El amor te hace débil.
Se te va metiendo dentro hasta calarte por completo
y hacer fallar todos tus órganos,
los más importantes, el cerebro y el corazón,
y mata una a una todas las defensas de tu cuerpo.
El amor, cuando duele,
hace de ti una muñeca de trapo a la que zarandea
y puede tirar por la ventana cada vez que se le venga en gana.
Te pone el rostro pálido, la piel fría,
la garganta al borde del llanto desconsolado.
El amor te hace preguntarte las cosas mil veces
porque ninguna respuesta llega a convencerte,
siempre hay dudas, rincones inciertos,
encrucijadas con nombre propio.
El amor saca las inseguridades de su escondite
y las empuja por un barranco,
dibujando un perfecto espectáculo
que todos se acercan a ver entre miradas atónitas e incrédulas.
Pero el amor también te hace valiente,
porque tiene una fuerza tan grande
que mueve todo tu ser para conseguir la victoria.
También te hace feliz,
y te permite tocar el cielo con la punta de los dedos.
El amor es un arma de doble filo,
mucho cuidado con cuál permites que te apunte.
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