viernes, 19 de junio de 2015

Un último suspiro

Recuerdo aquellas noches de verano como una gran huella en mi corazón, como una razón más para comprobar que mi juventud era realmente joven, como un miedo al que poco a poco fui capaz de echarle valor y mostrarle mi valentía. Lo recuerdo como un bonito paseo, como unos pasos más que me fueron situando cada vez más cerca de la meta, aunque esa meta, ni yo misma sabría decir cuál es, quizás aprender, quizás enseñar a otros lo aprendido, quizás hacerse mayor, o tal vez viejo. Lo que de verdad sé es que aquellas noches de verano junto a él fueron momentos de alegría en mi vida, a veces de tristeza por no saber comprender a qué se debía ese sentimiento. Incluso puedo recordar de qué color eran los muros que nos cubrían y nos ocultaban de los demás, que nos veían vivir nuestro amor secreto, puedo recordar el sitio exacto del cielo en el que se encontraba cada estrella que desde millones de kilómetros nos guardaba el secreto de vivir juntos ese amor se puede decir que prohibido. Esas noches de verano me enseñaron que no hay amores imposibles, sino amantes cobardes. Porque nosotros tuvimos el valor de soltar en un suspiro nuestro amor cada noche, a pesar de que sabíamos que si nos veían suspirar por amor, juntos... Dios sabe qué. Hoy ya no me queda más que volver a suspirar pero para soltar en forma de aire cada pensamiento que a la vez plasmo con estas palabras, no sé para quién, ni a qué lugar, pero suspiro cada vez más.
Nunca olvidaré esos ojos del color del mar, ni esa mirada azabache, tampoco la delicadeza de mis manos cuando se posaban sobre su cintura, para impedirle dar un paso más hacia la salida, para impedirle que abandonara esa calle, donde esos muros y esas estrellas nos habían protegido de nuestro amor secreto. Nunca olvidaré sus palabras antes de marcharse, ni tampoco el hecho de que al final, justo cuando dobló la esquina de esa calle, mi alma rodó hacia sus brazos, quejándose del dolor que sentía al estar sin ellos, dejando atrás miles de sentimientos rotos, o quizá era realmente yo la que se estaba rompiendo en mil pedazos con su despedida.
Aunque después de todo, después de esas noches de verano, a la llegada del invierno, logré descubrir la parte buena o quizás la parte que menos me hacía llorar, que menos me obligaba a dejar en cada lágrima que brotaba de mis ojos un trocito de todos aquellos en los que me rompí esa vez. Y es que tanto dolor me vale por tantos momentos de gloria, de paz a su lado. Porque jamás he sonreído como él me hacía sonreír con tan sólo darme un beso. Por él he perdido, pero por él también he ganado, y con eso es con lo que me quedo. Lo demás, todo lo que he perdido, los restos que me queda de eso, lo suelto en este último suspiro, cargado de humo al darle una calada al cigarro de mis recuerdos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario