viernes, 25 de diciembre de 2015

Mi coraje

Despierto. Me duermo despierta. Sueño despierta. Imagino historias, creo personajes. Confío en mi talento. Lo dejo todo y me dispongo a volver a imaginar, mil historias de cual final dudo, porque empiezo a entender en un día como cualquier otro, que los finales a veces tienen segundas partes.

En esta ocasión, entre las palabras de esta historia, más allá del cielo hoy más azul, del horizonte teñido del color del sol, del cada vez más inmenso universo. Más allá de todas mis ganas por vivir, de todas mis fuerzas y mis risas, enfrascado en un pequeño rinconcito que me pertenece, se encuentra mi coraje.

Hoy, en esta historia, recurro a él para exclamar cuánto desearía echar a correr de este mundo infernal, cómo me gustaría hacer las maletas y viajar a otro lugar, donde sólo viviéramos las personas que somos dignas de tener una vida decente. Exclamo con mi coraje cuán descontenta estoy con los hombres, la mayoría bastante astutos y de poco corazón; una combinación explosiva para la mujer.

Echo mano de mi coraje para resaltar qué tanta injusticia predomina en las leyes que rigen aquí la vida, aquí donde ya no existe la libertad, donde se han cerrado todas las puertas que nos quedaban abiertas para alcanzar la felicidad.

Con mi coraje levanto la mano y pido por aquellos niños que sólo deseaban ser niños, y nadie les dio esa oportunidad. Con mi coraje brindo por ese lugar diferente donde las cosas cambien, donde se trate a las cosas como cosas, y a las personas como personas, donde se respete, donde se ame.

Mi coraje me acompaña cuando digo que me da vergüenza el daño que causamos a nuestro planeta. ¡Cómo me gustaría empezar a cambiar por mí! Cuánto desearía ser mejor persona... Qué más me encantaría que todos nos viésemos con los mismos ojos, con unos ojos llenos de la bondad que hoy a todos nos falta.

Hoy mi coraje me acompaña en mi viaje, porque yo me voy volando a otro lugar, a un lugar donde se respete la dignidad humana, donde hombres y mujeres convivan en una tranquila armonía, donde inocentes no mueran y donde no haya necesidad de usar la palabra culpable.

Me voy allí donde las armas, sólo sean el amor y el cariño, y las bombas, meras representaciones de la generosidad. Mi segunda parte empieza en ese lugar, mis historias terminan allí. Vivo allí, y muero allí. Mi coraje se vuelve a enfrascar allí. Viaja allí. Se queda allí. Me quedo allí.

Si fuésemos valientes

¿Qué podría decirte a ti, mi amor? ¿Qué te diría que no supieras? Tú bien me conoces. Sabes cuánto te quiero. Mi querido y amado abuelo. ¿Qué puedo decirte de esta vida? Tendrías que decirme tú sobre la vida del cielo. Aquí abajo ya sabes cómo suelen funcionar las cosas. El sol sale y la luna se esconde. El viento sopla y las plantas bailan. Algunos van y otros vienen mientras el tiempo sigue dándole vueltas al condenado reloj.

Sigo creciendo, cada vez me hago más mayor, y no dejo de pensar en ti. Bien sé que a ti no te gustaba esta vida, bien sé cuán falta hace esa justicia que tú siempre reclamabas. Esa solidaridad que ya pocos tienen. Me duele que no hayas podido vivir en un mundo mejor. Me lastima saber que te has ido sin que me de tiempo a poner tan siquiera mi granito de arena para conseguirlo. Porque yo sigo creyendo que se puede conseguir, ¿sabes abuelo? Si fuésemos valientes...

Si algún día pudiera ser tan valiente como tú fuiste, si todos se hubiesen fijado en ti cuando podían... Créeme, yo sigo apostando por un nuevo día, por un mañana que nada tenga que envidiarle al hoy del mundo en el que vivimos. Lo haré por ti, bien segura estoy, que nada podrá conmigo, que leeré mil libros antes de morir, que habré escrito dos mil. Haré todo aquello que me gusta, seré feliz y si todos nosotros fuésemos valientes... Abuelo, te prometo que yo seré valiente, todo lo que tú me enseñaste a ser, lo seré abuelo, y siempre.

Voy a contribuir en el mundo de aquí abajo, y cuando pueda también ayudaré al de arriba. No quiero que sufras. Quiero que estés bien donde quiera que estés. Y quiero que tú también seas feliz por mí.
Algún día seremos valientes, no temas abuelo, mi querido abuelo, que este mundo cambiará, por mí o por alguien, de la mano de un milagro quizás, aprenderemos a ser valientes y a luchar por un mundo mejor. No temas abuelo, que yo eternamente velaré por ti.
                                 
                                                                      Mi querido y amado abuelo

Llévame de la mano

Parece que va a llover. El cielo empieza a añorar tu presencia, mis ventanas lo acompañan. Mi cama empieza a echarte de menos, mi vista me traiciona con las espesas lágrimas que retienen mis ojos.

Parece que voy a llorar. Mi cuerpo se estremece bajo las sábanas que marcaste con el sello de tu piel antes de marcharte. Las cuatro paredes entre las que estoy retenida cada vez se buscan más, cerrando el espacio en el que me encuentro. El aire que respiro sale de mis pulmones hacia abajo de mi puerta, y cada vez me cuesta más inspirar aire nuevo.

Parece que es cierto que te has ido para siempre. Mi almohada se hunde por el peso de mis recuerdos y por el pesar de mi llanto, el café que me tomo tiene un sabor amargo difícil de descifrar. Veo tu foto impedir que cierre mi cajón, veo mi alma rota descansar en el suelo.

Parece que nunca volverás. Me pongo la bufanda y mis guantes, y vuelvo a salir en busca de lo que nunca volverá a mí. ¿Cómo voy a encontrarte si veo tu alma en cada rincón, en cada lugar al que miro? Si tu mirada está en el aire, si tus besos permanecen tatuados en mi piel, si tu tacto sigue presente en mi memoria.

