Pero aun así, trata de sacar lo positivo, o al menos lo que menos se parece a lo negativo, y recuerda que aún le quedan algunos juguetes en casa de su abuela de cuando era pequeña, ya que antes de cumplir los tres años vivió allí. Piensa que tal vez podría echarle un ojo al baúl de los recuerdos y también ver fotos antiguas, de ella cuando era pequeña, de cuando aún no tenía que preocuparse por pensar antes de actuar, ni tenía que pedir disculpas por haber dicho algo que no tenía que decir.
Es el mismo chico alto de pelo rubio quien le despierta al llegar a la estación de París, diciéndole que es conocido de su abuela, su vecino del barrio exactamente, y que la acompañaría hasta allí para indicarle el camino. Zoe se extraña de que él viaje en el mismo tren, y se lo hace saber mientras descubre que los ojos de una persona pueden ser azules y verdes al mismo tiempo.
-Bueno... Es que tengo familia en Quebec, dos tíos y tres primos, y decidí visitarlos la semana pasada- dice él tímido, fijando su mirada en los copos de nieve que fuera siguen cayendo.
-¿Antes de las vacaciones?
-Bueno, sí, pedí permiso a mis padres, y ellos a la escuela, y pude viajar- dice ahora fijando su mirada en los oscuros ojos de Zoe.
-Si vas a acompañarme a casa de mi abuela, tendré que saber por lo menos tu nombre, ¿no? Yo me llamo Zoe.
-Eso no importa.
-¿Y entonces qué es lo que importa?
-Aún no lo he descubierto, y si lo he hecho, no sabría decírtelo.
Zoe se extraña aún más, no sólo por el hecho de lo extraño que es el chico, y la forma tan rara en la que habla, sino porque la gente la observa como si fuera una aguja extremadamente brillante que se encuentra en un pajar extremadamente oscuro. Tiene la sensación de estar haciendo algo fuera de lo normal, cuando en realidad sólo está saliendo de un tren, hablando con un chico que curiosamente, habla de forma extraña y queriendo embellecer sus frases.
Andan tranquilos por las mojadas calles de París, sin prisas, conversando sobre distintos temas, algunos de los cuales son la nieve que ese día cubre las casas de París, o el frío que se incrusta en los huesos como un puñal se incrusta en el corazón. Siguen hablando y hablando sobre temas relevantes y un tanto comunes, pero cuando Zoe intenta de nuevo que le diga su nombre, él hace oídos sordos, y también igual cuando intenta sacarle información acerca de dónde vive o cómo conoció a su abuela.
Llegan diez minutos más tarde, y él le explica que debe regresar a su casa, y le dice que ya se verían en otra ocasión, ya que ahora, iban a ser vecinos durante el invierno. Antes de que se marche, Zoe puede observar de nuevo la mezcla entre azul y verde que tienen sus ojos, y cuando ya está totalmente segura de que tienen ambos colores, se despide de él con un simple "hasta otra" y se da la vuelta en dirección a la puerta de la casa de su abuela, quien, al llegar y abrir la puerta, la aplasta en sus viejos y aunque no débiles brazos.
-¡Mi niña! ¡Por fin estás aquí de nuevo! -le grita al oído casi tan fuerte que Zoe cree que se le han roto los tímpanos.
-Hola, abuela, ¿cómo estás?
-Ahora que estás tú aquí acompañándome, ¡mejor que nunca! Dime, ¿cómo has encontrado la casa? ¿aún recordabas el camino?
Zoe abre la boca para contarle que un chico alto y rubio sin nombre la ha acompañado, pero por alguna razón no emite ningún sonido, no sale ninguna palabra, e instantes más tarde, comprende que esa razón es que algo dentro de ella le dice que lo de ese chico, debe guardárselo para sí misma, entonces traga saliva, se recupera, y simplemente responde que sí.
Sube a su antiguo cuarto para dejar sus cosas, luego recorre toda la casa para comprobar que está exactamente igual que hace trece años. Llega al salón y ahí está, el dichoso reloj, entra dentro y ahí está, el insoportable olor a madera quemada de la chimenea. Entonces piensa que realmente va a necesitar mucho salir a la calle a hacer muñecos de nieve con el chico sin nombre, aunque al instante siguiente, cae en la cuenta de que a lo mejor a él no le gusta hacer muñecos de nieve, y que tampoco sabe exactamente donde vive, ni tiene su número de teléfono, ni ninguna forma para contactar con él.
Pasan los días y cada vez el tic tac del reloj se hace más fuerte y persistente, y el olor a madera quemada de la chimenea más insoportable. Le gusta hablar con su abuela, pasar el tiempo con ella, pero de vez en cuando necesita subir a "su habitación" para sumergirse en alguno de sus libros que tanto le gusta leer. También sale a la calle a hacer muñecos de nieve, pero no es lo mismo hacerlos sola, así que siempre se vuelve a casa dejándolos a medio hacer. Hasta que un día por la mañana, cuando se despierta, mira por la ventana sorprendida porque aún siguen cayendo copos de nieve, y se da cuenta de que el muñeco de nieve que dejó a medio hacer ayer, sigue ahí, y no sólo eso, sino que también está terminado. El tiempo que se tarda en responder una pregunta retórica es el tiempo que ella tarda en pensar que puede ser el chico sin nombre el que lo haya terminado de hacer, la posibilidad es una entre un millón, y ella lo sabe, pero tiene la certeza de que lo que ha pensado, es lo correcto, y lo puede confirmar cuando lo ve aparecer con una bufanda en la mano, la cual se la enreda en el cuello al muñeco de nieve. A la velocidad de un rayo, Zoe abre la ventana y justo cuando va a gritar, se da cuenta de que no puede gritar ningún nombre porque aún no sabe cuál es el suyo, así que piensa en otra manera de llamarlo, e inmediatamente, recoge con sus manos un montón de esos copos de nieve que han caído alrededor de la ventana y los hace una bola, y a continuación, se los lanza a la altura del hombro; intento número uno fallido. Él se da la vuelta y camina a paso ligero, pero antes de que doble la esquina de la calle, Zoe consigue darle con otra bola en la espalda, en este intento sí acierta. Entonces, él se gira, mira hacia arriba, y la ve, y lo cierto es que, no puede evitar dibujar una sonrisa en sus labios al verla.
