viernes, 30 de diciembre de 2016

Limerencia inmarcesible

Te echo de menos;
el olor de tu ropa,
el tacto de tu piel,
el sabor de tu boca.

El vate de mi amor;
el sacrilegio de amarte.
El dédalo de mi pasión;
pasión egoísta, impía e incurable .

Los días de sol,
las noches de luna llena.
La carretera que lleva a tu casa,
el sueño de tu dulce compañía eterna.

Los besos marcados en mi piel;
el sello de quien me fue siempre fiel.
Las sábanas testigo del que fue mi hombre;
la imborrable tangible firma de tu nombre.

El reloj parado,
la furia de la tormenta.
El peso en mis párpados,
la soledad de mi alma en pena.

El silencio de mi garganta,
las lágrimas en los ojos.
De mi rival la espada más amplia,
puñal clavado en lo más hondo.

De la mano alejándonos de la prudencia,
incontrolable sed en nuestro manantial.
Quererte desde la luminiscencia,
amarte aún en la oscuridad.

Desatas en mí la limerencia,
limerencia inmarcesible.
Camino marcado por tu influencia,
inefable amor triste.

No fue el invierno

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Quizás no fue diciembre, ni fue el invierno. Quizás los pájaros no volaron tan alto, ni el frío caló tan hondo. Quizás las penas no fueron tan profundas, ni las alegrías tan pasajeras. Tal vez no estabas tan lejos, tal vez estabas algo más cerca. Sí, lo sé. Me anticipé pensando que te habías marchado en aquel tren. No debí haberte dicho adiós tan pronto, ni tampoco pensar más tarde cuál habría sido la mejor manera de despedirte. Las flores ya no me parecen tan bonitas, y en las nubes del cielo cargadas de lluvia encuentro la descripción de belleza, el sentir de la armonía. Mi felicidad, ahora, sin ti, es intangible y superflua. Encuentro la dicotomía en mi cuerpo; ya no está el tuyo para complementarlo, sin rencores y con redundancia. ¿Y qué hago si ahora el viento arrastra las lágrimas de mis ojos por los poros de mis mejillas? ¿Qué hago cuando el viento, ahora más frío, me hace daño porque ya no estás tú, mi abrigo? No sé qué hacer, ahora que el frío se lleva mi estabilidad, mi risa, mi vida... Y me deja tu recuerdo. Tu recuerdo grabado a fuego hasta la saciedad, como si de una cicatriz se tratase. La herida que nunca se cierra. La sal en la llaga que siempre permanece. Si aquellos días volvieran a ser eternos, si el sol siguiera quemando mi piel, si tu sonrisa siguiera estando frente a mis labios, si tu boca aún fuera mía y mis dedos la recorrieran como si de sacrilegio se tratara. Si tuviera una sola razón para creer que esos recuerdos algún día podrían dejar de llamarse recuerdos. Si pudiera volver a tenerte a mi lado para contarte las mil y una razones que aún conservo para apoyar mi argumento de amarte hasta el último día de mi obstinada existencia. Si fuera libro llevaría escrito tu nombre en el frontispicio. Si fuera luna, tú serías lucero. Si fuera espuma, tú, orilla. Si yo fuera horizonte, tú, mi cielo. Pero el semáforo vuelve a ponerse en rojo, el cielo vuelve a oscurecerse, y las manecillas del reloj siguen avanzando. Tu sombra hace ya tiempo que se desvaneció en el olvido, tu risa se esfumó una mañana, y tu cuerpo me abandonó de madrugada. Ahora estás lejos y eres inalcanzable. Tu vuelo no ha dejado rastro y has alcanzado la cima de la montaña más alta, ¿Qué soy yo, ahora, para ti? La huella borrada en la arena un verano, la página amarillenta de un viejo libro en primavera, la hoja seca caída del árbol en otoño, el copo de nieve que se derritió un invierno. Y pasa el año y la pantalla de mi teléfono sigue apagada. Y pasa el año y mi buzón sigue vacío. Y pasa el año, y estás tú, mi espejismo. Y no fue el invierno, no fue tu voz, ni fue tu abrigo. No fue tu nombre, ni fue tu apellido. No fueron tus ojos y no fue tu mirada. No fueron tus labios, ni tampoco tu sonrisa. No fueron tus besos, ni fueron tus abrazos. ¿Qué fue lo que me hizo vulnerable a ti? Lo mismo que me hace serlo ahora. Eres tú. Sigues siendo tú.

