miércoles, 17 de agosto de 2016

Esta noche

Intuyo que la noche se abalanza sobre mí, rehén del frío y cómplice de la oscuridad. Enemiga de las luces, prisionera del silencio. Tras ella vienen tus brazos abiertos. Brazos que buscan mi cuerpo. Tus manos se extienden. Manos que echan de menos el suave tacto de mi piel. Tus labios sonríen tímidamente. Labios que aún llevan consigo el dulce sabor de mi primer beso.

Te miro a los ojos y descansas en mi mirada. El espacio que había entre nosotros desaparece y la distancia que nos separaba huye asustada. Porque ya no importa cuántas veces lo hicimos nosotros por miedo a fallar. Ya no importa cuántas veces nos fallamos. No importan las lágrimas. No importa el dolor. Ahora vamos a hacerlo diferente. Porque sabemos que importa, porque sabemos que es esencial. Posar las alas en el andén de nuestra historia y reafirmarnos. Tomar el próximo tren. No comprar billete. Escaparnos sin remordimientos.

Esta noche los semáforos no tendrán luces para nosotros. Esta noche el termómetro no tendrá grados para marcar. Esta noche tú eres mi luz. Esta noche yo soy tu abrigo. Iremos a ese columpio, donde dejábamos descansar nuestros sueños mientras nos elevábamos victoriosos en el aire. Un día se nos olvidaron allí. Nos fuimos sin ellos. Esta noche vamos a recogerlos. Será otra vez abril para nosotros. Taxímetro a cero. Campo preparado para que se juegue el partido. Esta noche volvemos a empezar. Esta noche somos destino.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Éxtasis efímero

No te diré que ya no volveré a pronunciar las letras de tu nombre entre temblorosas consonantes, con todas sus vocales perdiendo el equilibrio y cayendo de un ático al vacío. No te diré que la emoción desenfrenada ya no volverá a dominar mi cuerpo cuando pases por mi lado y no te vayas. No te diré que eres todo y cuanto yo más he deseado tener en mi vida, pero ya no. No te diré que me habría gustado ser quien durmiera en el lado izquierdo de tu cama, quien se sentara en la mesa de tu cocina para desayunar, pero ya no lo seré. No te diré que en invierno habría querido compartir mi porche contigo, y en verano, mudarnos a la suite de un hotel. No te diré que mi ilusión me abandonó en el último tramo de carretera, porque tú ya te habías bajado del coche antes sin ni siquiera avisarme, y yo no quise darme cuenta. No te diré que el dolor me mató en vida, que el recuerdo de tu voz era afilado y desgarraba con creces mi alma, porque eso ya ha pasado. No te diré que verte y besar tu sonrisa en sueños siempre me fue insuficiente, hasta hoy. No te diré que ya no pienso que estés hecho a mi medida. No te diré que cuando tocas tu guitarra viajas al mundo de los inmortales y allí te quedas, porque ya no. No te diré que a pesar de todo ya no querré ir en coche a Barcelona y volver el mismo día, nunca, ahora que no estás, ahora que parece que te has ido, porque ya eso se acabó. No te diré que esos viajes ya no tendrán sentido no porque cambie el lugar, sino porque ya no seas tú mi compañero de viaje, porque me niego a que sea así. No te diré que las canciones ya no son de amor ni las películas son románticas, porque no quiero creerlo ni lo voy a creer. No te diré que perdí la cuenta de los pañuelos que tiré tras envolver en ellos tus mentiras, porque eso ya no importa. No te diré que no me costó olvidarte, pero tampoco que me iba a merecer la pena vivir de la ilusión, de pensar que regresarías quizás por Navidad, o tal vez en mi próximo cumpleaños. No te diré nada de eso porque ya te lo he dicho.


 Tu cuerpo junto al mío y un puente tras nuestro abrazo,
Euforia pasajera haciendo infinitos mis bordes.
Tus canciones de amor y mis textos románticos,
Éxtasis efímero que se desvaneció al son del último acorde.


Y ahora que el dolor ya cesó su empeño en hacerme sangrar, ahora que las heridas ya parecen cicatrices. Ahora ya no eres tú, ahora soy yo. Ahora ya sobras tú, ahora importo yo.

La llama de mi mechero se apagó, pues quemaste tanto mi vida que me quedé sin gas. Ahora mi mechero es a prueba de piedras, y esta vez no correré el riesgo de quemarme con mi propio fuego. Ahora eres hielo. Y no me importa si te derrites.

Y aunque es cierto que te he perdido, es verdad que yo he ganado. Me he ganado a mi misma y la oportunidad de conocer a alguien que no se canse de encender sus cigarrillos con mi llama. Ahora estoy feliz, ahora que lo pienso... Es mi cumpleaños y yo ya no te deseo.


Loes

miércoles, 3 de agosto de 2016

Querida vida

Querida vida,

Nunca te he dado las gracias, pero siendo ahora sincera contigo, aunque sólo sea por primera y única vez en el tiempo que ya llevo vivido, tendré la honradez de decirte que siempre te estuve muy agradecida. Nunca me he sentado a mirarte de frente, a hablar contigo. Hoy vengo con la amplia voluntad de hacerlo. Con la preparada y barata escusa de disculparme por no agradecerte nunca el estar viva.

Es cierto que me has hecho muy feliz en innumerables ocasiones. Todavía recuerdo el primer aroma que me rodeó al nacer; el olor de mi madre. La sensación de estar protegida por sus brazos en todo momento. Las canciones de mi padre, las que escuchaba con atención hasta quedarme profundamente dormida. Mi abuelo. Su eterna sonrisa al verme. Los paseos hasta la estación en su compañía y el no querer volver nunca a casa. La tradición de darle maíz a las palomas del parque con mi tía cuando el reloj de la iglesia marcaba la hora punta. Las carreras en bicicleta con mi tío, incluso cuando mi abuela le gritaba desde el otro lado de la calle que me bajara de allí, que era muy peligroso. Casi tanto como mi ya fuerte carácter, con mis escasos cuatro años de edad.

Mi primer día de colegio. Mi primer amigo. Mi ahora mejor amigo. Mis amigos. Todos ellos. Algunos, con los que he compartido desde piruletas hasta cigarros. Desde zumos en los cumpleaños hasta copas de champagne en nochevieja. Otros, los que siempre han intentado convencerme de que no bebiera, que no fumara. Que volviera a ser la de antes, aunque ya entiendo que era sólo por mi bien. Por eso les hice caso y cambié. Pero todos, todos eran, son, mis mejores amigos. Con sus más y con sus menos. Con sus semejanzas y sus diferencias. Con sus virtudes y defectos. Los adoro. Gracias por regalármelos.

Entre ellos cabe destacar a María. Mi dulce María. Con la que siempre sobraron las palabras. A la que hablarle con la mirada siempre le bastó. La que siempre me aceptó como era. Mi ojo derecho. La que impide que me levante con el pie izquierdo de la cama cada día. Siempre protegiéndome, siempre llevándome de la mano. Mi pañuelo en los momentos de llanto, mi compañera en los ratos de risa. Mi hermana, aunque no de sangre. Mi hermana de alma. Mi más fiel compañera.

Pablo, el que aguanta mis constantes cabreos. El único que sabe mirar más allá de mi casi siempre insoportable temperamento. El único que ha dedicado catorce años de su vida a intentar comprender qué cosas malas y buenas pasan por mi mente. El que sabe qué me hace feliz, con quien lo soy. Mi siempre pequeño niño.

Gracias por mi primera bicicleta. Por mi primer beso. Por las escapadas románticas. Por los helados que me unieron más a él. Por las tardes de compras que me unieron más a ella. Gracias por las mañanas en el instituto, y gracias por las madrugadas en la playa. Gracias por sus ojos, por su sonrisa. Por sus abrazos y su compañía. Gracias por haberme dado la oportunidad de vivir todo eso, pero despacio, sin ser la estúpida de catorce años que pierde su virginidad con alguien de paso. Gracias por dejarme tener a los diecisiete años la oportunidad de dársela a quien la sepa apreciar de verdad. Gracias por no hacerme ser peor, ni tampoco mejor. Gracias por hacerme ser diferente. Gracias por todas las veces que me hiciste caer, hasta que al fin aprendí a levantarme por mí misma. Por todas las veces que tuve que fallar y después volverme a equivocar, hasta que acerté de lleno. Gracias de verdad, por mantenerme viva sin pedir nada a cambio.