¿Cómo voy a encontrarte, si tú siempre estás aquí, a mi lado, aunque no pueda demostrar tu presencia? Dime cómo he de ser fuerte, dime qué debo hacer para ser valiente y no seguir andando, quitarme la bufanda, olvidar mis guantes, y volver a casa sin tu recuerdo, sin la necesidad de que vuelvas a rozar mis labios con los tuyos y llevarme de la mano al lugar donde solíamos soñar, a veces despiertos, a veces dormidos en nuestro propio sueño. Ven y llévame de la mano a donde estés.

Dime cómo he de afrontar que la gente sigue siendo la gente, que las calles están mojadas, y que mi vida continúa. Camino entre tantas personas que no son tú, que me miran diferente a como me miraban tus ojos, hace tanto frío, estoy tan perdida... Mis pasos se confunden y voy perdiendo el rumbo. Pero sigo buscándote, en los bancos, en las aceras... No estás. Nunca estás.

Soy consciente de mi ingenuidad. Soy consciente de que a veces puedo ser tan estúpida... Sé que no debo soñar con tu regreso. Pero eres parte de mí, vives en mi corazón, y aunque pasen siglos, tormentas, aunque los mares se sequen y el mundo se muera, aunque yo finalmente algún día me muera, tú siempre seguirás siendo mi razón de ser, y mi motivo de haber sido. Mi más preciado tesoro. Mi ilusión de amar, mi argumento perfecto para seguir amando mil años después.

                                                                                                                   Tú, mi vida.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Tenemos una cita en Helsinki

He cerrado el libro por la página cuatrocientos cincuenta y ocho, justo esa en la que están escritas con tinta fuerte y concisa las últimas palabras que ella pudo decir antes de que él la besara. Las páginas se han ido resbalando una sobre la otra hasta caer rendidas por el peso de las dos duras pastas que descansaban a su espalda.

He dejado caer el libro ya cerrado sobre las gruesas mantas que le quitan el frío a mi cama por las noches. El viento ha soplado fuerte contra mi rostro cuando he abierto la ventana y todos mis fantasmas se han ido a través de ella, diciéndome adiós con la mano, y he sido consciente de que ya nunca más iban a regresar a mi lado.
Los rayos del sol han empezado a calentar mi pálida y temblorosa piel cuando he subido las persianas mal bajadas.

Me has dicho que me quieres. Me has dicho que te importo. Tenemos una cita en Helsinki. Eso es lo único que me importa. Ese es el único motivo de la sonrisa que no deja en paz a mis labios.

El fuerte aroma de mi perfume se ha peleado contra el viento de mi habitación hasta aferrarse a mi cuello. Los mechones de mi pelo se han entrelazado con las púas de mi peine hasta soltarse en una perfecta y recta línea, y mi ropa se ha adherido a la perfección a cada poro de mi piel. Prescindo del sutil maquillaje y de mis valiosos tacones y me atrevo a decir que estoy lista para enfrentarme a mil y un huracanes, quizás unos pocos más de los que se podrían cruzar hoy en mi camino.

He apostado por coger el primer tren. He apostado por ir y llegar hasta ti cuando te he visto pasar, buscándome, necesitándome como te he necesitado yo toda mi vida. He apostado por soltar mi maleta y pasar de los 0 a los 10 kilómetros por hora para poder engancharme al cuello de tu camisa y susurrarte al oído que eres el ser humano más hermoso que existe en La Tierra.

Me ha faltado tiempo para romper esos centímetros de distancia que separaban a mis labios de los tuyos y te ha faltado tiempo para poner unos cuantos centímetros de distancia entre las suelas de mis zapatos y el suelo que allí nos sostenía.

Me falta tiempo para expresar lo que me haces sentir con sólo rozar mi piel y me falta tiempo de vida para estar contigo, porque, francamente, me he dado cuenta de que cien años sigue siendo un intervalo de tiempo realmente corto.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Sal con una chica que lea; sal con una chica que escriba

