miércoles, 24 de junio de 2015

Copos de nieve (1º parte)

¿Y si París no resulta ser tan especial después de todo? ¿Y si la torre Eiffel no resulta ser el máximo símbolo del amor? ¿Y si un café sabe mejor en Londres, o una canción suena más bonita en Italia? Son preguntas que se hace de repente, que le afloran en su pensamiento, creyendo que la respuesta a todas ellas es la afirmación de las mismas, aunque antes pensara que París era la ciudad más bonita y más maravillosa del mundo entero. Y es que Zoe no está muy emocionada después de que su madre le dijera que las vacaciones de invierno las pasaría en la casa de su abuela, en París. No es que no le guste estar en compañía de su abuela, es simplemente que no quiere conformarse con escuchar el tic tac de su viejo reloj, el cual tiene colgado en la pared del salón como si fuera un trofeo importante o algún objeto valioso del que poder sentirse orgulloso, no quiere cambiar el olor de su habitación por el olor a madera quemada que desprende la antigua chimenea de la casa de su abuela, no quiere rechazar la oportunidad de poder estar con sus amigos en las vacaciones, de poder hacer muñecos de nieve con ellos en algún lugar de Quebec. Porque a pesar de que ya tiene dieciséis años, su sueño en invierno sigue siendo moldear la nieve hasta ponerle forma de muñeco, tal y como siempre lleva haciendo desde que tenía tres años cuando se mudó a Quebec.

Pero aun así, trata de sacar lo positivo, o al menos lo que menos se parece a lo negativo, y recuerda que aún le quedan algunos juguetes en casa de su abuela de cuando era pequeña, ya que antes de cumplir los tres años vivió allí. Piensa que tal vez podría echarle un ojo al baúl de los recuerdos y también ver fotos antiguas, de ella cuando era pequeña, de cuando aún no tenía que preocuparse por pensar antes de actuar, ni tenía que pedir disculpas por haber dicho algo que no tenía que decir.

Resultado de imagen de copos de nieve realesLlega el iniverno y con él, las vacaciones, hace la maleta en menos de un día y el primer día de vacaciones, ya está sentada en un tren de camino a París, mirando por la ventanilla cómo caen los primeros copos de nieve. Se abraza a su maleta porque ya empieza a hacer frío y se echa en su asiento, a los minutos, un chico alto y de pelo rubio, más o menos de su edad, le ofrece una taza de té, pero para cuando lo hace, Zoe ya está profundamente dormida.

Es el mismo chico alto de pelo rubio quien le despierta al llegar a la estación de París, diciéndole que es conocido de su abuela, su vecino del barrio exactamente, y que la acompañaría hasta allí para indicarle el camino. Zoe se extraña de que él viaje en el mismo tren, y se lo hace saber mientras descubre que los ojos de una persona pueden ser azules y verdes al mismo tiempo.
-Bueno... Es que tengo familia en Quebec, dos tíos y tres primos, y decidí visitarlos la semana pasada- dice él tímido, fijando su mirada en los copos de nieve que fuera siguen cayendo.
-¿Antes de las vacaciones?
-Bueno, sí, pedí permiso a mis padres, y ellos a la escuela, y pude viajar- dice ahora fijando su mirada en los oscuros ojos de Zoe.
-Si vas a acompañarme a casa de mi abuela, tendré que saber por lo menos tu nombre, ¿no? Yo me llamo Zoe.
-Eso no importa.
-¿Y entonces qué es lo que importa?
-Aún no lo he descubierto, y si lo he hecho, no sabría decírtelo.
Zoe se extraña aún más, no sólo por el hecho de lo extraño que es el chico, y la forma tan rara en la que habla, sino porque la gente la observa como si fuera una aguja extremadamente brillante que se encuentra en un pajar extremadamente oscuro. Tiene la sensación de estar haciendo algo fuera de lo normal, cuando en realidad sólo está saliendo de un tren, hablando con un chico que curiosamente, habla de forma extraña y queriendo embellecer sus frases.

