sábado, 23 de julio de 2016

El invierno te trae de vuelta

Son las diez de la mañana. Salgo de mis sueños y posteriormente de mi cama. Con dificultad, pues estoy aturdida al despertar, me pongo mis zapatillas, esas que tienen forma de oso y que compré intentando ganarme a la niña que aún llevo dentro. Con costosos pasos consigo llegar a la cocina. Decido preparar té, porque el café ya lo aborrezco desde hace algún tiempo. Desde que te llevaste su olor contigo al marcharte.

La lluvia azota con furia el cristal de la ventana. Fuera, el frío amenaza con congelar todo lo cálido, de la misma forma que lo hace conmigo aquí dentro. Debo asumir que comienza otro día para acabar de la misma forma que todos los demás. Vuelve a hacer frío. Vuelve a llover. Nada va a cambiar. Es invierno y el sol no me quema. Las persianas siguen estando mal bajadas y la puerta permanece firmemente cerrada. La leña encendida y el fuego de nuestro amor hecho cenizas.

Pero es en invierno cuando los recuerdos amenazan con volver a mi mente. Cuando sueño con que nada hubiera terminado, que sólo hubiera pasado y aún hoy siguiese pasando. El invierno te trae de vuelta. El invierno me trae de vuelta el sabor amargo de tus besos confundidos, el roce de tu piel indecisa, el aroma de tu fugaz compañía, la dulzura de tu voz pasajera y el recelo de tu mirada soñadora. Pero todo son recuerdos.

Yo no decidí que te marcharas, y nunca lo hubiese querido. Hubiese deseado que hubieras sido un amor de verano. De esos que se encuentran en la playa y que hacen que el sol haga que tu castaño oscuro se torne a un rubio inconfundible, y no es una tontería. Hubiera querido perderme contigo entre las olas y ni siquiera pisar la arena del fondo. Tocar fondo contigo como la primera opción. Llegar hasta el final y perder la razón.

Pero el verano quedó ya muy lejos y el invierno es lo que me queda. Es cierto, te marchaste y no volverás. Lo recordaré y volveré a convencerme de que no hay reparo alguno, como hago cada invierno. Otro más. Otra vez más. Me tomaré el té. Pasaré el día viajando al pasado y quizás esta noche, mientras yo duerma después de horas de intento, tú también me recuerdes fugazmente por primera vez en mucho tiempo.


Loes

jueves, 21 de julio de 2016

Mi guitarrista

Iluminaba una triste farola la oscura calle por la que yo caminaba. Respiraba mi espíritu tras las cadenas encomendadas por mi alma. Soñaba mi corazón con encontrar una salida de puerta grande. Campos y flores que reinaran en él. Pájaros que hicieran de reyes. Un sol que cantara mil canciones y una luna que recitara diez poemas cada noche. Pero la luna es testigo del llorar del mar, y no le hace falta decir nada para hablar de él. Por eso, quien recuerda la luna, recuerda el mar. Por eso, si me acuerdo de la sombra de la luz de aquella farola, me acuerdo de la primera vez que te vi.

Un primer acorde de tu guitarra fue lo primero que me hizo saber de ti. Un par de quejíos flamencos para acabar. Y si era cierto que estaba triste, en ese momento volvía a ser feliz. Y si era verdad que en los días de invierno la lluvia reinaba en el cielo, confiaría en que alguna vez saldría el sol. No me habías mirado a los ojos y ya soñaba con tu mirada. Sería tan irónico bailar ballet en la playa, como asegurarte que desde esa noche te empecé a querer. Puedes tomar las ironías o puedes dejarlas pasar.

Lo que sé seguro es que mi camino estaba en ti, y no me preguntes si soñaba. Porque tú implicas sueño. Tú alejas la realidad de mí. Como un artista que se deja los ojos en los mejores cuadros, tal vez como un suicida mira por última vez su puente. Así me hacías sentir. Tan cerca, pero a la vez tan lejos, como diciembre y enero.

No sé si podrías comprender que tú eres mi salida, mi campo con flores que reinan en él. Donde los pájaros hacen de reyes. Donde el sol canta mil canciones y donde la luna es aun más bella. No sé si sabes, que tal vez debería aprender a tenerte menos ganas.

