El viento me traía de nuevo esos dulces recuerdos. Dejaba un
rastro de nostalgia que se abalanzaba sobre mí, y me mostraba la imagen de una
niña, fiel a su sonrisa y amiga de su alma emprendedora, bella y bonita, como
tan pocas existían. Ella era tan grande como sus sueños y tan fuerte como sus
ganas de amar. En ocasiones sonreía y reía en momentos al azar. Posiblemente la
verías en alguna plazoleta, ignorando balones y coleccionando piedras. Tal vez
te mirase fugazmente. Es muy probable que se fijara en ti. Le gustaba fijarse
en la gente y que la gente no se percatara de ello. Era observadora, pero sabía
cómo mantener en silencio sus observaciones. Era tímida, pero si le dabas la
mano no se negaba a mostrar amor en su rostro.
Sabía cómo tratar, sabía cómo jugar, sabía elegir el camino.
Qué tanto le gustaba andar por aquel puerto, tapizado de antigua madera. Cómo
adoraba ser testigo del olor familiar que allí se respiraba. Y ese pequeño
barco, del que tan inocente niño bajaba... A los brazos de su padre se lanzaba,
"papá, cuánto te quiero. Papá, cuánto te quiero". Qué bonita que era
la vida y qué hermosos los pájaros que surcaban los cielos reflejados en el mar.
Qué ignorantes aquellos que no vivían en su mente, qué desafortunados aquellos que no andaban con sus zapatos. Qué envidiosos debieron
ser, de haberla conocido.
Solía vivir en un mundo diferente, aquel que encontraba en los libros. A veces pasaba ratos en otros, que ella misma creaba. Sabía que eran mundos distintos, pero siempre encontraba la manera de unirlos, porque para ella no merecía la pena salir a la calle si no llevaba unas cuantas páginas consigo.
La consideraban rara por tener otras ambiciones, otras adicciones, por dejar que la comida se enfriara mientras se perdía entre los renglones de cualquier verso, por cambiar los dibujos por las palabras.
Qué bonita era la luna y qué afortunadas las estrellas, que podían hacerle compañía en las noches frías de invierno.
Sabías que era ella porque nunca tenía prisa, porque siempre miraba hacia el suelo, buscando las huellas de sus pies. Sabías que era ella porque cuando los demás corrían al parque, ella corría a la biblioteca. Sabías que era ella porque sus ojos lo contaban, porque sus manos lo confirmaban, porque un libro en sus manos se convertía en tesoro.
Qué maravilloso momento cuando la brisa del viento invitaba a las hojas de los árboles a bailar. Qué precioso que era ver cómo se enredaban en una danza que podía prescindir de melodía, porque se sustentaba de la suya propia.
Ella no era perfecta, pero por Dios que era admirable.
De mayor, ella quería ser como yo...
Y yo, yo ojalá volviera otra vez a ser ella.
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