Andan tranquilos por las mojadas calles de París, sin prisas, conversando sobre distintos temas, algunos de los cuales son la nieve que ese día cubre las casas de París, o el frío que se incrusta en los huesos como un puñal se incrusta en el corazón. Siguen hablando y hablando sobre temas relevantes y un tanto comunes, pero cuando Zoe intenta de nuevo que le diga su nombre, él hace oídos sordos, y también igual cuando intenta sacarle información acerca de dónde vive o cómo conoció a su abuela.

Llegan diez minutos más tarde, y él le explica que debe regresar a su casa, y le dice que ya se verían en otra ocasión, ya que ahora, iban a ser vecinos durante el invierno. Antes de que se marche, Zoe puede observar de nuevo la mezcla entre azul y verde que tienen sus ojos, y cuando ya está totalmente segura de que tienen ambos colores, se despide de él con un simple "hasta otra" y se da la vuelta en dirección a la puerta de la casa de su abuela, quien, al llegar y abrir la puerta, la aplasta en sus viejos y aunque no débiles brazos.
-¡Mi niña! ¡Por fin estás aquí de nuevo! -le grita al oído casi tan fuerte que Zoe cree que se le han roto los tímpanos.
-Hola, abuela, ¿cómo estás?
-Ahora que estás tú aquí acompañándome, ¡mejor que nunca! Dime, ¿cómo has encontrado la casa? ¿aún recordabas el camino?
Zoe abre la boca para contarle que un chico alto y rubio sin nombre la ha acompañado, pero por alguna razón no emite ningún sonido, no sale ninguna palabra, e instantes más tarde, comprende que esa razón es que algo dentro de ella le dice que lo de ese chico, debe guardárselo para sí misma, entonces traga saliva, se recupera, y simplemente responde que sí.

Sube a su antiguo cuarto para dejar sus cosas, luego recorre toda la casa para comprobar que está exactamente igual que hace trece años. Llega al salón y ahí está, el dichoso reloj, entra dentro y ahí está, el insoportable olor a madera quemada de la chimenea. Entonces piensa que realmente va a necesitar mucho salir a la calle a hacer muñecos de nieve con el chico sin nombre, aunque al instante siguiente, cae en la cuenta de que a lo mejor a él no le gusta hacer muñecos de nieve, y que tampoco sabe exactamente donde vive, ni tiene su número de teléfono, ni ninguna forma para contactar con él.