-Hola, Zoe- dice sin dejar de dibujar la sonrisa en sus labios.
-Llevaba días esperando poder verte para que me dijeras tu nombre, pero no has aparecido.
-¿Por qué te interesas tanto en saber mi nombre?
-Porque es el primer paso para conocernos.
-Te equivocas, el primer paso para conocernos es que bajes aquí conmigo y termines el muñeco de nieve que empezaste ayer.
-¿Cómo lo sabes? Además, ya lo has terminado tú.
-Lo sé porque te he estado observando cada día, y si de verdad quieres conocerme, no me preguntes todavía por qué lo he estado haciendo. Tienes razón, ya lo he terminado yo, pero, podemos hacer otro juntos, ¿qué me dices?
Zoe no responde, y él sabe que es porque no hace falta una respuesta. Desaparece de la ventana y la cierra, y sabe que es porque está bajando las escaleras. Zoe las baja tan rápido como le permiten sus piernas y sale a la calle, donde, en décimas de segundo, se reúne con él. Minutos más tarde ya tienen su muñeco de nieve terminado, y entonces siente que ya no tiene la necesidad de preguntarle si le gusta hacerlos.
Están simplemente mirándose a los ojos, ella, por una parte, termina de descubrir toda la totalidad de la mezcla entre azul y verde, y él, por otra parte, empieza a descubrir destellos de claridad en su masa de oscuridad. Sobran las palabras, están de más los gestos. Empiezan a comprender el verdadero sentido que tiene la frase "una mirada lo dice todo", cuando de repente, Zoe siente de nuevo esa mirada extraña de la gente hacia ella, esa sensación de estar haciendo algo fuera de lo normal, algo que las demás personas no logran comprender qué es. Es cuando él, por primera vez en esa mañana, desdibuja su sonrisa y le dice:
-No es por ti, es por mí.
-¿Qué?
-Si no te digo cuál es mi nombre, ni te cuento nada de mi pasado, es precisamente por esto, por la reacción de la gente al verte conmigo, y si te contara la razón, nunca me creerías.
-Sí lo haría, ¡tan sólo inténtalo!
-No puedo.
-¿Qué puedo hacer para que puedas?
-Quedarte conmigo.
Siguen pasando los días, y para ella, esta vez parecen siglos. Sigue sin comprender por qué la gente la mira de forma tan extraña cuando está con el, y por qué luego la miran tan normal cuando está sola. Empieza a pensar que verdaderamente está en una especie de sueño, y desearía despertarse si no fuera porque entonces jamás volvería a ver su sonrisa y esa extraña mezcla en sus ojos.
A medida que el tic tac del reloj sigue llamando la atención, y el tiempo sigue avanzando, Zoe empieza a comprender el verdadero significado de la frase "quédate conmigo". Y empieza a sentir que no lo va a hacer para que él le cuente la verdad, sino porque sencillamente necesita hacerlo, necesita quedarse con él.
Y en esta parte de la historia es en la que a ella le toca ser valiente e ir a buscarle, en cada calle de París, en todos los alrededores de la calle donde hicieron el muñeco de nieve, hasta que tras dos horas y a punto de darse por vencida, lo encuentra sentado en una esquina, va hacia él y le tiende su mano, para decirle que se levante sin necesidad de usar palabras. Él la toma y se levanta, y cuando están de pie, uno frente al otro, es cuando se vuelven a mirar a los ojos, pero esta vez no de pasada, o solo de refilón para comprobar el verdadero color que tienen, esta vez se clavan la mirada, esta vez se desnudan con la mirada, provoca uno un incendio en los ojos del otro. Y cuando el incendio está en su máximo peligro, cuando las llamas son incontrolables, justo en ese momento, es cuando de repente, por alguna razón, la mirada que mantienen se desvanece, se rompe, y es justo ahí cuando los ojos de él se fijan en los labios de Zoe, y los ojos de Zoe, en los labios de él. Y cu
alquier centímetro que separara a sus labios, simplemente desaparece, ya no existe, y curiosamente se produce un terremoto en sus labios al chocarse, un terremoto que difícilmente se va a parar. Pero es como si dentro de ese terremoto, se protegieran el uno al otro de los posibles edificios que pudieran caer, se sobrecogen, se acarician, se cuidan mutuamente. Y poco a poco el terremoto se hace más leve y más pasajero, a la vez que ambos empiezan a entreabrir sus ojos que antes estaban cerrados para no ver cómo el terremoto destruía sus labios, ya no sienten la necesidad de protegerse, porque ya no es necesario, y entonces, milímetro a milímetro, sus labios se empiezan a separar, recuperando de nuevo la distancia entre ellos que antes había desaparecido, y justo al final, la mirada que se desvaneció, revive, sólo que ahora no está llena de fuego de ningún incendio, sino del amor de un beso.
-¿No te parece ésta la manera correcta de quedarme contigo y una buena razón para que me lo cuentes todo?- se atreve a preguntar con el débil hilo de voz que le queda después del incendio y del terremoto.