No soy una chica normal. Escucho piezas de piano mientras escribo y me hacen temblar a la par. Te miro y sonrío por dentro todo lo que no sonrío por fuera, aunque tú probablemente no te vayas a percatar nunca de ello. Abrazo como si me quisiera romper y de hecho lo puedes hacer con un solo dedo. Hablo peor que callo e intento acariciar mejor que escribo, aunque a veces no me sale bien. Me quedo contigo como si al reloj le faltasen horas y las que le sobran siempre las empleo en estar conmigo, y al resto que le jodan. Miro a la luna cuando tengo ganas de viajar, y a las estrellas cuando echo demasiado de menos a alguien que ya no está. Ando de puntillas por la simple precaución de que no me escuchen, y afino bien los oídos para escuchar a los demás cuando lo necesiten, aunque a veces mire hacia otro lado y pueda parecer que no me importa. No conecto con casi nadie, pero cuando lo hago siento dentro la fuerza de cien mil millones de bombas, que al final casi nunca llegan a explotar. Soy una niña que te abraza fuerte para que no te vayas, pero si lo haces te escribo un poema y te digo adiós. Renazco con los atardeceres y con los besos atropellados entre bocas medio cerradas. Coso sola mis propias alas cuando se parten en dos. Tengo tres candados en la puerta de mi vida para que nadie entre, pero cuando quieren salir me cuesta lo indecible abrirla. Quiero como si fuera el último día del año y no quedaran más en el calendario, pero es algo que normalmente sólo sé yo. Y a mí me quiero como al último texto que fuera a escribir sin previo borrador para que tú lo leyeras. Y no, no quiero ser normal, porque si lo fuese, igual ya no sería yo.
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