Loes

domingo, 25 de diciembre de 2016

Los conflictos de Apolinar

Atormentado por su baja condición física, preso del tembleque de sus manos, Apolinar vuelve a maldecirse por no haber conseguido terminar la carrera de matemáticas con sus ya treinta y cinco años. A lo máximo que ha aspirado es a conseguirse un puesto de trabajo en una empresa de colchones. Mañana es su primer día y cree que no lo va a hacer bien, como nunca ha hecho nada bien en la vida. Siempre se sintió un ser insignificante en el inmenso mundo, un instrumento sin valor alguno que la gente simplemente utilizaba para desencadenar risas y carcajadas. Su madre veló siempre por él, y ahora quería que se casara con una mujer del pueblo, por la que sólo sentía compasión, por haber corrido la misma mala suerte que él. Sin saber cómo podría llegar a amarla algún día, aceptó a casarse con ella, por lástima, o quizás por pena. Ahora piensa en el día de la boda, y duda con creces si será capaz de decir sí quiero. La vida para él ya había perdido su sentido, y se había acostumbrado a hacerse un hueco en el mundo de la noche, entre abarrotados bares y marchosas discotecas.

Ésta es su gran noche. Reniega de acostarse temprano para madrugar mañana y se viste con su mejor traje de chaqueta. Duda un instante; corbata negra o pajarita roja. Ve los preservativos que compró para ésta noche encima de la mesa. Pajarita roja y sale a la calle.

La noche lo rodea y le confunde. En Madrid se respira aire de intriga, de preocupación, de diversión, de pasión, y también de amor. La gente camina por la calle en distintas direcciones. Cada persona tiene un plan diferente para esta noche. Eso le fascina, ver las diferentes facetas de cada persona, la gran cantidad de motivos que pueden haber para que decenas de personas coincidan en un mismo sitio a una misma hora.

Entra en la discoteca ThunderCat Club. El ambiente es turbio y caluroso. La gente baila y salta al ritmo del reggaeton. Ojalá él supiera mover su cuerpo igual que ellos, piensa. En contra de sus deseos, consigue llegar a duras penas hasta la barra, tropezándose con sus propios zapatos y confundiéndose entre sus propios pasos. Pide una copa de Vermouth y se enciende un cigarrillo. Qué paz. Pronto el alcohol le hace sudar, y el humo del tabaco se confunde entre todos los demás que suben hasta el techo, y desaparece. Repite el proceso con otro cigarro. Y con otro más. A pesar del calor que corre por sus venas junto a las gotas de alcohol, rechaza la idea de quitarse la chaqueta, y se pide, esta vez, una copa de Brandi. Él bien sabe que está a la espera de alguien, alguien que mueva las aguas de su borrachera, y que le quiera en la mañana de resaca. Entonces la ve a su lado, una bella mujer con vestido rojo, a juego con su pajarita, con la que poder brindar con un par de copas más.

-Hola, preciosidad. ¿Puedo invitarte a una copa?
-Puedes invitarme a dos. - responde ella con aire presumido.
-Vaya, eres una chica lista... - dice Apolinar mirándola con picardía y haciéndole un gesto al camarero para que le duplique la copa de Brandi que ya tiene vacía.
-Soy Apolinar, nena. Puedes llamarme Poli.
-Espero que seas un poli bueno... Soy Elena.
-Lo seré si te portas bien, Elena. - sentencia mientras le guiña el ojo sutilmente.
-Bueno, sé hacer los castigos muy divertidos - posiblemente más borracha que él, bebe de su copa y lo mira con sensualidad, dispuesta a exprimir sus instintos primarios, sin remordimiento alguno.
-Vamos, vamos. Nena, no me tientes a ponerte las esposas.
-No te tiento, Poli. Te obligo.
Se miran por un instante, analizando la situación. Ella se percata de que ha subido demasiado el tono de la conversación, e intenta suavizarlo, diciéndole;
-¿Bailamos?
Pero Poli, además de no bailar bien, y decididamente más borracho que ella, no quiere quedarse con las ganas de esposarla y castigarla hasta la saciedad, por lo que le responde;
-Bailar en la pista está descartado, pero hacerlo en el baño es una buena opción.

