lunes, 1 de agosto de 2016

Aquellos días de noviembre

Estaba quieta, rechazando la idea de sentarme, esperando algo, o tal vez alguien, que ahora mismo mi memoria no alcanza a recordar. Entonces te vi. Tú pasaste por mi lado y te reconocí. Desde antes fueron tus ojos los que me desvelaron que eras tú, pues saludaron en la distancia a los míos. Fue entonces cuando mi mirada buscó la tuya, y la encontró sólo fugazmente. Te fuiste demasiado pronto. Me dejaste atrás, y yo, tan típico en mí, primero dudé y después decidí vulnerablemente dejarte marchar. Una vez más.

Hace cinco años que perdí la suerte de poder escuchar tu voz al filo de mi cuello, de sentir tus brazos al borde de mi espalda. Me permití volver a aquellos días aunque sólo fuera una vez más, y aunque sólo en mis sueños. Noviembre era tan frío como yo lo recordaba. Tú estabas como siempre y sin embargo creo que esta vez me gustaste aún más que la primera. Por aquel entonces ni tú ni yo creíamos en que el destino nos fuera a separar. No estábamos equivocados. De eso ya me encargué yo. Yo, siempre tan estúpida. Siempre llevándole la contraria a mi pobre corazón. Pidiendo más de lo que tenía. Soñando con lo que en realidad no deseaba tener.

Viví en mi mente una vez más ese primer beso, pero he de admitir que esta vez me supo amargo. No sé si será por el sentimiento de culpa o por las ganas de matarme por tenerla. Tal vez ambas cosas. Detrás del beso se acumularon a golpes como coches en una caravana todos los demás recuerdos. Esa vez que permanecimos dos horas abrazados sin mediar palabra, los otros besos a media voz, los paseos hasta mi casa cogidos de la mano, el collar que me regalaste ahora escondido entre mis viejos cajones. Me tomé la libertad de jugar mis cartas a mi antojo, sin pensar en las consecuencias, y por eso te perdí.

Tal vez esto me lo tomo demasiado en serio, quizás no sea para tanto. Pero no me importa. Porque te quería como a nadie y no era consciente de ello. Porque fue así y no quiero seguir siendo tan cobarde como para callármelo más tiempo. Mi error no fue estar contigo, ni hacerte promesas que nunca cumplí. Mi error fue quererte demasiado y no darme cuenta de ello. Amarte en sueños y olvidarte al despertar. Soñarte en silencio y callarme en voz alta.

Lo sé, éramos unos críos. También sé que no llegaste a sentir tanto como para seguir recordando hoy mi nombre. Pero yo sí lo hice, créeme. Y cometí contigo todos los errores de mi vida, y me equivoqué cuantas más veces quise acertar. Y dejé que el tiempo pasara y sin estar a tu lado. Y me mataría por ello. De verdad que quiero hacerlo. Porque odio esta situación. Porque odio sentir tanto, porque odio sentir tan fuerte. Porque odio querer más de lo que debería. Porque no me gusta echarte de menos ahora. Porque debería haber luchado por ti aquel día y hacer que te quedaras conmigo cuando tenía la oportunidad de hacerlo.

Tenía los ojos cerrados y mi mente soñaba. Me desperté un veintinueve de noviembre y vi tu sonrisa. La echaba tanto de menos... Escuché tu voz. Fui feliz un segundo. Luego volviste a pasar por mi lado. Y te volví a dejar marchar. Y lo cierto es que no sabes cuántas veces me ha pasado esto. Cuántas veces te he soñado y cuántas otras te he dejado marchar. Supongo que mi debilidad siempre fue impedir que lo hicieras. Supongo que contigo la valentía se escapa de mis manos. He crecido y las cosas han cambiado. He aprendido muchas cosas y he mejorado en muchas otras. He olvidado y he conocido. Pero tú, tú siempre vas a ser imborrable, intocable, eterno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario