miércoles, 3 de agosto de 2016

Querida vida

Querida vida,

Nunca te he dado las gracias, pero siendo ahora sincera contigo, aunque sólo sea por primera y única vez en el tiempo que ya llevo vivido, tendré la honradez de decirte que siempre te estuve muy agradecida. Nunca me he sentado a mirarte de frente, a hablar contigo. Hoy vengo con la amplia voluntad de hacerlo. Con la preparada y barata escusa de disculparme por no agradecerte nunca el estar viva.

Es cierto que me has hecho muy feliz en innumerables ocasiones. Todavía recuerdo el primer aroma que me rodeó al nacer; el olor de mi madre. La sensación de estar protegida por sus brazos en todo momento. Las canciones de mi padre, las que escuchaba con atención hasta quedarme profundamente dormida. Mi abuelo. Su eterna sonrisa al verme. Los paseos hasta la estación en su compañía y el no querer volver nunca a casa. La tradición de darle maíz a las palomas del parque con mi tía cuando el reloj de la iglesia marcaba la hora punta. Las carreras en bicicleta con mi tío, incluso cuando mi abuela le gritaba desde el otro lado de la calle que me bajara de allí, que era muy peligroso. Casi tanto como mi ya fuerte carácter, con mis escasos cuatro años de edad.

Mi primer día de colegio. Mi primer amigo. Mi ahora mejor amigo. Mis amigos. Todos ellos. Algunos, con los que he compartido desde piruletas hasta cigarros. Desde zumos en los cumpleaños hasta copas de champagne en nochevieja. Otros, los que siempre han intentado convencerme de que no bebiera, que no fumara. Que volviera a ser la de antes, aunque ya entiendo que era sólo por mi bien. Por eso les hice caso y cambié. Pero todos, todos eran, son, mis mejores amigos. Con sus más y con sus menos. Con sus semejanzas y sus diferencias. Con sus virtudes y defectos. Los adoro. Gracias por regalármelos.

Entre ellos cabe destacar a María. Mi dulce María. Con la que siempre sobraron las palabras. A la que hablarle con la mirada siempre le bastó. La que siempre me aceptó como era. Mi ojo derecho. La que impide que me levante con el pie izquierdo de la cama cada día. Siempre protegiéndome, siempre llevándome de la mano. Mi pañuelo en los momentos de llanto, mi compañera en los ratos de risa. Mi hermana, aunque no de sangre. Mi hermana de alma. Mi más fiel compañera.

Pablo, el que aguanta mis constantes cabreos. El único que sabe mirar más allá de mi casi siempre insoportable temperamento. El único que ha dedicado catorce años de su vida a intentar comprender qué cosas malas y buenas pasan por mi mente. El que sabe qué me hace feliz, con quien lo soy. Mi siempre pequeño niño.

Gracias por mi primera bicicleta. Por mi primer beso. Por las escapadas románticas. Por los helados que me unieron más a él. Por las tardes de compras que me unieron más a ella. Gracias por las mañanas en el instituto, y gracias por las madrugadas en la playa. Gracias por sus ojos, por su sonrisa. Por sus abrazos y su compañía. Gracias por haberme dado la oportunidad de vivir todo eso, pero despacio, sin ser la estúpida de catorce años que pierde su virginidad con alguien de paso. Gracias por dejarme tener a los diecisiete años la oportunidad de dársela a quien la sepa apreciar de verdad. Gracias por no hacerme ser peor, ni tampoco mejor. Gracias por hacerme ser diferente. Gracias por todas las veces que me hiciste caer, hasta que al fin aprendí a levantarme por mí misma. Por todas las veces que tuve que fallar y después volverme a equivocar, hasta que acerté de lleno. Gracias de verdad, por mantenerme viva sin pedir nada a cambio.

Sin embargo, no voy a tener la decencia de callarme que aún tengo motivos de sobra por los que seguir odiándote. Entre mis razones por las que odiarte están las noches en vela, el llanto sin consuelo. Las respuestas que siempre me fueron dadas de antemano sin antes lanzar un por qué a modo de pregunta. Las preguntas, que por el contrario, quedaron sin respuesta. Las personas que perdí por mi orgullo. Las personas que se fueron por nunca dar mi brazo a torcer.

Hoy vengo a decir la verdad. Y la verdad es que te odio. Te odio con todas mi fuerzas por arrebatarme la ilusión, por desgarrar mi alegría. Por hacer que me enamorara de aquel cabrón aquel día, hace años, tal vez meses. Por hacer que despreciara a quien tan sólo me quería. Por ilusionarme tantas veces sin motivo, por soñar más de la cuenta. Por hacerme sufrir tanto como ahora lo estoy haciendo. Por no echarme el freno cuando estaba dando rienda suelta. Por no empujarme cuando el viento me frenaba. Por hacer que ahora me esté enamorando de él. Yo no quiero, pero a ti eso te da igual. Tú te impones fuerte y decidida a mis deseos. Según tú, yo tengo la obligación de ser de él, pero no el derecho de que él sea mío. Te odio porque eres injusta. Porque no sólo juegas en tu campo. Porque también lo haces en el mío. Porque los balones que echas fuera se convierten en balones perdidos. Porque me haces arriesgar por alguien que ni siquiera sé si piensa en mí de la misma forma. Por no darme tregua ni una sola noche. Por hacer que le quiera todos y cada uno de los días de mi vida.

Te odio tanto porque me haces ser tan frágil. Tan tímida. Cuando siempre he sido fuerte. Te odio porque me pones la valla cuando quiero avanzar. Porque pones la piedra en el camino cuando sabes que voy a correr por él. Te odio tanto que incluso, y sólo a veces, he llegado a pensar que la muerte es mejor compañera que tú. Y aún así, siempre mantendré la esperanza de que algún día, sea como fuere, me demostrarás lo contrario.

Loes

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