Pasan los días y cada vez el tic tac del reloj se hace más fuerte y persistente, y el olor a madera quemada de la chimenea más insoportable. Le gusta hablar con su abuela, pasar el tiempo con ella, pero de vez en cuando necesita subir a "su habitación" para sumergirse en alguno de sus libros que tanto le gusta leer. También sale a la calle a hacer muñecos de nieve, pero no es lo mismo hacerlos sola, así que siempre se vuelve a casa dejándolos a medio hacer. Hasta que un día por la mañana, cuando se despierta, mira por la ventana sorprendida porque aún siguen cayendo copos de nieve, y se da cuenta de que el muñeco de nieve que dejó a medio hacer ayer, sigue ahí, y no sólo eso, sino que también está terminado. El tiempo que se tarda en responder una pregunta retórica es el tiempo que ella tarda en pensar que puede ser el chico sin nombre el que lo haya terminado de hacer, la posibilidad es una entre un millón, y ella lo sabe, pero tiene la certeza de que lo que ha pensado, es lo correcto, y lo puede confirmar cuando lo ve aparecer con una bufanda en la mano, la cual se la enreda en el cuello al muñeco de nieve. A la velocidad de un rayo, Zoe abre la ventana y justo cuando va a gritar, se da cuenta de que no puede gritar ningún nombre porque aún no sabe cuál es el suyo, así que piensa en otra manera de llamarlo, e inmediatamente, recoge con sus manos un montón de esos copos de nieve que han caído alrededor de la ventana y los hace una bola, y a continuación, se los lanza a la altura del hombro; intento número uno fallido. Él se da la vuelta y camina a paso ligero, pero antes de que doble la esquina de la calle, Zoe consigue darle con otra bola en la espalda, en este intento sí acierta. Entonces, él se gira, mira hacia arriba, y la ve, y lo cierto es que, no puede evitar dibujar una sonrisa en sus labios al verla.
-Hola, Zoe- dice sin dejar de dibujar la sonrisa en sus labios.
-Llevaba días esperando poder verte para que me dijeras tu nombre, pero no has aparecido.
-¿Por qué te interesas tanto en saber mi nombre?
-Porque es el primer paso para conocernos.
-Te equivocas, el primer paso para conocernos es que bajes aquí conmigo y termines el muñeco de nieve que empezaste ayer.
-¿Cómo lo sabes? Además, ya lo has terminado tú.
-Lo sé porque te he estado observando cada día, y si de verdad quieres conocerme, no me preguntes todavía por qué lo he estado haciendo. Tienes razón, ya lo he terminado yo, pero, podemos hacer otro juntos, ¿qué me dices?
Zoe no responde, y él sabe que es porque no hace falta una respuesta. Desaparece de la ventana y la cierra, y sabe que es porque está bajando las escaleras. Zoe las baja tan rápido como le permiten sus piernas y sale a la calle, donde, en décimas de segundo, se reúne con él. Minutos más tarde ya tienen su muñeco de nieve terminado, y entonces siente que ya no tiene la necesidad de preguntarle si le gusta hacerlos.
Están simplemente mirándose a los ojos, ella, por una parte, termina de descubrir toda la totalidad de la mezcla entre azul y verde, y él, por otra parte, empieza a descubrir destellos de claridad en su masa de oscuridad. Sobran las palabras, están de más los gestos. Empiezan a comprender el verdadero sentido que tiene la frase "una mirada lo dice todo", cuando de repente, Zoe siente de nuevo esa mirada extraña de la gente hacia ella, esa sensación de estar haciendo algo fuera de lo normal, algo que las demás personas no logran comprender qué es. Es cuando él, por primera vez en esa mañana, desdibuja su sonrisa y le dice:
-No es por ti, es por mí.
-¿Qué?
-Si no te digo cuál es mi nombre, ni te cuento nada de mi pasado, es precisamente por esto, por la reacción de la gente al verte conmigo, y si te contara la razón, nunca me creerías.
-Sí lo haría, ¡tan sólo inténtalo!
-No puedo.
-¿Qué puedo hacer para que puedas?
-Quedarte conmigo.

Siguen pasando los días, y para ella, esta vez parecen siglos. Sigue sin comprender por qué la gente la mira de forma tan extraña cuando está con el, y por qué luego la miran tan normal cuando está sola. Empieza a pensar que verdaderamente está en una especie de sueño, y desearía despertarse si no fuera porque entonces jamás volvería a ver su sonrisa y esa extraña mezcla en sus ojos.
A medida que el tic tac del reloj sigue llamando la atención, y el tiempo sigue avanzando, Zoe empieza a comprender el verdadero significado de la frase "quédate conmigo". Y empieza a sentir que no lo va a hacer para que él le cuente la verdad, sino porque sencillamente necesita hacerlo, necesita quedarse con él.

Y en esta parte de la historia es en la que a ella le toca ser valiente e ir a buscarle, en cada calle de París, en todos los alrededores de la calle donde hicieron el muñeco de nieve, hasta que tras dos horas y a punto de darse por vencida, lo encuentra sentado en una esquina, va hacia él y le tiende su mano, para decirle que se levante sin necesidad de usar palabras. Él la toma y se levanta, y cuando están de pie, uno frente al otro, es cuando se vuelven a mirar a los ojos, pero esta vez no de pasada, o solo de refilón para comprobar el verdadero color que tienen, esta vez se clavan la mirada, esta vez se desnudan con la mirada, provoca uno un incendio en los ojos del otro. Y cuando el incendio está en su máximo peligro, cuando las llamas son incontrolables, justo en ese momento, es cuando de repente, por alguna razón, la mirada que mantienen se desvanece, se rompe, y es justo ahí cuando los ojos de él se fijan en los labios de Zoe, y los ojos de Zoe, en los labios de él. Y cu
alquier centímetro que separara a sus labios, simplemente desaparece, ya no existe, y curiosamente se produce un terremoto en sus labios al chocarse, un terremoto que difícilmente se va a parar. Pero es como si dentro de ese terremoto, se protegieran el uno al otro de los posibles edificios que pudieran caer, se sobrecogen, se acarician, se cuidan mutuamente. Y poco a poco el terremoto se hace más leve y más pasajero, a la vez que ambos empiezan a entreabrir sus ojos que antes estaban cerrados para no ver cómo el terremoto destruía sus labios, ya no sienten la necesidad de protegerse, porque ya no es necesario, y entonces, milímetro a milímetro, sus labios se empiezan a separar, recuperando de nuevo la distancia entre ellos que antes había desaparecido, y justo al final, la mirada que se desvaneció, revive, sólo que ahora no está llena de fuego de ningún incendio, sino del amor de un beso.
-¿No te parece ésta la manera correcta de quedarme contigo y una buena razón para que me lo cuentes todo?- se atreve a preguntar con el débil hilo de voz que le queda después del incendio y del terremoto.