Sin embargo, no voy a tener la decencia de callarme que aún tengo motivos de sobra por los que seguir odiándote. Entre mis razones por las que odiarte están las noches en vela, el llanto sin consuelo. Las respuestas que siempre me fueron dadas de antemano sin antes lanzar un por qué a modo de pregunta. Las preguntas, que por el contrario, quedaron sin respuesta. Las personas que perdí por mi orgullo. Las personas que se fueron por nunca dar mi brazo a torcer.

Hoy vengo a decir la verdad. Y la verdad es que te odio. Te odio con todas mi fuerzas por arrebatarme la ilusión, por desgarrar mi alegría. Por hacer que me enamorara de aquel cabrón aquel día, hace años, tal vez meses. Por hacer que despreciara a quien tan sólo me quería. Por ilusionarme tantas veces sin motivo, por soñar más de la cuenta. Por hacerme sufrir tanto como ahora lo estoy haciendo. Por no echarme el freno cuando estaba dando rienda suelta. Por no empujarme cuando el viento me frenaba. Por hacer que ahora me esté enamorando de él. Yo no quiero, pero a ti eso te da igual. Tú te impones fuerte y decidida a mis deseos. Según tú, yo tengo la obligación de ser de él, pero no el derecho de que él sea mío. Te odio porque eres injusta. Porque no sólo juegas en tu campo. Porque también lo haces en el mío. Porque los balones que echas fuera se convierten en balones perdidos. Porque me haces arriesgar por alguien que ni siquiera sé si piensa en mí de la misma forma. Por no darme tregua ni una sola noche. Por hacer que le quiera todos y cada uno de los días de mi vida.

Te odio tanto porque me haces ser tan frágil. Tan tímida. Cuando siempre he sido fuerte. Te odio porque me pones la valla cuando quiero avanzar. Porque pones la piedra en el camino cuando sabes que voy a correr por él. Te odio tanto que incluso, y sólo a veces, he llegado a pensar que la muerte es mejor compañera que tú. Y aún así, siempre mantendré la esperanza de que algún día, sea como fuere, me demostrarás lo contrario.

Loes

lunes, 1 de agosto de 2016

Aquellos días de noviembre

Estaba quieta, rechazando la idea de sentarme, esperando algo, o tal vez alguien, que ahora mismo mi memoria no alcanza a recordar. Entonces te vi. Tú pasaste por mi lado y te reconocí. Desde antes fueron tus ojos los que me desvelaron que eras tú, pues saludaron en la distancia a los míos. Fue entonces cuando mi mirada buscó la tuya, y la encontró sólo fugazmente. Te fuiste demasiado pronto. Me dejaste atrás, y yo, tan típico en mí, primero dudé y después decidí vulnerablemente dejarte marchar. Una vez más.

Hace cinco años que perdí la suerte de poder escuchar tu voz al filo de mi cuello, de sentir tus brazos al borde de mi espalda. Me permití volver a aquellos días aunque sólo fuera una vez más, y aunque sólo en mis sueños. Noviembre era tan frío como yo lo recordaba. Tú estabas como siempre y sin embargo creo que esta vez me gustaste aún más que la primera. Por aquel entonces ni tú ni yo creíamos en que el destino nos fuera a separar. No estábamos equivocados. De eso ya me encargué yo. Yo, siempre tan estúpida. Siempre llevándole la contraria a mi pobre corazón. Pidiendo más de lo que tenía. Soñando con lo que en realidad no deseaba tener.

Viví en mi mente una vez más ese primer beso, pero he de admitir que esta vez me supo amargo. No sé si será por el sentimiento de culpa o por las ganas de matarme por tenerla. Tal vez ambas cosas. Detrás del beso se acumularon a golpes como coches en una caravana todos los demás recuerdos. Esa vez que permanecimos dos horas abrazados sin mediar palabra, los otros besos a media voz, los paseos hasta mi casa cogidos de la mano, el collar que me regalaste ahora escondido entre mis viejos cajones. Me tomé la libertad de jugar mis cartas a mi antojo, sin pensar en las consecuencias, y por eso te perdí.

Tal vez esto me lo tomo demasiado en serio, quizás no sea para tanto. Pero no me importa. Porque te quería como a nadie y no era consciente de ello. Porque fue así y no quiero seguir siendo tan cobarde como para callármelo más tiempo. Mi error no fue estar contigo, ni hacerte promesas que nunca cumplí. Mi error fue quererte demasiado y no darme cuenta de ello. Amarte en sueños y olvidarte al despertar. Soñarte en silencio y callarme en voz alta.