Al principio de esta historia cabe decir que realmente ella no era joven, era más bien algo mayor de lo comúnmente común. Pero no es otra la razón de ello más que su profunda sabiduría en los temas que se daban a conocer página tras página de sus antiguos y viejos libros. Por fuera, sin embargo, es bastante razonable decir que era lo suficientemente joven como para que tuviera todavía toda su vida por delante. En esta ocasión el sitio que elegiría sería "la habitación del soñador"; una cafetería que hasta el momento no había tomado consciencia de que existía y que estaba a sólo dos calles más abajo de su particular piso. No soy yo la que miente cuando digo que viajaba a diez mil kilómetros por hora en dirección a la puerta, albergando bajo su brazo uno de aquellos libros tan pesados, a los que tanto amor les guardaba. Tampoco miento cuando digo que al entrar, lo primero que hizo, rechazando la oportunidad de poder sentarse en la última mesa que quedaba libre y pedirle su tradicional café matinal al único camarero que en ese momento se encontraba disponible, fue abrir la página trescientos cincuenta y siete de su libro, la cual se encontraba separada de las demás por un extraño marca páginas que contenía aún más letras, y comenzar a leer. Al instante siguiente, olvidó por completo dónde se encontraba, qué la rodeaba, olvidó incluso el peso del libro que sostenía entre sus manos, y se dispuso únicamente a sumergirse en un mundo imperfecto, ambicioso y extraordinario protagonizado por personajes que le proporcionaban las mayores de sus emociones y despertaban en ella los más grandes de sus sentimientos. Se podría decir que por suerte, al fin pudo pedir su café y sentarse en la mesa del final de la cafetería, esa mesa justo en la que resplandecían los fuertes y luminosos rayos de un sol a las once y veintidós de la mañana de un sábado, como cualquier otro día; pero este era sencillamente especial. Sólo que ella aún no lo sabía. Sería incoherente afirmar que pasados treinta y siete minutos desde que lo pidió, el café seguía sobre la mesa totalmente intacto. Pero en este caso es lo suficientemente coherente como para que esa sea la única verdad. La página trescientos setenta y tres era el único punto céntrico al que su vista respondía. El café se convirtió en una masa espumosa ya bastante fría en comparación al principio. El líquido reposaba tranquilo y ella seguía sin hacer ningún ademán de tan siquiera probarlo. Él se dio cuenta, y supo lo que pasaba tal como la vio entrar hacía cuarenta minutos por la puerta. Pudo afirmarlo cuando luego le pidió el café leyendo de reojo y puede confirmarlo ahora que la ve llorar, ahora que ve mojarse las páginas de su libro por sus espesas lágrimas. Él entendía y compartía perfectamente la razón de ello, conocía de sobra cuán grandes son los sentimientos que pueden despertar en una persona los libros, sabía que te pueden hacer reír, que te pueden hacer llorar, que te pueden hacer sentir el protagonista de tu propia historia, que te pueden llevar al sitio más alto del universo y que en el último capítulo, sin más, pueden hacer que te des de bruces contra la superficie terrestre. Sabía que un libro es como una montaña rusa para el lector, que te pueden hacer vivir mil emociones que realmente llegan hasta lo más hondo de tu ser. Y ahora también cabe decir que no pudo evitar la insistente tentación, y salió del mostrador con otro libro bajo sus brazos, y un paquete de pañuelos en su mano. Se acercó hasta donde estaba ella, le tendió la mano y le ofreció el libro. Al instante ella se dio cuenta de que tenía la misma portada que el suyo. Parecería de nuevo incoherente decirlo pero, aquel libro les unió. Él creía que ya había conocido todos los submundos de los mundos más profundos que se ocultan en las páginas de los más antiguos e impresionantes de los libros, pero gracias a ella se dio cuenta de que ello realmente no era de ese modo. Ella le abrió el paso a nuevos submundos, con otros submundos dentro de ellos mismos, fue su mapa y su brújula, fue su más leal compañera en el viaje de la cultura a través de las hojas de papel. Él la empezó a amar con una simple vuelta de hoja. Ella lo empezó a amar desde un simple epílogo. Realmente se dio cuenta del verdadero sentido de su vida cuando conoció a esa chica que leía, y que un día, la vio también pegada a una hoja en blanco, escribiendo sus propias palabras, su propio libro. No vuelvo a ser yo la que miento cuando digo que se enamoraron gracias a todos los libros que leyeron juntos. Tampoco cuando digo que hoy sí son mayores también por fuera, y que juntos todavía, siguen enamorándose cada día de la literatura que les enseñó a vivir, a luchar, y a amar por encima de todas las cosas que jamás ni siquiera en los libros podrán ser contadas.

martes, 6 de octubre de 2015

El cajón de mis recuerdos

Escribo esto a última hora. Siempre con el tiempo justo. Volví a abrir el cajón. Y volví a encontrarme de frente con todos nuestros recuerdos, ya más negros que blancos. Aunque aún conservaban cierta mezcla entre ambos. Mis lágrimas bañaron tu rostro en aquella noche oscura, el cual se volvió aún más borroso. Y mis lágrimas se volvieron aún más espesas. Y los recuerdos aún más negros. Y mi tristeza más nítida. Y en ese mismo instante, me atrevo a decirte; te amé algo más de lo habitual.

Este libro

No pude evitar volverme a involucrar en el proceso de recordar. Volví a abrir mi libro y releí todas las páginas de las cuales tú eres el autor. No puedo negarte que siguen siendo mis favoritas. Fui la protagonista en el final, y eso es justo lo que me hace entristecer tanto. Me encantaría escribir una segunda parte, pero jamás la leerías, pues tienes este libro guardado lo más al fondo posible. Ignorando por completo el lugar que ocupa. Olvidando totalmente su presencia. Ya nada me hace pensar que tú también volverás a releer estas páginas. Ni siquiera que sin ti este libro siga teniendo tan sólo algo de sentido.

viernes, 25 de septiembre de 2015

La llave

Cuatro años estuve buscando la llave maestra de la puerta mágica. Cuatro años estuve probando con una y con otra, sin obtener resultados algunos. Algunas llaves ya sabía que no eran, pero aún así lo intentaba. Las pocas que creía que sí lo eran, al final resultaron ser copias falsas. Me puse varios disfraces, creyendo que cada disfraz era mi verdadera personalidad. Me puse muchas máscaras, ocultando mi cara por miedo, o en algunos casos, por verguenza. Tomé varias veces el camino equivocado confiando en que más adelante habría un cambio de sentido; nunca lo encontraba y me perdía. Me aferré a cosas que me hacían mal y me alejé de las que me hacían bien. Reí cuando tenía que llorar y lloré cuando tenía que reír. Lo cierto es que lo hacía todo a mi modo; al revés. Era un poco egoísta y solía ver la belleza en cosas que no merecían la pena. Poco a poco fui cambiando mi manera de buscar la llave. Empecé a pensar antes de actuar. Empecé a ir por el buen camino sin pisar antes el malo por mera curiosidad. Alcancé unos horizontes que siempre creí fuera de mi alcance. Me quité los disfraces y las máscaras y me mostré tal como era, tal como soy. Sabía cuándo llorar y cuándo reír, cuándo luchar y cuándo tirar la toalla; nunca. Empecé a arriesgar por las cosas que verdaderamente me importaban. Y así un día, encontré la llave, la de verdad, la que me ha abierto la puerta cuatro años después. Ahora he podido pasar dentro y ser yo misma, la que siempre he querido ser. He cerrado la puerta y no pienso volver a salir ahí fuera. Ahora, soy más resistente, más fuerte y más yo que nunca.

