Te echo mucho de menos. Te echo terriblemente de menos. Echo de menos tu mano cogiendo fuerte la mía cuando no tenía, o simplemente no sabía, dónde agarrarme. Echo de menos tus ojos destellantes de ilusión ante cualquier atisbo de vida, tu forma de ver el oasis en el desierto, el agua en el hielo, la isla en el mar. Echo de menos tu valentía enmascarada de riesgo, tu pecho al descubierto cuando la bala venía directa, abrirle a cara descubierta la puerta al miedo para invitarle gentilmente a pasar. Echo de menos tu coraje, tu forma de andar hacia delante aun sabiendo las cosas que dejabas atrás, no responder ese mensaje, no hacer aquella llamada, jugar a que ya no duele y ganar. Echo de menos tu forma de arrancar la piel a tiras, solo porque sabías que ahí estaba la herida y nunca iba a cicatrizar. Echo de menos tu forma de combatir la tristeza, echarle un pulso al dolor y acabar rompiéndole el brazo. Echo de menos cómo eras y fuiste capaz de dejar de ver como un mar lo que en realidad era tan solo un lago. Echo de menos tu risa invadiendo la casa y el portal, como una onda expansiva que se va colando por los huecos más recónditos, hasta llegar al último rincón del mundo y allí explotar. Echo de menos que me digas que sí se puede, que no habrá tormenta en el mundo que pueda apagar un fuego interior, que no habrá abrazo en el mundo que pueda abarcar la fuerza que tenemos tú y yo. Te echo de menos con los seis sentidos. Joder, cómo te echo de menos… Me echo de menos, porque nunca me he tenido.
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