Pero, te aseguro, tu guitarra te lleva ventaja. Cuando eres tú el que canta, sólo es música, y no soy yo la que te inspira. Escucha a tu guitarra cuando la tocas. Ella sabe que en ese puzle falta una pieza, y quizá no la menos importante. Está en ti descubrir de qué se trata. Está en ti seguir los consejos de tu música. Porque habla por ti. Porque tal vez todavía eres feliz sin mí, pero hoy tu guitarra tiene tristes los bordones.



sábado, 9 de julio de 2016

Yo seré ella

Me resulta abrumador pensar que hay algo más allá de tu risa. Me es esencial intentar encerrarme tras las rejas de tus ojos y hacerme dueña de tu cautiva mirada. Mis sueños giran en torno a ti y mi alma te sigue sin un camino definido, sólo siguiendo a la tuya.

Cuéntame tus miedos. Cuéntame tus fantasías. Quiero escuchar tus historias, quiero oír tu risa y calmar tu llanto. Sé que a veces es muy difícil andar sin encontrar un banco donde sentarte. Sé que a veces es complicado esperar tu turno cuando eres el último de la fila. Estamos hablando de los caprichos de la vida. Sé que cuesta tener el valor, la fuerza, el coraje suficiente. Pero sé quien eres. Te conozco muy bien. Y sé que tú puedes con las mil tormentas que se te pongan delante.

Yo, sin embargo, no estoy tan lejos de la debilidad. A mí me haces falta tú. Lo que me queda es seguir tus pasos, confundirme entre la gente al caminar y confiar en que estarás al final de la calle esperándome con los brazos abiertos, y que para cuando yo llegue, aún no te habrás ido.

Me escondo entre brumas y no soy capaz de salir a llamarte. Le doy la mano a mi cruel destino y me dejo llevar por los senderos hacia donde me guía. Nunca estás. Nunca te cruzas. He de esperar, o tal vez he de buscarte. No, no me atrevo. No sé qué quieres, no sé si te costará recordar mi nombre o si quizás te acordarás de mis apellidos.

Una vez dijiste que deseabas tener un compromiso, una de esas chicas que te mire a los ojos cuando hables, que entienda tu mirada y no se pierda en tus palabras. Una mujer que comparta tus miedos, si los tienes, y que ría tus gracias. Que te acompañe en tus paseos nocturnos de calle en calle y que cambie los semáforos en rojo al verde de tus ojos.

Tal vez haya millones de mujeres así, y probablemente miles de ellas se crucen en tu camino. Pero, créeme, yo seré la primera, y no perderé el autobús. Tal vez vaya en tren. Pero seré la primera en cruzarme contigo. Una vez me dijiste que te enamorarías de la mujer que comprendiera que amarte era en serio y para siempre. Yo seré ella.


martes, 5 de julio de 2016

Mi estrella

Llegaste y te fuiste. Un pensamiento fugaz, instantáneo. Apareciste y desapareciste. Sin tiempo para reconocerte, pero tampoco para olvidarte. Pasaste como una estrella fugaz.

No pude verte claramente, tu presencia se desvaneció en un instante y sólo me quedó vivir del vago recuerdo que tengo de ti. Un recuerdo demasiado bello para ser real, demasiado increíble para ser de este mundo. 
Claramente esa noche no fue igual que las demás, tú cambiaste algo en aquel lugar vacío, dónde sólo se conocía la oscuridad.

Durante el corto tiempo que iluminaste aquella noche me hiciste la persona más feliz, sin duda no volví a ser la misma desde entonces, algo se encendió en mi interior y me enamoré perdidamente de tu figura.

Capturaste mis cinco sentidos y te hiciste creador y dueño del sexto. Alguien sin identidad que se mudó al ático de mi alma sin siquiera saberlo. Alguien del que todos hablaban cuando me preguntaban por la razón de mi ilusión repentina, aquella que dejaba huella en mis labios y marca en mi corazón.

Y tal vez confundí ser tu amiga con amar, pues eras mi fiel amigo, y quizás confiabas en que nunca me enamoraría de ti. Pero esa noche, y espero que me entiendas, por un par de segundos y un instante, observé detenidamente tus ojos, y por primera vez, me sentí parte de aquel azul. Espero que comprendas, que esa noche yo me sentí viva en tu mirada.

Que si me dabas la mano y caminabas, yo desplegaba mis alas y volaba. Que si te acercabas a mi cuerpo, éramos capaces de compartir el respirar, y eso me bastaba. Sentir tu respiración y notar tu cuerpo al lado del mío era motivo más que suficiente para estar a salvo del llanto, de la desesperación, de todas aquellas cosas que pasaban por mi mente cada vez que tú no estabas conmigo, a mi lado, esperando que me fuera, o tal vez que me quedara para siempre un poco más; lo que yo hubiese querido.