Sin añadir palabra alguna se funden en un beso pasional,y a trompicones, caminan de espalda, empujando a diestro y siniestro, hasta golpear la puerta del baño de hombres. Entran sin freno y también sin aliento. Una vez dentro, los besos se van repartiendo; besos en la boca, besos en el cuello, besos en cada poro de la piel. Sobra el mundo real, entran a formar parte del mundo de fantasía que la mente crea, guiándose de los hilos de la pasión. Un mundo en el que un cuerpo sólo reconoce al otro cuando lo roza y se lleva consigo sus gotas de sudor, donde el único sonido que el oído humano puede percibir es el de los quejidos y gemidos, que salen de bocas entreabiertas, dejando escapar un deseo cumplido, y ansiosas de más. Aquel mundo en el que con duros empujones, se puede llegar a calar más hondo, más profundo. Alejados de la realidad, gozan el uno del otro, hasta que sus cuerpos experimentan el éxtasis de sabor, de olor, de puro tacto incontrolado e imparable. El éxtasis del placer carnal y de la resaca anticipada, de la dulce borrachera pasional y eterna. Ella sale de allí sin previo aviso, y él, advirtiendo que la vida estando sobrio es insoportable, y que ese momento de sexo ebrio ha sido el mejor de su vida, se queda allí, con los olores de sus piernas aún clavados en las papilas de su lengua.

***

Siete de la mañana. Recuerdos acechando en la memoria. Dolor insistente en la cabeza. Tiene por nombre resaca. Apolinar desiste de intentar olvidar, asume la noche anterior, se toma una pastilla para el dolor que le produce la jodida resaca, y se dirige al trabajo.

Nervioso y con miedo por ser el primer día, se presenta ante todos con una forzada sonrisa, la cual se desvanece al verla. Mujer que llevaba un vestido rojo, con la que pudo brindar, la noche anterior, con un par de copas más.

-¿Elena? ¿Qué haces aquí? - exclama atónito.
-Bueno, soy la jefa de esta empresa, por lo que creo que esa pregunta debería hacértela yo a ti.
La sorpresa de Apolinar es mayúscula y tiene que hacer grandes esfuerzos para no tartamudear.
-Ahora trabajo aquí. Es mi primer día.
-Oh, perfecto. ¡Vamos a pasárnoslo en grande!

Poco a poco se hizo al trabajo, en escasas horas casi lo dominaba. Entonces, Elena le llama.
-Apolinar, venga usted donde están los colchones nuevos para vender.
-Ey, ey. Nena, no me trates de usted. Vamos...
-Estamos en horario laboral, debemos tratarnos con respeto mientras estemos expuestos a los demás. Venga aquí.
-Estoy ocupado, lo siento nena.
-¿Es qué no me ha oído o qué le ocurre? Venga usted aquí inmediatamente o está despedido.
-Qué carácter... Ya voy...

Apolinar pasa, y tras él, Elena cierra con llave. Sin decir nada, procede a desabrocharse el primer botón de su camisa, mirándole con ansia de deseo.
-Nena... ¿Qué haces?
-¿Prefieres hacerlo tú?
Apolinar se lanza a su pecho y desprende la ropa de su cuerpo. Cogiéndola en brazos se dirige al baño, pero ella le frena y sonriéndole maliciosamente, le señala un colchón nuevo. Ambos empiezan a reír entre besos, y repiten la noche anterior, sólo que con un poco de prisa, qué duda cabe.

Pero al salir de allí, otra empleada los ve, y una vez que Elena se ha retirado, le hace saber sus sospechas a Apolinar.
-Debe saber que los nuevos no pueden hacer uso de los productos de esta empresa así como si nada.
-¿Cómo? ¿De qué habla?
-¿Cree que no soy consciente de lo que acaba de pasar ahí dentro?
-Señorita, se está confundiendo usted.
-Déjese de tonterías. Sé lo que hay entre la jefa y usted, y le aseguro que yo soy mucho mejor en la cama.
Apolinar, a pesar de intentar hacerle caso a su cabeza, siente tensión debajo de sus pantalones.
-Oiga, por favor, compórtese.
-Llámame Alicia, por favor, tengamos una relación esporádica, algo rápido que nos ayude a pasar estos días agridulces en los que trabajamos como monos por cuatro perras.
Alicia le acaricia el bulto de sus pantalones por fuera, a lo que él responde estremeciéndose. Hace ademán de hablar para defenderse, pero entonces ella mete la mano por dentro y se apodera de su miembro, a lo que se ve incapaz de responder con algo más que un sonoro gemido. Alicia le come la boca, explorando cada rincón de su lengua y empujándole al colchón donde todavía permanece su sudor impregnado. Es una sobredosis de sexo de la que Apolinar acaba muy borracho, al borde del coma etílico. Es el mejor trabajo que ha podido encontrar. Y con estas chicas, jamás saldrá ileso de él.

