lunes, 1 de junio de 2015

El color de la ceniza

Noté algo extraño en tu mirar. Ya no llevabas ese brillo en tus ojos cuando me veías. Se me nubló el alma, llovió después. Si te digo la verdad, fue como una gran tormenta que inundó cada centímetro cúbico de mi corazón. Si intentaba ver algún rayo de sol, sólo podía ver nubes negras formando una gran capa en el cielo de mi interior. Si intentaba escapar, no podía porque el agua me cubría tras dar sólo dos o tres pasos. Supongo que en cierto modo era yo misma la que no quería escapar, porque no quería aceptar que estuviera lloviendo, o quizás que tus ojos ya no brillaban al verme, o tal vez que ya tus manos no temblaban al tocarme.

Algunas de esas estúpidas pequeñas cosas de las que tanto hablan, supongo. Entre ellas mi obsesión por volver a escuchar de tus labios mi nombre. Entre ellas mi ansia por volver a provocar un terremoto en nuestros cuerpos al abrazarnos. Sin tener en cuenta, que por más que lo quisiera, tú ya no sentías lo mismo, tus sentimientos por mí solo fueron un pequeño papel blanco, el que ahora está gris por las cenizas de tu corazón, porque lo has quemado, queriendo borrar lo único que te quedaba de mí.

He intentado ser fuerte, he intentado luchar por las grandes cosas, por las que se supone que son importantes. Pero es cierto eso que dicen de que son las pequeñas cosas las que te marcan. Porque me has marcado, porque has dejado en mí esa huella que jamás pensé que me dejarían. Porque no soy capaz de despertarme sin caer en la cuenta de que ahora eres feliz sin mí. Porque no soy capaz de acostarme sin acordarme de que ha pasado un día más sin estar a tu lado. Porque ahora soy consciente de que sin ti no puedo vivir, y que sin ti, las tormentas de mi alma jamás desaparecerán para darle paso al arco-iris que producías en mi interior cada vez que me abrazabas en aquella estúpida sala de cine.

Sí, es verdad, yo aún conservo ese papel blanco en el que están escritos mis sentimientos por ti, aunque, no te niego que a veces a mí también me dan ganas de quemarlo y mancharme del color de las cenizas que produzca mi propio fuego, hasta que fuera también gris, como el tuyo.

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