Todavía sigo siendo yo. Lo he asumido, al fin, como suerte, en todos sus sentidos. Me siguen brillando los ojos con las puestas de sol y cuando te veo pasar. Me sigue palpitando el corazón con las piezas de piano y con una escasa y sutil mirada tuya, que salta esquiva de esquina a esquina, como si así no la pudiese encontrar. Me sigue poniendo nerviosa conducir cuando hay mucho tráfico y también tu risa cortando el aire que respiro. Sigo bebiendo café tres veces al año y acordándome de ti cada noche de mi vida, porque de todas las preguntas que un día me hice, hasta hoy ni una respuesta has dejado de llevar contigo. Todavía no he superado del todo lo del miedo a las personas y sigo queriendo más a los animales. No he dejado de sentir cientos de mariposas por dentro que podrían perfectamente en el otro extremo del mundo causar el mayor desastre. Sigo abrazándome a los libros en invierno y haciendo de la playa mi casa en verano. Todavía guardo la camiseta que me regalaste aunque esté desteñida, y tus cartas mal escritas aunque ya no las lea. Ahora tengo más quemaduras, pero tú sigues siendo la única de tercer grado, y sigo siendo de moratón fácil, de herida pronunciada, de cicatriz perfecta. Me sigue gustando la comida salada y jugar estando rota a que no he dejado nunca de estar entera. Sigo escondiendo la cabeza debajo de la almohada cuando tengo pesadillas, y ahora miro la pluma de mi brazo derecho cuando me olvido de los motivos para avanzar, porque a fin de cuentas, estés o no estés tú, siempre seré esa niña de la burbuja azul que escribe infinitas letras sobre el frío y empañado cristal, para que algún día las leas.
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