Los días siguientes transcurren igual, dos polvos cada día, acabando derrotado. Alicia llega por la espalda, y pasa su lengua por el contorno de su oreja, arriba y abajo. Él se gira y le muerde el cuello, sus manos se dirigen a los botones de su camisa, y las manos de ella, hacia la bragueta de su pantalón. Respiración entrecortada y cuerpos que pierden el equilibrio, empujándose uno a otro, casi queriendo fusionarse, pero sin lograrlo hasta el momento en que ella abre las piernas y él la inunda de calor. Su melena enredada en los dedos de sus manos y sus bocas apartando los límites y las barreras. Un panorama muy pasional, del que no sólo ellos son protagonistas.

-¡Hijos de puta! -exclama Elena entre lágrimas - ¿Cómo habéis podido?
Se separan con prisas,y avergonzados, agachan la cabeza. Alicia recoge su ropa tan rápido como puede y huye despavorida. Apolinar empieza a sollozar, por primera vez, en su mente hay algo más que sexo; el amor empieza a hacer acto de presencia.
-Elena, no sabía que te pondrías celosa.
-¿Celosa? ¡Me has puesto los cuernos, joder! Me cago en la puta ostia...
-¿Cómo? ¿Estábamos saliendo?
-¡Por supuesto!
-¿Y cuándo quedamos en eso? Me voy a casar, Elena.
-¡Estupendo! Puto cabrón, lo pones peor. ¿Acaso soy tu putita de turno?
-Lo siento mucho, de verdad.

Elena corre tras Alicia, y consigue pararla a tiempo.
-¿De qué vas? ¡Te vas a cagar, cacho puta!
-Yo no sabía nada, se lo juro.
-Estás despedida.
-No, por favor, le prometo que no se volverá a repetir.
-Recoja sus cosas y márchese a la puta mierda.
Alicia sale llorando y Elena lo hace también en silencio. Sabe que en el fondo ha reaccionado así porque desea tener a Apolinar a su lado, para algo más que follar. Sabe que se está enamorando de él, y le da miedo aceptarlo, cuánto más ahora que sabe que tiene una prometida.

***

Apolinar se resignó a volver a hablar con ella, y pasaron los días sin siquiera mirarse a la cara. Cada cual tenía sus propios motivos por los que avergonzarse, pero cada vez que se cruzaban, en el aire se podía seguir respirando el orgullo, el rencor, el amor encadenado, que por más que lucha, no puede salir para reinar.
Finalmente, Apolinar decidió hacer caso, por una vez, a lo que le decía su corazón.
-Elena, debemos hablar.
-Olvide mi nombre y váyase usted a pasear a esa perra que tiene por amante.
-Nena...
-¿Has comprado ya pienso? No la vayas a dejar sin comer, eh.
-Vamos nena, no seas así. Te quiero.
-¿Puede usted reírse de su puta madre?
-Nena, te quiero en serio. No me voy a casar. Ni quiero volver a ver a Alicia.
-Me dan igual sus palabras. Es más, no quiero que trabaje más para esta empresa. Aquí no quiero a chorizos. Hágase un favor a sí mismo y váyase a trabajar a un circo. No sirve usted para más que meter la pata, tartamudear, temblar y ser un cabrón infiel.
-Duele Elena, duele. Sé que no eres tú la que habla. Sé que tú también me has empezado a querer.
-Nada te puede hacer pensar eso. Está en tu morbosa imaginación.
-Siento tu cuerpo estremecerse cada vez que te abrazo. No lo puedes controlar, Elena. Tu cuerpo reconoce a mi cuerpo. Tu alma busca la mía en cada beso que no nos llegamos a dar. Vamos, nena, olvidemos todo esto y empecemos de cero. Empecemos en serio.
Ante el silencio que Elena había dejado reinar en el ambiente, Apolinar continúa con su monólogo;
-No creo en las casualidades. Nos conocimos aquella noche, no precisamente en condiciones normales. Pero el destino nos volvió a unir en esta empresa. Debemos estar juntos. Nena, adoro tu cuerpo, y adoro hacer el amor contigo. Porque es así, yo no quiero volver a follarte, yo quiero, desde hoy, hacerte el amor, todos y cada uno de los días de mi vida, mientras esté vivo. Porque quiero una vida a tu lado. Tienes razón, soy un hombre torpe, un hombre nervioso. Tartamudeo, tiemblo, y quizás soy bastante estúpido. Pero puedo llegar a quererte con la mitad de mi vida, y la otra, te pertenece a ti desde ahora y para siempre. Sólo bésame si crees que puedes darme otra oportunidad. Una oportunidad, ahora, en serio y seguros de nosotros mismos.
Los ojos de Elena empiezan a brillar y sus labios empiezan a romper con esa distancia que los separa. Ya no hay prisas por desnudarse, ya no hay ansia por poseer y adueñarse del placer. Ahora hay calma, hay seguridad, hay paciencia. Porque es así, una cosa es la pasión, y otra muy distinta, el amor. La pasión quema, y el amor alivia esa quemadura. La pasión atormenta, y el amor tranquiliza. Pero cuando van a besarse, algo les frena. Es un ruído exterior, es...