P.D: para ti nunca está de más un te quiero

Hola, quería decirte gracias, lo siento, te quiero. Quería decirte tantas cosas que no sé por dónde empezar, quería decirte miles de cosas y millones de cosas que me falta tiempo para poderte contar. Debo confesarte con estas ahogadas palabras que ayer noche cambié las ganas de dormir por la ansia de regresar al pasado, no fue nada fácil para mí recordar tantos de mis más dolorosos y sufridos momentos. Pero de repente, entorné mis ojos hacia el fondo, y allí, enfrascado en un pequeño recuerdo, estabas tú. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que junto a ti pasé los mejores momentos de mi vida, siendo capaz de permanecer horas abrazada a tu espalda, y con todo el pesar de mi alma, debo admitir que eché a llorar. Es aquí cuando salgo de mis recuerdos, y me dispongo a hablar. Quería pedirte perdón por no haber sido perfecta, por no haber sido quien tú querías que fuera y por haber dejado en parte ilusiones rotas en tu corazón. Sé que contigo tuve los mayores errores de mi vida, pero quería decirte que hacerte daño no fue nunca mi intención. Te quise como no quise a nadie más y ahora puedo confirmarlo porque de entre todos, siempre has sido tú, y por eso, al final, vuelvo otra vez a ti. Quería decirte, que no volví porque tú no volviste, porque he de admitir que eso del orgullo siempre me ha llevado ventaja, o por lo menos, hasta el día de hoy. Quería decirte que sé que tonta se queda corto, porque la mayor estupidez que he hecho en toda mi vida, fue dejarte ir. Quería decirte que te amaba y que arrancarte de mi corazón aún hoy para mí es imposible. Quería decirte que para ti tal vez ya sea agua pasada, que ni te acuerdes de que existo, pero que yo aquí para ti aún sigo. Quería decirte que a lo mejor ya no seré lo que fui para ti una vez, pero que puedes contar conmigo. Sé que son palabras, y que como a todas, cualquier viento se las lleva. Por eso, léelas antes de que desaparezcan, porque cuando lo hagan, ya no me quedarán motivos a los que aferrarme para poder demostrarte nada.
Y, ¿Sabes una cosa? Quería decirte que si a pesar de todo tú fuiste un error, yo sin duda alguna, volvería a equivocarme.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Enamorados

Tú me guiaste hacia los prados más verdes,
y en ese verde de tus ojos yo me perdí,
no me importaba en absoluto perderme, sino perderte
porque deseaba que fuesen tus ojos mi lugar para vivir.

Con las manos entrelazadas y al borde del amor,
con un beso robado me robaste el corazón,
y en ese mismo momento lo único que hubiera deseado,
hubiese sido mantenerte toda la vida a mi lado.

No habría persona más pobre en el mundo,
que una persona que no te tuviera a ti.
No son mis ganas de amarte, ni mis ganas de quererte,
es mi ansia de ti.

Yo te guié hacia los lugares más iluminados,
no más iluminados que cuando llegaste tú,
y allí enamorados y junto a tu luz,
me volví a enamorar sin pensarlo demasiado. 

Sin miedo

El miedo me miró de frente. Y debo decir que durante muchos años evité su mirada, privándome del placer de poder mirarle yo también. Estuve evitando su mirada demasiado tiempo, más del que cualquier ser humano podría imaginarse. Me hice mucho daño, cada vez que desviaba mi mirada al suelo, el miedo me hacía una herida. Y yo, con la cabeza gacha, entregándome al resentimiento y esquivando la valentía, me la tapaba con una pequeña y barata tirita. El miedo me perseguía a cada momento, me obligaba a renunciar a todas esas cosas por las que tenía que luchar y poner de mi parte para conseguirlas. Me decía siempre "no" y se guardaba los "sí" para él mismo. Me ponía su mano delante para evitar que siguiera andando, en vez de para ayudarme a continuar el camino. Ponía piedras en él en vez de quitarlas. Me arrebataba la felicidad y la posibilidad de crecer como persona. Me hacía olvidar cuáles eran mis verdaderas metas y mis verdaderos deseos. Me tenía completamente ciega y a su disposición.
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Pero un día las cosas cambiaron. Crecí, abrí los ojos, y dirigí mi mirada hacia él. Conseguí quitarme todas las tiritas, la sangre se secó, mis heridas se curaron. Empecé a luchar por las cosas que quería y seguí mi camino apartando las piedras que el miedo puso. Recuperé la felicidad y cada día, crecía un poco más. Llegué a mis verdaderas metas e hice lo imposible para que mis deseos se cumplieran. Hoy tengo el coraje de decir que soy valiente, y que el miedo, hoy pasa por mi lado sin atreverse a mirarme ni siquiera de reojo.

lunes, 31 de agosto de 2015

Sin remitente (2º parte)

Es un lunes. La luz del sol no entra por la ventana y la brisa del viento no se cuela por la puerta. Hay catorce cartas sin remitente guardadas en un cajón, y Laureen siente que en cierto modo, su ilusión y su entusiasmo también se han quedado encerrados en ese cajón, sin ninguna oportunidad de poder salir. No puede expresar cómo se lo ha tomado por el simple hecho de que no se lo ha tomado de ninguna manera. Sigue dudando entre alegrarse o entristecerse. Le resulta todo demasiado extraño y entonces siente que ni es un pájaro, ni mucho menos está cantando ninguna melodía. ¿Qué será lo siguiente? ¿Recibirá más cartas? ¿Todo acabará ahí sin más? Lo único que no puede dejar de hacer es pensar en tantas preguntas que no tienen respuestas. Daniel. Es lo único que recuerda. Y si tuviera que arriesgar, arriesgaría diciendo que está segura de que es él. Antes no le preocupaban las cartas, antes sólo vivía al margen de la vida, siguiendo la línea que había bajo sus pies, fuese quien fuese quien la pintara. Nunca decidió salir de la línea y seguir otra que pintara ella misma, o simplemente no seguir ninguna y arriesgar. Nunca lo hizo. Pero ahora es diferente. Ahora siente que esa línea se ha borrado y que le toca afrontar un nuevo camino siendo todo lo valiente que nunca supo ser. Es el verdadero sentido de la vida y el que nunca se ha atrevido a aceptar. Pero vuelve a pensarlo, nunca es tarde. Se preparará para lo que tenga que pasar, y desea que Daniel la encuentre, por encima de todas las cosas, porque aunque le parezca una locura, cree que a los ocho años ya sentían el amor de una forma distinta, y ahora después de tantos años, quiere descubrir de qué forma era. Y quiere sentir con él el amor de todas las maneras humanamente posibles.