No sé, quizás esa noche soñé demasiado con tu nombre. Quizás no me quisiste tanto, y tal vez yo te quise un poco más de lo normal y siempre más que suficiente. Esa noche te sentí demasiado cerca. Me sentí tuya y quise hacerlo realidad. Que te enamoraras de mí era un sueño tan bonito como inalcanzable. Quise intentarlo, demostrarte que podía ser alguien más para ti, que podía darte aquello que no tenías y enseñarte todo aquello que aún no conocías.

Esa noche, por un momento, fuimos el uno del otro, aunque tal vez sólo fuese así en mi cabeza. Ahora quisiera decirte la verdad, que ser tu amiga me supo siempre a poco y que me encantaría ser mucho más. Que ojalá todas las noches fuesen como aquella y que por favor te quedaras conmigo y me besaras como nunca jamás. Pero lamentablemente creo que ya es demasiado tarde. Tu figura ya no se distingue entre las demás estrellas y la estela que en el cielo dibujabas no volverá a guiarme.

Es hora de despertarme del sueño, y bueno, dejar de mirar al cielo y mirar sólo una vez, sólo un minuto, el suelo que bajo mis pies me indica mi nuevo camino, uno más, para llegar a mi nuevo destino, otro más. Y quizás algún día vuelvas a cambiar tu ruta, quizás vuelvas al mismo punto del cielo donde nos conocimos por primera vez y nos hicimos amigos, o tal vez donde yo me enamoré de ti. Tal vez tú lo hagas algún día, o no. Sea lo que sea, lamento que para cuando regreses, yo no estaré aquí para pedirte un deseo.

Puso la mano en el espejo y se...

La niña de mis recuerdos
Puso la mano en el espejo y se enfrentó a la imagen de una niña, tan fiel a su sonrisa.
Ella era tan grande como sus sueños, y tan fuerte como sus ganas de alcanzarlos. Adoraba caminar por aquel puerto. Qué bonita que era la vida, y qué hermosos los pájaros que surcaban los cielos reflejados en el mar.
Era ella porque un libro en sus manos se convertía en tesoro. Qué desafortunados aquellos que no andaban con sus zapatos. Qué envidiosos debieron ser, de haberla conocido.
Ella no era perfecta, pero por Dios que era admirable. Qué bonito momento, cuando la brisa del viento invitaba a las hojas de los árboles a bailar. Qué maravillosa danza, aquella que se sustentaba de su propia melodía.
Quitó la mano del espejo y aquella niña regresó a sus recuerdos, dejando el imborrable reflejo de una mujer.
                                                                                                                                              

                                                                                                                                                    Loes


Aquel niño
Puso la mano en el espejo y se aseguró de que aún conservaba aquellos recuerdos teñidos de blanco y negro.
Fiel amiga de aquel niño, su razón de ser se forjaba de su mirar, y su alma se regocijaba en su sonreír.
Y su barco, tan compañero de las olas del mar. Con él, aquel niño partió un día, hacia ninguna parte, rumbo hacia ningún lugar. ¿Cuál era la razón de su llorar?  Sin embargo, él de ella se olvidaba, y ella, a ratos, solía no poder olvidar.
Aquel niño que un día se decidió a navegar, en un hombre se convirtió. Tal vez conservaba su mirada, o quizás hubiese cambiado su forma de caminar.
Aquel mismo hombre, que detrás de ella estaba, le apartó la mano del espejo, la acogió entre sus brazos, y su eterno beso se reflejó tímidamente en el nostálgico cristal.

                                                                                                                                                    Loes



En el mundo de los soñadores
Puso la mano en el espejo y se decidió a apostar, porque el reflejo de sus ojos le devolvía algo más que su soñadora mirada, porque en la historia de su guerra había páginas en blanco para muchas batallas más.
Porque la luz del sol es infinita, y porque la luna es testigo del llorar del mar.
Incluso antes de arriesgar, él ya caminaba por las mismas calles. ¿Por qué no probar ahora el besar bajo la lluvia? ¿Por qué no perderse ahora en una pequeña ciudad?
Si mil noches son de sueños, sólo una es de tormenta. Y si sonara música, él se pondría a bailar. Posiblemente acompañaría a alguna bailarina, y tal vez la invitaría a un par de copas en algún boulevard.
Porque en el mundo de los soñadores todo vale. Porque los soñadores, sólo soñando, ya saben que pueden ganar.

                                                                                                                                                    Loes