viernes, 30 de diciembre de 2016

No fue el invierno

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Quizás no fue diciembre, ni fue el invierno. Quizás los pájaros no volaron tan alto, ni el frío caló tan hondo. Quizás las penas no fueron tan profundas, ni las alegrías tan pasajeras. Tal vez no estabas tan lejos, tal vez estabas algo más cerca. Sí, lo sé. Me anticipé pensando que te habías marchado en aquel tren. No debí haberte dicho adiós tan pronto, ni tampoco pensar más tarde cuál habría sido la mejor manera de despedirte. Las flores ya no me parecen tan bonitas, y en las nubes del cielo cargadas de lluvia encuentro la descripción de belleza, el sentir de la armonía. Mi felicidad, ahora, sin ti, es intangible y superflua. Encuentro la dicotomía en mi cuerpo; ya no está el tuyo para complementarlo, sin rencores y con redundancia. ¿Y qué hago si ahora el viento arrastra las lágrimas de mis ojos por los poros de mis mejillas? ¿Qué hago cuando el viento, ahora más frío, me hace daño porque ya no estás tú, mi abrigo? No sé qué hacer, ahora que el frío se lleva mi estabilidad, mi risa, mi vida... Y me deja tu recuerdo. Tu recuerdo grabado a fuego hasta la saciedad, como si de una cicatriz se tratase. La herida que nunca se cierra. La sal en la llaga que siempre permanece. Si aquellos días volvieran a ser eternos, si el sol siguiera quemando mi piel, si tu sonrisa siguiera estando frente a mis labios, si tu boca aún fuera mía y mis dedos la recorrieran como si de sacrilegio se tratara. Si tuviera una sola razón para creer que esos recuerdos algún día podrían dejar de llamarse recuerdos. Si pudiera volver a tenerte a mi lado para contarte las mil y una razones que aún conservo para apoyar mi argumento de amarte hasta el último día de mi obstinada existencia. Si fuera libro llevaría escrito tu nombre en el frontispicio. Si fuera luna, tú serías lucero. Si fuera espuma, tú, orilla. Si yo fuera horizonte, tú, mi cielo. Pero el semáforo vuelve a ponerse en rojo, el cielo vuelve a oscurecerse, y las manecillas del reloj siguen avanzando. Tu sombra hace ya tiempo que se desvaneció en el olvido, tu risa se esfumó una mañana, y tu cuerpo me abandonó de madrugada. Ahora estás lejos y eres inalcanzable. Tu vuelo no ha dejado rastro y has alcanzado la cima de la montaña más alta, ¿Qué soy yo, ahora, para ti? La huella borrada en la arena un verano, la página amarillenta de un viejo libro en primavera, la hoja seca caída del árbol en otoño, el copo de nieve que se derritió un invierno. Y pasa el año y la pantalla de mi teléfono sigue apagada. Y pasa el año y mi buzón sigue vacío. Y pasa el año, y estás tú, mi espejismo. Y no fue el invierno, no fue tu voz, ni fue tu abrigo. No fue tu nombre, ni fue tu apellido. No fueron tus ojos y no fue tu mirada. No fueron tus labios, ni tampoco tu sonrisa. No fueron tus besos, ni fueron tus abrazos. ¿Qué fue lo que me hizo vulnerable a ti? Lo mismo que me hace serlo ahora. Eres tú. Sigues siendo tú.

Loes

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