Baja a recoger el correo, y por primera vez en tres meses, no tiene miedo de lo que se vaya a encontrar, dibuja una línea bajo sus pies con sus propias manos y la sigue con paso firme. Mira al frente y piensa que sea lo que sea lo que se encuentre, será lo correcto. Porque el destino siempre hace lo correcto. Aunque a veces duela. Pero no encuentra ninguna carta. Ni siquiera un trozo de papel roto y en blanco. Ni si quiera una mota de polvo. No encuentra nada. Esta vez ha hablado el destino, no su corazón. Es lunes y no hay más cartas. Quizás todo se haya acabado. Quizás su más escondida sospecha de que todo ha sido sólo un sueño, sea cierta.

Pero cuando vuelve a mirar las cartas, cuando ve los dibujos, y cuando lee las palabras de la última, sabe que no ha sido ningún sueño. Alguien se las mandó. Alguien de verdad lo hizo. Y hay una razón, por remota que sea, tiene que haberla.

Pasan otros tres meses, y sigue sin aparecer ninguna otra. Empieza a pensar que sólo era una tontería, o tal vez una especie de juego, e intenta convencerse de que lo mejor es olvidarlo.

Pasan cuatro meses, pasan seis, siete, y hasta ocho. Nada. Y nada puede convertirse en todo cuando es lo esencial para ti. No logra convencerse de que lo mejor es olvidarlo. Faltan tres días para su cumpleaños. Y se lo toma como un reto. Tiene tres días para intentar comunicarse con Daniel. No es la más brillante de las ideas, pero por lo menos se atreve a hacerlo. Algo es mejor que nada. Coge el bolígrafo negro que le regaló su padre cuando empezó la carrera, coge un folio de su mesa de estudio, y empieza a escribir. En este caso, lo que no hay, es destinatario. Escribe todo lo que le gustaría volver a encontrarse con Daniel, y le pide, si es que lee la carta, que por favor la busque. Él es el único que tiene una dirección para poder hacerlo.

Es un lunes. Es el día de su cumpleaños. La luz del sol la felicita y el viento le regala una brisa muy agradable. Toma una decisión. Deja la carta en su mismo buzón, porque no tiene otro sitio donde dejarla para que él la encuentre. Sabe que es una locura y casi improbable, pero lo hace. La deja, se da la vuelta, y se dispone a volver a entrar en su casa. Pero cuando intenta andar, se da cuenta de que esta vez no hay ninguna línea bajo sus pies. Ni siquiera la que ella misma dibujó. Levanta la vista y contempla su casa. Pasan tres minutos y sigue de pie, sin ninguna línea que seguir, y contemplando que su casa no puede cambiar en tres minutos. Entonces de repente lo escucha. Escucha su buzón cerrándose. Se da la vuelta y ve que hay alguien al lado, leyendo una carta, que sorprendentemente es la que ella acababa de dejar.

Entonces se da cuenta de que sí había una línea dibujada bajo sus pies, sólo que no en la dirección que ella creía. La sigue y se da de bruces con unos ojos más negros que la mismísima oscuridad, y ya no tiene la necesidad de preguntarle si su nombre es Daniel. Porque ya sabe que la respuesta es sí, sólo el beso que se dan dos segundos más tarde, puede confirmárselo. Sólo la línea que él mismo ha dibujado en dirección a sus labios, puede asegurarle que hubiera cogido el camino que hubiera cogido, al final él siempre sería el destino.

domingo, 30 de agosto de 2015

Sin remitente (1º parte)

Es un lunes. La luz del sol entra por la ventana. La brisa del viento se cuela por la puerta. Fuera los pájaros cantan y los niños ríen. Dentro sólo se oye un mero eco de ésto. El olor a café inunda cada resquicio de la casa, y el atonador sonido de la alarma del reloj, indica que son las once de la mañana. Se levanta y un aire cálido choca con su cara. El cuadro que pintó su madre sigue en la misma pared y la ropa no se ha movido de los cajones. El agua de la ducha sale caliente, su pelo sigue teniendo su tono oscuro de siempre y sus ojos siguen siendo marrones. Su marca de nacimiento sigue ocupando la zona de su muñeca. Nada le dice a Laureen que algo en esa mañana esté fuera de lo común. Nada excepto la carta sin remitente que se encuentra en el buzón cuando sale al jardín para recoger el correo. Todo lo demás es propaganda y alguna que otra revista, lo tira todo a la basura y se queda con la carta en la mano. Por alguna razón que se desconoce, no le da demasiada importancia y decide guardarla en un cajón, para abrirla más tarde. A los minutos empieza con su rutina, desayuna, coge el coche, el cual sigue haciendo el mismo ruido de siempre al arrancarlo, y se va al trabajo. Allí parece que todo sí sigue igual que siempre, a excepción del aire acondicionado, que esta mañana está un poco más alto. Se sienta y empieza a revisar papeles, pronto se da cuenta de que ha pasado demasiadas horas de su vida en esa oficina, rodeada de empresarios y papeles por rellenar. Es entonces cuando echa marcha atrás y se sitúa en el día cuando aún era una niña. Siente cierta nostalgia por todos los muñecos de nieve sin terminar y todas las muñecas que se quedaron a medio vestir. Después se sitúa en su adolescencia, y se da las gracias a sí misma por no haber perdido el rumbo de su vida como casi todos los demás adolescentes. Se siente orgullosa porque su vida nunca fue dominada por el alcohol ni por el tabaco. Y se alegra de que siguiera estudiando, porque gracias a eso hoy puede estar cada mañana en la oficina, que aunque no sea el mejor lugar del mundo, es lo que le da casa y comida. Es extraño que se pare a pensar en todo ello, pero lo cierto es que lo ha hecho, y ahora rellena los papeles con un poco más de entusiasmo.

Nunca pensó en eso de casarse y tener hijos, y aunque tenga ya veintiún años sigue sin hacerlo. Se limita a trabajar y salir con sus amigos, y en su tiempo libre, canta. Decía que ella y su padre eran como dos pájaros uno al lado del otro cantando distintas melodías. Lo curioso es que empezó a cantar cuando su hermano murió en un accidente de coche. Pensaba que su voz subía hasta el cielo y él la escuchaba. Le dedicaba canciones y ese era su modo de comunicarse con él. Maldice al destino por haberle robado al único hermano que tenía, pero también le agradece que mantenga con vida a sus padres. Lo demás, sólo ella lo sabe.