lunes, 22 de junio de 2015

El impacto de una piedra al caer al río

¿Qué os sugiere esa frase? El impacto de una piedra al caer al río. Quizás, a mí, en otra ocasión, se me hubiera pasado por la cabeza la imagen de una cascada, inundada por cientos de litros de agua, la cual esconde a una pequeña piedra de la luz del sol y del movimiento del viento, quien desciende cada vez a más velocidad, preparándose para el inminente final; impactar contra el agua del río, sumergiéndose muy hondo hasta volver a impactar una segunda vez pero con la arena del fondo del mismo, y una vez allí, formar un pequeño agujero, donde se incrusta, mientras que la arena que antes tapaba ese agujero, se expande alrededor de la piedra, rodeándola, al mismo tiempo que centímetros más arriba, en la superficie del agua, pequeñas ondas en forma circular se extienden por cada centímetro cúbico de la misma, hasta hacerse más grandes, y cuando ya se hacen grandes, poco a poco desaparecen hasta dar paso de nuevo a la tranquilidad de
la quietud del agua.

Pero no, en esta ocasión, esta frase a mí me sugiere algo menos superficial, algo más profundo. La verdad es que a mí se me viene a la cabeza una imagen donde yo soy la piedra, y lo que es nuevo para mí, es el río. Para ser más concreta, se me viene a la cabeza una imagen que jamás he vivido en hechos, tan solo la imagino. La piedra soy yo, cuando estoy naciendo, y el río es todo lo que me rodea, el mundo, que hasta entonces no lo había conocido. ¿Y el impacto? Tendría que preguntárselo a mi madre, o quizás a los médicos, o tal vez al pasado. No sé con exactitud cual fue el impacto en ese caso, pero sí sé cuales fueron las ondas producidas en el agua como consecuencia de él, que es entre otras cosas, la oportunidad y el hecho de poder estar hoy aquí, escribiendo esto, y reflexionando sobre las mil y una formas de las que se puede interpretar el impacto que crea una piedra, al caer a un río.

Y no sé si mi interpretación es la correcta, o si tan siquiera es válida, pero la verdad es que me da igual, porque no siempre los bancos están para sentarse, ni tampoco las plumas para escribir.


domingo, 21 de junio de 2015

Pensamientos sin importancia

No me dio tiempo de contar hasta tres cuando de nuevo, una vez más, me puse a pensar en esas cosas que a veces parece que tienen sentido y otras veces, que son pensamientos sin importancia.
Esta vez debo decir que no pensé preocupándome por sacar alguna enseñanza, simplemente pensé para intentar sacar alguna conclusión, buena o mala. Y lo cierto es que no saqué una conclusión más que tanto lo bueno como lo malo forman parte de la vida, y es eso justo lo que la hace ser tan bella. Habrá gente que esté de acuerdo y gente que no, gente que piense que lo bonito de la vida es tener una elevada cantidad de dinero disponible, una casa grande con jardín y miles de caprichos cumplidos las veinticuatro horas del día, y gente que piense que lo bonito de la vida es llorar de tristeza o de alegría, caerse, equivocarse, hacerse daño, sufrir una pérdida o una falta de algo, luego sonreír, levantarse, aprender de los errores y recapacitar, curarse las heridas, y aprender a convivir con una pérdida o una falta de algo, o en otro caso, luchar por recuperar lo perdido o luchar por conseguir ese algo que falta.