-¡Quieto todo el mundo, o disparo!
-¡Federica! Por favor, baja esa pistola.
-¿Quién es? ¡Apolinar! Por favor, Poli, ¿quién es? - grita Elena muy asustada y al borde del desmayo.
-Es la mujer con la que me iba a casar.
-Con la que te vas a casar, porque si no, te mato. ¡Te mato, hijo de puta!
-Federica, por favor te lo pido. Contrólate.
-No me da la gana. Te vas a casar conmigo.
-¡Y una mierda se va a casar contigo! Está conmigo pedazo de zorra.
Toda la empresa paralizada. Federica corre hacia Elena con ansia de dispararle. Gatillo apretado. Grito. Sangre. Confusión. Temor. Aprovechan el momento para quitarle el arma a Federica, y la amenazan hasta que la policía y la ambulancia llega. Federica, en comisaría. Apolinar y Elena, en el hospital.
-Mi amor, ¿cómo estás?
-Mejor nena.
-No debiste interponerte... Eres mi héroe.
-Seré todo lo que tú quieras siempre.
-Te vas a poner bien, ¿verdad?
-De hecho, creo que ya lo estoy.
-¿Cómo?
-Porque estás conmigo. Anda tonta, ven. Hagámoslo en la cama del hospital. ¿No te pone?
-Uf, cariño, mucho.
Ella encima, le cabalga clavándole la mirada, mientras él le clava su sentir. Esta vez es diferente, esta vez no se poseen. Esta vez se entregan. Es un acto de amor que sella su relación y no pone escusas a la felicidad en pareja. Sienten llegar el orgasmo y gritan en unísono. Dos lágrimas recorren sus mejillas, causa del esfuerzo en amar, en ser mejor y en ser bien.
-Mi dulce nena... ¿Me seguirás queriendo cuando te quiera tanto que cada vez que lo hagamos tiemble más de lo que ya lo hago?
-Te amaré incluso si tartamudeas al gemir. Eres mi poli malo en el sexo, y mi poli bueno, el que me protege cuando me van a disparar. Eres mi precioso Poli. Te amo.
Abrazados seguían contemplando cómo su amor crecía por instantes, y sonreía mientras le acariciaba la barriga. Lo que él no sabía, es que muy pronto, tendría que proteger a alguien más.

jueves, 22 de diciembre de 2016

La sombra de mi príncipe invisible

Ayer te volví a ver. Era tu sombra congelada, observándome desde la esquina de la oscura calle, la que reconocí tras el empañado cristal de mi ventana. Qué duro y cruel me parece el invierno cuando no me deja descifrar tu silueta con precisión, pero qué bonito me parece cuando sé que eres tú quien viene a visitarme y el frío desaparece.