Sale del trabajo y va a su casa, ve el cajón donde está la carta y lo abre. Se queda mirándola, pensando que tal vez se han equivocado al mandarla, o que quizás esté en blanco. No la abre pero no sabe si es por miedo, o porque realmente no le importa su contenido. La vuelve a guardar y cierra el cajón. Pasa una semana y se olvida de la carta, ni siquiera recuerda que la haya guardado en el cajón. Vuelve a salir al jardín para recoger el correo. Una carta de su madre, tres revistas, dos propagandas de unos restaurantes, y... Una carta sin remitente. Es un lunes. Pero a diferencia del lunes pasado, hoy el sol no se ve, unas oscuras nubes lo tapan, y pronto empieza a llover. Vuelve a abrir el cajón y guarda la carta. Se va al trabajo.

Y extrañamente, pasa otra semana sin leer las cartas, vuelve a ser lunes, y vuelve a recibir otra más. Y vuelve a guardarla en el cajón sin leerla. Es algo incoherente pero, en tres meses, ya tiene catorce cartas acumuladas en el cajón, todas ellas con fecha en un lunes, y todas ellas sin leer.

Curiosamente, un miércoles, vuelve a echar marcha atrás y vuelve a recordar cosas de su pasado, cada momento que pasó en esa casa junto a sus padres. Cada risa, cada llanto. Cada motivo para despertarse cada mañana. Se arrepiente de todo lo que nunca hizo. Y entonces piensa que debería ser un poco más valiente, y arriesgar más en su vida. Mira un cuadro con una foto de su familia que hay en su mesita de noche, y entonces lo ve. Debajo está el cajón. ¿Por qué no? Lo abre, saca las cartas, y las abre por orden. Nunca es tarde para empezar. Saca la primera de su sobre, y mira su contenido. No sabe si sonreír o preocuparse. Porque no son palabras lo que hay en la carta. Es un dibujo. Todas las cartas son dibujos; una niña de espaldas, una flor, un niño sonriendo, una mariposa, un campo, una casa, unos dedos entrelazados, una maleta, una carretera, un reloj, una nube que anuncia lluvia, un mapa, y extrañamente, un hombre escribiendo una carta. Trece dibujos en trece cartas. No entiende qué relación pueden tener los dibujos, y mucho menos qué tienen que ver con ella, pero cae en la cuenta de que le falta una carta por abrir, la abre pero para su sorpresa, en esta no hay ningún dibujo, hay palabras, que dicen: "Estabas de espaldas, te llevé una flor, me hiciste sonreír cuando señalaste a una mariposa que volaba en un campo. Viniste a mi casa, prometimos no olvidarnos nunca, hice la maleta y me viste marchar. Te he estado esperado todo este tiempo, entre lágrimas por no saber cómo eres ahora. He decidido buscarte, escribiendo estas cartas. Sólo quiero que me recuerdes".

No recuerda mucho de eso, pero cree recordar que su nombre es Daniel. Vagamente le viene a la mente el recuerdo de unos ojos negros y una sonrisa tan hermosa que le produce verdadera ternura. El corazón le pide a gritos reunirse con él, pero... ¿Cómo lo va a hacer si no tiene su dirección? Empieza a dudar de todo, porque es muy extraño que le mande dibujos en cartas sin remitente cada lunes en vez de mandarle una normal y corriente. No sabe por qué lo ha hecho así, y ahora sí empieza a tener miedo de verdad, porque el niño que una vez fue su amigo, hoy es un hombre desconocido que le manda cartas misteriosas.

viernes, 14 de agosto de 2015

Gracias a ti

He de decir que realmente llegaste a mi vida como si ya supieras que ibas a formar parte de ella, y he de decir, que yo, no sabía que te llegarías a convertir en ella. También he de decir que pude haber salido huyendo, pero es cierto que del amor no se puede huir. Al final me alcanzó, me alcanzaste, y caí, como una tonta, o tal vez como una ingenua. La verdad es que debí haber sido un poco más inteligente y precavida, pero me cegué queriendo, rechazando la oportunidad de ver quién eras en realidad y cuáles eran tus verdaderas intenciones. No pude evitarlo, tú no me dejaste escapar, y al final, me enamoré de ti hasta lo más hondo, hasta ese sitio donde ni siquiera yo misma jamás había podido llegar. Tengo que admitir que por las mañanas, tú eras mi mejor desayuno, reemplazando a las tostadas con café. Tengo que admitir que eras mejor que la Coca-Cola para eso de quitarme el sueño por las noches. Y tengo que confesar, que mi mejor pasatiempo era mirar tus fotos e imaginar una vida juntos que sin embargo, sabía que nunca existiría. Me llegaste a volver tan loca, que te puse por delante de todo, por delante de todos, y me permití hacer daño a muchas personas por estar contigo, personas que sí me querían de verdad, a diferencia de ti. Por ti hice cosas que jamás pensé que haría por nadie. Llegué a sentirme realmente tuya. Te llegué a sentir realmente mío. Llegué a sentir ese vínculo perfecto, pero nada más sentirlo, se esfumó para no volver jamás.