En mi caso yo pienso que lo bonito de la vida es estar triste y estar feliz, ver como se marchita una flor y ver como florece otra. Ver a un bebé llorar al nacer, y verlo sonreír al estar en los brazos de su madre. Sentir amor y sentir que alguien te ha fallado. Creer ver el final y luego ver que se trata solo del principio, romper un papel en mil pedazos y luego unirlos con pegamento, calentar una taza de café y luego dejar que se enfríe, gritar de dolor y gritar de felicidad, ser joven y ser mayor, y lo que más bonito me parece de la vida, es que nos da la oportunidad de nacer, vivir, y morir.

Pero tan solo son eso, pensamientos sin importancia.

En el momento justo

Era oscuro el día en que se decidió a salir. Era temprano para la luna pero tarde para el sol. Aun así, creyó tener en sus manos toda la esperanza posible y tras dar tres pasos se situó en el corazón de su persistencia. Corrió hacia lo que más quería, pasando por alto cualquier pequeño detalle que intentara convencerle de hacer justo lo contrario. Corría tan rápido que a veces parecía que volaba. Puedo decir que tuve la buena suerte de poder verlo todo con mis propios ojos desde mi ventana, pero también debo decir que tuve la mala suerte de sentir envidia, porque no compartió conmigo esa esperanza, y también de sentir rabia, porque yo no fui capaz de correr también hacia lo que más quería. Pero cuando menos me di cuenta, él estaba corriendo más rápido, ahora sí que volaba,y lo que más me sorprendió, es que cada vez lo veía volar desde más cerca, fue entonces cuando me hice la pregunta, ¿qué es lo que más quería, hacia lo que iba corriendo?, entonces cerré los ojos.

No tuve la oportunidad de pensar la respuesta ni siquiera un segundo, porque nada más abrir los ojos, me encontré los suyos justo en frente de mí, mirándome fijamente, como si quisiera abrazarme con la mirada, como si realmente no existiera otra cosa más en el mundo que el verde de mis ojos.

¿Para qué pensar ya la respuesta? pensé. Si lo único que tenía que pensar es que ahora era a mí a la que le tocaba correr hacia lo que más quería, pero... No me hizo falta correr, ni siquiera dar un paso, porque lo que más quería, ya lo tenía delante.

Fue entonces cuando esa mirada se rompió, cuando se desvaneció en el aire que nos rodeaba en el momento justo en el que mis ojos se posaron sobre sus labios y los suyos sobre los míos, en el momento justo en el que cualquier centímetro que estuviera entre nuestros labios desapareció, justo en aquel momento, en el que mis labios se unieron a los suyos, y los suyos a los míos, y justo en ese momento, ya no me importó nada más, ni correr, ni volar, ni pensar. No me importó nada más que dibujarle en sus labios un beso con los míos y sentir que el mundo, dejaba de existir para siempre a nuestro alrededor.