Lo sé, éramos unos críos. También sé que no llegaste a sentir tanto como para seguir recordando hoy mi nombre. Pero yo sí lo hice, créeme. Y cometí contigo todos los errores de mi vida, y me equivoqué cuantas más veces quise acertar. Y dejé que el tiempo pasara y sin estar a tu lado. Y me mataría por ello. De verdad que quiero hacerlo. Porque odio esta situación. Porque odio sentir tanto, porque odio sentir tan fuerte. Porque odio querer más de lo que debería. Porque no me gusta echarte de menos ahora. Porque debería haber luchado por ti aquel día y hacer que te quedaras conmigo cuando tenía la oportunidad de hacerlo.

Tenía los ojos cerrados y mi mente soñaba. Me desperté un veintinueve de noviembre y vi tu sonrisa. La echaba tanto de menos... Escuché tu voz. Fui feliz un segundo. Luego volviste a pasar por mi lado. Y te volví a dejar marchar. Y lo cierto es que no sabes cuántas veces me ha pasado esto. Cuántas veces te he soñado y cuántas otras te he dejado marchar. Supongo que mi debilidad siempre fue impedir que lo hicieras. Supongo que contigo la valentía se escapa de mis manos. He crecido y las cosas han cambiado. He aprendido muchas cosas y he mejorado en muchas otras. He olvidado y he conocido. Pero tú, tú siempre vas a ser imborrable, intocable, eterno.

Ahora

Ahora que el sol juega al escondite y de pronto se va,
ahora que la luna les roba el protagonismo a las estrellas,
las farolas alumbran al borde de las calles,
y las luces de discoteca deslumbran al filo de la carretera.
Ahora que las voces ya no gritan,
la calma recupera la incondicional compañía del silencio.
Ahora que la mirada ya no se esconde tras unos ojos cerrados,
la realidad se escapa irremediablemente del sueño.
Ahora que tengo la voluntad de regresar cinco minutos a mi pasado,
ahora que no tengo miedo y no me escondo de mis recuerdos,
regresa veloz a mi mente tu nombre antes olvidado,
cual tren que llega tarde a su última parada de metro.
Ahora que ya no eres tú quien besa mis labios,
ya no sé dónde volveré a encontrar tales besos.
Ahora que nadie camina de vuelta a casa a mi lado,
ya no estoy tan segura de si volver a ella debo.
Ahora que no cuentas los lunares de mi cuerpo,
ahora que ya abandonaste tu viaje en la geografía de mi espalda,
recuerdo tu cara acercándose sutilmente a mi almohada,
y sigo sin arrepentirme de haberte dejado ser el primero en hacerlo.
Ahora que tus manos no invitan a mi ropa a abandonar mi piel,
ni siquiera sé si me gustaría más volver a estar desnuda.
Ahora que tu silueta ya no sigue a mi sombra hecha de papel,
desearía volverme y que estuvieras ahí para abrazarte como nunca.
Ahora que me lanzo a la calle sin control alguno por controlarme,
buscándote entre callejones aun sin saber dónde podré encontrarte.
Ahora que las palabras escapan de mi boca cual loca gritando,
cuando no puedo callarme cuánto todavía te sigo amando.
Ahora que las frías copas de alcohol ya no pueden calentar mi cuerpo,
ahora que el humo de mis cigarrillos no puede calmar mi respiración acelerada,
ahora que ni los libros pueden apartar mis pensamientos de ti,
cuando busco en cada página una sola razón por la que no quererte mañana.
Ahora que echo tanto de menos tu voz entrecortada en mi oído,
mis lágrimas de alegría impactando contra el contorno de tu pecho.
Las tardes de invierno riendo en los bancos de los parques,
las noches de verano besándonos en los lugares sin techo.
Ahora que ha pasado tanto tiempo y que tengo el suficiente valor para recordarlo,
ahora que todo lo he perdido y apuesto por volver a ganarlo.
Ahora me atrevo a decirte que nunca fue "ahora",
que siempre fue "siempre" y "todos los días".
Ahora que moriría por volver a tenerte de nuevo en mis brazos,
ahora que la valla ya no frenará mi mortal caída.
Te digo que mis pasos seguirán siempre tu camino,
te digo que estaré siempre recordando una vida a tu lado aun sin haberla vivido.