Hoy le doy gracias al destino por haberme separado de ti, porque he encontrado la verdadera felicidad, y no precisamente a tu lado. Te doy las gracias a ti por echarme de tu vida, porque me has dado la oportunidad de entrar en la vida de alguien mucho mejor, mucho más hombre que tú. Ahora sé que realmente lo bueno se hace esperar, y que vale la pena esperar por lo que vale la pena tener. He sido capaz de superar mis propios miedos y de seguir adelante con un amor que me mataba por dentro, y gracias a todas esas veces que me hiciste llorar, y que me hiciste sentir lo peor del mundo, ese amor me fue dejando en paz, hasta que se olvidó de mí. Gracias a todo lo que me hiciste, empecé desde cero, empecé rota, y destruida por dentro, y la mejor parte fue cuando me abrazaron tan fuerte que todas mis partes rotas se unieron de nuevo, llevándome otra vez al punto más alto de la ilusión, al igual que hiciste tú, pero esta vez no para luego desilusionarme, esta vez, para mantenerme ahí. Por eso te estaré eternamente agradecida, porque gracias a ti, y sólo a ti, he descubierto que a lo mejor no soy bonita, pero sí soy lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de lo que valgo.

miércoles, 29 de julio de 2015

Cuando era pequeña

Cuando era pequeña solía creer que en el armario habitaban los monstruos, que cuando lo abriera iban a aparecer asustándome con sus espantosos dientes y sus zarpas puntiagudas. Solía creer que existía ese lugar tan bonito coloreado del verde de las plantas donde habitaban las hadas más hermosas. Solía creer que algún día Peter Pan abriría la ventana de mi cuarto para llevarme al país de Nunca Jamás. Solía creer que alguna vez mi hada madrina también me regalaría un precioso vestido con el que iría a las más lujosas de las fiestas. Solía creer que yo también conocería algún día a siete enanitos muy amables que serían mis amigos. Cuando era pequeña soñaba con tener una manta voladora con la que ir a todos los sitios que quisiera, de hecho la pedía en algún que otro cumpleaños. Recuerdo que cuando iba al parque observaba con atención a mi alrededor por si aparecía algún conejo blanco con un reloj en la mano. Como nunca aparecía, buscaba en todos los árboles un hueco por el que poder tirarme para luchar contra la Reina Roja, pero nunca había ninguno. A veces iba a la playa y me ponía a nadar como una sirena, pensando que a lo mejor así me convertiría en una de ellas, para poder llegar a lo más hondo del océano y hacerme amiga de un divertido cangrejo. A veces creía a mi madre cuando me decía que era una princesa, y a veces me encantaba ponerme coronas.
Cuando era pequeña, solía soñar que mordía una manzana envenenada, o tal vez que me pinchaba con una aguja hechizada, y que luego el valiente y hermoso beso de un príncipe me despertaba. Solía creer que los príncipes azules existían y que alguna vez alguno de ellos me subiría a su precioso caballo. Me hice mayor, me desperté del sueño, y dejé de creer en las cosas que aún sigo esperando sabiendo que nunca van a pasar. 

sábado, 25 de julio de 2015

Palabras de una incomprendida

No quiero divertirme, no quiero experimentar, no quiero ser igual a los demás, no quiero hacer cosas que se suponen que son las que se hacen a mi edad, no quiero destacar y llevarme todos los aplausos del público, no quiero ser la mejor por tener una cara bonita y un cerebro hueco, no quiero ser la princesa de un príncipe azul ni vivir en el castillo más bonito del mundo, no quiero ser el hada de ningún cuento feliz, no quiero desfilar en las mejores pasarelas y que todas las miradas masculinas se dirijan hacia mis curvas. No quiero tener muchos chicos a mis pies, quiero tener un hombre a mi altura, quiero querer a alguien y que alguien me quiera, de verdad. No quiero que todo se resuma en un juego y que gane el que mejor mienta, quiero que se resuma en un juego en el que ambas partes ganen por decir la verdad, por el amor que realmente existe. Quiero querer de verdad y quiero sentirme igual de querida. Quiero tomarme las cosas en serio y quiero estar al lado de alguien toda la vida. Quiero arriesgar por alguien y que alguien arriesgue por mí. Quiero darlo todo y que me lo devuelvan. Quiero que alguien me entienda con sólo mirarme, que una mirada reemplace las mil palabras que nos queramos decir. Quiero coger a alguien de la mano para que tire de mí hasta llevarme a algún lugar donde estas palabras tengan tan sólo algo de sentido. Quiero ser yo misma y que me quieran por eso, no por quien aparento ser o por quien dicen que soy. Quiero significar algo de verdad en la vida de alguien. No quiero el desayuno en la cama cada mañana, no quiero un ramo de flores ni una cena romántica cada noche, no quiero velas que se apaguen al rozarle el viento, no quiero tener con alguien un breve cuento para después leerlo mil veces. No quiero palabras bonitas ni regalos materiales. Quiero hechos, quiero besos, quiero abrazos, quiero miradas, quiero gestos, quiero caricias, quiero una historia, una historia que a diferencia de las demás, no tenga final. Quiero algo de verdad y no algo fingido. Quiero descubrir el verdadero significado del amor, y quiero la versión original.

miércoles, 22 de julio de 2015

A un desconocido

Hubo una vez en la que decidí complicarme la vida por amor. Una vez en la que fui yo la que decidió meterse en el lío de enamorarse. Nadie me pidió que lo hiciera, el sentimiento no vino sin ser llamado como siempre, yo lo llamé, yo lo busqué, yo sola fui la que quise complicarme la vida enamorándome de un desconocido, y la verdad, no me arrepiento, porque hoy es un capítulo más en el libro de mi vida.
No lo conocía, no sabía nada de su vida, ni siquiera su nombre completo, pero había algo en él que nunca supe que era, pero que me hizo jugármela por él. Había algo que me unía a él más que a nadie, como si ese algo fuera un imán y nosotros fuéramos los polos opuestos. Él norte, yo sur.
La verdad es que me dio igual no conocerle, me daba igual cualquier cosa que pudiera convencerme de no enamorarme de él, me daba igual todo porque por él lo arriesgaba todo, así porque sí, sin ninguna explicación. Simplemente me arriesgaba y me la jugaba por él.
Creo que lo que tuvo que ver para que me volviera loca por él fue que lo que no consiguieron mis amigos hacer conmigo en meses, él lo consiguió en dos días. Era demasiado para mí. Era mi apoyo y a la vez mi perdición. Me llenaba de dudas y a la vez me hacía mantenerme firme en mi decisión de arriesgarme por él. Sabía lo que me jugaba, sabía lo que podía perder, pero también lo que podía ganar, y fueran cuales fueran las oportunidades de ambas cosas, yo me arriesgué.
Lo cierto es que no quería darle el capricho al destino de no intentarlo por lo menos, quería ser valiente, no quería darle ese capricho a la vida de acobardarme ante ella.
Decidí abrirme a lo que pudiera pasar, a quien pudiera aparecer en mi vida. Me pasó él, él apareció en mi vida.
Admito que estaba loca, por arriesgarlo todo por alguien que no conocía, pero era él quien me volvía loca, y si yo estaba loca, quería que él también lo estuviera, para poder hacer locuras juntos. Y eso hice, todo lo posible para intentarlo.
Sin saber cuál era en realidad su intención, ni qué era lo que de verdad quería de mí, pero lo hice. No quería casarme con él pero tampoco quería que no pasara nada entre nosotros y perderle así sin más. Quería intentarlo, de verdad quería arriesgarme. Y fue por eso que le dije que le quería, y no sé por qué fue, pero él también me lo dijo.
Me preocupé porque pensé que lo que sentía por él superaba sus límites, él ya superó los míos, me superó a mí, y me pudo, realmente me pudo, y por eso ya no me importaba sobrepasarlo todo por estar con él.
Y si ese día, en ese instante, no me hubiera vuelto loca como para arriesgarme así, ahora no podría recordarlo con una sonrisa en los labios.
¿Mi consejo? Atrévete a soñar. Atrévete a intentarlo. Arriesga por amor, aunque sea un desconocido o sólo lo conozcas de un día. Sólo así podrás conseguirlo. Y créeme, luego merece la pena, porque, apareció él y todas las canciones de amor tuvieron sentido.