Apareciste ante mí, bajo mi casa y sobre mi alma, de nuevo con esa corbata y ese traje de chaqueta, dispuesto a llevarme a bailar. ¿Por qué siempre llegas tarde? Cuando la música ha dejado de sonar y las luces se van a dormir. ¿Por qué nunca te quedas, conmigo, para besarme en las escaleras o decirme lo bonita que es la luna cuando alumbra nuestro eterno abrazo? Siempre llegas tarde, para siempre volverte a ir temprano. ¿Qué prisa tienes? ¿Qué le pasa a tu reloj, que tiene tanto en contra del tiempo?

Tus pasos dejaron en mi calle perfectamente marcadas las huellas de tus zapatos, los únicos que saben a dónde vas, los únicos que no te echan de menos. Yo lo hago a todas horas, y por más que busco motivos por los que no hacerlo, no están a mi alcance y siempre caigo en tu recuerdo. Y duele amar, me duele amarte teniéndote lejos, sin saber a qué lugar perteneces ni a qué sitio te diriges.

Tus huellas siempre se borran cuando intento seguirlas. Quizás sólo vivas en mi cabeza. No, sé que existes de verdad. Yo te veo, porque tu sombra no es oscura. Yo la veo. Tu sombra me ilumina. Tu sombra es mi ángel de la guarda. Estás ahí fuera, y aunque siempre te vayas, sé que siempre te quedas.

Te conoceré, bailaremos, nos besaremos, nos amaremos y seremos luz, seremos luna, seremos eternidad chispeante de infinidad. Mantengo la esperanza y mantengo la ilusión. Siempre estaré en el balcón, esperando tu llegada, tu vuelta. Rogándote que te quedes. Te he amado hasta no conocerte y te voy a amar aún olvidándote.


Siempre esperándote, para siempre estar contigo.
Mi príncipe invisible.


martes, 13 de diciembre de 2016

La suerte de mi vida

Frío, te he echado de menos.
Dulce frío, has invadido de nuevo mi casa en fechas tan señaladas.
Ya no sabría ser sin ti,
ya no sería si no soy contigo.

Me casé contigo en un sueño,
en el que tu nieve era el blanco de mi vestido.
No podría esperar más de la soledad que de ti la compañía,
el abrigo de mi invierno tenía por nombre frío.

Soy la chica que no espía por la mirilla de la puerta,
soy la chica que agradece el frío en sus manos al girar el pomo y a veces pienso,
estarás tú detrás y él me seguirá visitando sólo en sueños.
Sí, a menudo o siempre lo pienso.

Las calles me parecían tristes y vacías.
He creído que la lluvia precedía al llanto y he encontrado en los rincones recuerdos que se habían cansado de perseguirme.

Las sombras me parecían menos oscuras cuando el frío me sonreía y cautelosamente me cedía la mano para invitarme a bailar bajo los árboles blancos que le concedían su propio baile al frío viento.

Pero, ¿Sabes una cosa?
Este invierno no volveré a pasar frío.
Porque este invierno yo estoy contigo y tú estás conmigo,
porque te abriré la puerta y cerraré las ventanas,
para que no te escapes de mis sueños.

El sueño que tú has hecho realidad tanto como siempre lo había soñado.
Me das la fuerza, me das la valentía, eres mi único tesoro.
Eres el rey al que le pido protección y eres el guerrero que me protege,
llegas de la nada siéndolo todo.

No te conozco, pero tal vez lo hago desde siempre,
confío en tu capacidad de hacerme sentir única,
y creo firmemente en la sonrisa que siempre escondida tras mis labios
has sabido hacer descrubir infinitas veces.

Es esto, no quiero más.
Soy la chica que te espera tras la puerta.
No necesito más que tu existencia.
Seré la chica que siempre más te quiera.

Soy la que día y noche sueña con embarcar en tus ojos
y desembarcar en tu mirada.
Soy quien se pierde en tu sonrisa y reniega de las brújulas,
eres a quien yo más necesitaba.

Quédate conmigo y confía en mi propósito
que queriendo hacerte feliz alcancaré la cima
y quizás me tomen por mil veces loca
pero te amaré y nunca jamás de tu amor caeré rendida.

Y sólo se me quedan detrás las ganas de quedarme siempre contigo, a ti siempre unida,
por delante la ilusión de gritarle al mundo entre vagones de trenes,
y sin reloj que marque el tiempo,
que tú eres el ángel que cambió la suerte de mi vida.