viernes, 19 de junio de 2015

Un último suspiro

Recuerdo aquellas noches de verano como una gran huella en mi corazón, como una razón más para comprobar que mi juventud era realmente joven, como un miedo al que poco a poco fui capaz de echarle valor y mostrarle mi valentía. Lo recuerdo como un bonito paseo, como unos pasos más que me fueron situando cada vez más cerca de la meta, aunque esa meta, ni yo misma sabría decir cuál es, quizás aprender, quizás enseñar a otros lo aprendido, quizás hacerse mayor, o tal vez viejo. Lo que de verdad sé es que aquellas noches de verano junto a él fueron momentos de alegría en mi vida, a veces de tristeza por no saber comprender a qué se debía ese sentimiento. Incluso puedo recordar de qué color eran los muros que nos cubrían y nos ocultaban de los demás, que nos veían vivir nuestro amor secreto, puedo recordar el sitio exacto del cielo en el que se encontraba cada estrella que desde millones de kilómetros nos guardaba el secreto de vivir juntos ese amor se puede decir que prohibido. Esas noches de verano me enseñaron que no hay amores imposibles, sino amantes cobardes. Porque nosotros tuvimos el valor de soltar en un suspiro nuestro amor cada noche, a pesar de que sabíamos que si nos veían suspirar por amor, juntos... Dios sabe qué. Hoy ya no me queda más que volver a suspirar pero para soltar en forma de aire cada pensamiento que a la vez plasmo con estas palabras, no sé para quién, ni a qué lugar, pero suspiro cada vez más.
Nunca olvidaré esos ojos del color del mar, ni esa mirada azabache, tampoco la delicadeza de mis manos cuando se posaban sobre su cintura, para impedirle dar un paso más hacia la salida, para impedirle que abandonara esa calle, donde esos muros y esas estrellas nos habían protegido de nuestro amor secreto. Nunca olvidaré sus palabras antes de marcharse, ni tampoco el hecho de que al final, justo cuando dobló la esquina de esa calle, mi alma rodó hacia sus brazos, quejándose del dolor que sentía al estar sin ellos, dejando atrás miles de sentimientos rotos, o quizá era realmente yo la que se estaba rompiendo en mil pedazos con su despedida.
Aunque después de todo, después de esas noches de verano, a la llegada del invierno, logré descubrir la parte buena o quizás la parte que menos me hacía llorar, que menos me obligaba a dejar en cada lágrima que brotaba de mis ojos un trocito de todos aquellos en los que me rompí esa vez. Y es que tanto dolor me vale por tantos momentos de gloria, de paz a su lado. Porque jamás he sonreído como él me hacía sonreír con tan sólo darme un beso. Por él he perdido, pero por él también he ganado, y con eso es con lo que me quedo. Lo demás, todo lo que he perdido, los restos que me queda de eso, lo suelto en este último suspiro, cargado de humo al darle una calada al cigarro de mis recuerdos.

lunes, 1 de junio de 2015

El color de la ceniza

Noté algo extraño en tu mirar. Ya no llevabas ese brillo en tus ojos cuando me veías. Se me nubló el alma, llovió después. Si te digo la verdad, fue como una gran tormenta que inundó cada centímetro cúbico de mi corazón. Si intentaba ver algún rayo de sol, sólo podía ver nubes negras formando una gran capa en el cielo de mi interior. Si intentaba escapar, no podía porque el agua me cubría tras dar sólo dos o tres pasos. Supongo que en cierto modo era yo misma la que no quería escapar, porque no quería aceptar que estuviera lloviendo, o quizás que tus ojos ya no brillaban al verme, o tal vez que ya tus manos no temblaban al tocarme.

Algunas de esas estúpidas pequeñas cosas de las que tanto hablan, supongo. Entre ellas mi obsesión por volver a escuchar de tus labios mi nombre. Entre ellas mi ansia por volver a provocar un terremoto en nuestros cuerpos al abrazarnos. Sin tener en cuenta, que por más que lo quisiera, tú ya no sentías lo mismo, tus sentimientos por mí solo fueron un pequeño papel blanco, el que ahora está gris por las cenizas de tu corazón, porque lo has quemado, queriendo borrar lo único que te quedaba de mí.

He intentado ser fuerte, he intentado luchar por las grandes cosas, por las que se supone que son importantes. Pero es cierto eso que dicen de que son las pequeñas cosas las que te marcan. Porque me has marcado, porque has dejado en mí esa huella que jamás pensé que me dejarían. Porque no soy capaz de despertarme sin caer en la cuenta de que ahora eres feliz sin mí. Porque no soy capaz de acostarme sin acordarme de que ha pasado un día más sin estar a tu lado. Porque ahora soy consciente de que sin ti no puedo vivir, y que sin ti, las tormentas de mi alma jamás desaparecerán para darle paso al arco-iris que producías en mi interior cada vez que me abrazabas en aquella estúpida sala de cine.

Sí, es verdad, yo aún conservo ese papel blanco en el que están escritos mis sentimientos por ti, aunque, no te niego que a veces a mí también me dan ganas de quemarlo y mancharme del color de las cenizas que produzca mi propio fuego, hasta que fuera también gris, como el tuyo.