron mis mejillas para desembocar en mis labios. Pensé en todo, en cada frase importante para mí durante esos cinco años, en mi pasado, en el colgante que llevaba colgado del cuello, en todo. "La otra mitad de este colgante le pertenece a mi mayor error como padre", "ellos se ríen de ti porque eres diferente, ríete tú de ellos porque son todos iguales", "llorar no soluciona las cosas, pero sí desahoga", "llorar es la libertad que tú mismo te regalas cuando estás triste", "te quiero", "estaré realmente viva cuando muera". Cada frase retumbaba en mi cabeza, me levanté y me puse en posición de saltar, cuando algo me golpeó la espalda.

Me giré y vi una pelota en el suelo, y a su lado, unos pequeños pies que venían corriendo. Levanté la mirada y vi a un niño pequeño, que me sonreía y me decía "perdón, oye, ¡ese colgante es igual que el mío!" ¿Cómo se puede echar de menos algo que nunca ha ocurrido? Yo echaba de menos estar con ese niño. Ahora lloraba más que nunca, y sonreía como una tonta. Mi última esperanza, esa que busqué durante tanto tiempo, estaba ahí, tal como la imaginé, y con su respectivo colgante con la mitad de un óvalo rojo colgando de él. 

¿Casualidad o destino? Yo siempre creí en la fuerza del destino, y en que las cosas siempre ocurren por una razón, nunca creí en las casualidades, y por todo esto, siempre mantuve mi última esperanza, esa que encontré al final del oscuro túnel que yo consideraba sin salida.

P.D: no os preocupéis por mí, ahora la "Sandra deprimida" de antes, es la "Sandra más feliz del mundo". Estoy con Marcos, estamos juntos. Vivimos los cinco juntos como siempre, papá le pidió perdón a mamá, y aunque ella está aún algo enfadada, me dio permiso para que de vez en cuando fuera a casa de papá a visitarle a él y a mi hermano Víctor. Todos estamos más unidos que antes, Laura y yo seguimos siendo las mejores amigas del mundo, la gente de clase ya me trata mejor, y aún llevo ese colgante que siempre me recordará a esa última esperanza a la que gracias a ella, hoy estoy viva.

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