sábado, 11 de julio de 2015

Compositora de sueños

Me gustaría ir a la playa y ponerme a andar hacia el mar hasta perderme en el horizonte.
Me gustaría viajar a la luna y quedarme a vivir en ella.
Me gustaría convertirme en un pájaro para poder volar.
Me gustaría ser tan alta como una jirafa para poder verlo todo.
Me gustaría ser una roca para conocer la historia más antigua.
Me gustaría ser una mariposa para poder meterme por los huecos más pequeños.
Me gustaría volver a ser pequeña para evitar los errores que he cometido de mayor.
Me gustaría coger un tren sin mirar su destino y viajar hasta la última estación.
Me gustaría ser una estrella para que todos me vieran desde La tierra.
Me gustaría ser un planeta para flotar en el universo.
Me gustaría ser un pez para poder respirar debajo del agua.
Me gustaría quitar el hambre del mundo.
Me gustaría salir de un avión en pleno vuelo para tocar las nubes.
Me gustaría ser el viento para viajar a kilómetros por hora y por todos los lugares del mundo.
Me gustaría ser un animal para no entender de guerras.
Me gustaría ser música para que todos me admirasen.
Me gustaría ser un ángel para poder ver a mi abuelo en el cielo.
Me gustaría ser una flor para poder florecer.
Me gustaría correr durante horas a donde me llevase el destino, sin pensar en cómo volver luego.
Me gustaría ser el sol para iluminar al mundo.
Me gustaría ser el agua del mar para viajar en tranquilidad.
Me gustaría ser compositora de sueños para que se hicieran realidad.
Me gustaría tener alzheimer para no recordarte nunca más.
Me gustaría ser magia para hacer un conjuro y sacarte de mi cabeza.
Me encantaría quererte un poco menos

viernes, 10 de julio de 2015

Éramos niños

Alguna vez fuimos niños, y de hecho lo éramos. Éramos niños jugando todo el día, niños rodeados de balones y muñecas, niños que no corrían de miedo, pero sí huyendo de alguien, del que te iba a pillar. Niños que no gritaban porque se asustaban, sino para ver quién gritaba más alto. Éramos niños que cuando iban a un bar, y todo el mundo ya se había terminado su bebida, mezclaban los restos echándolos en un mismo vaso, y luego siempre estaba el típico valiente que se atrevía a probarlo. Niños que a los cinco minutos de discutir ya estaban jugando otra vez juntos. Niños a los que les encantaban los zumos de piña y las piruletas. Niños a los que el llanto les duraba tres minutos y luego sonreían como si nada. Niños que hacían eso, cosas de niños.

¿Dónde queda eso ahora? ¿Cuáles son nuestros juegos ahora? ¿Dónde están los balones y las muñecas? ¿Cuáles son nuestras razones ahora para correr y gritar? ¿Seguimos mezclando los restos de las bebidas con la misma intención que antes, o simplemente, seguimos haciéndolo? ¿Cuánto nos duran las discusiones ahora? ¿Nos olvidamos de ellas tan fácilmente? ¿Qué son ahora para nosotros los zumos de piña y las piruletas? ¿Cuánto nos dura el llanto? ¿Hacemos cosas de niños todavía?

Nuestros juegos ahora son joder al más débil y hacerle daño al que menos se lo merece sin ninguna razón. Los balones y las muñecas están en lo más hondo del baúl de los recuerdos. Corremos y gritamos por muchas razones, pero no con la inocencia de antes, al igual que mezclar los restos de las bebidas. Las discusiones nos duran horas, días, semanas, meses, años, y no nos olvidamos de ellas. Los zumos de piña son ahora malibú con piña y las piruletas, cigarrillos. El llanto nos dura una eternidad y nos corroe por dentro. Ya no hacemos cosas de niños, porque no lo somos, y aunque forma parte de la vida, a mí me da pena ver el cambio que hemos tenido.

Abuelo

Abuelo, padre de mi madre,
abuelo, que tú me diste tu sangre,
mil historias me contabas antes de dormir,
mil historias que nunca me cansaba de oír.

Abuelo, profesor de mi vida,
abuelo, gracias a ti yo aprendía,
me enseñaste a luchar por lo que quiero,
logré con tu ayuda levantar muchas veces el vuelo.

Una mirada y mil sonrisas por tu alma,
una rosa y mil claveles te doy con todas mis ganas,
por ti rezamos tu familia con corazones sinceros,
cada noche y siempre desde aquí al cielo.

Gracias por darnos la vida,
gracias por habernos acompañado,
siempre aquí y cada día,
jamás te olvidamos.




miércoles, 8 de julio de 2015

Copos de nieve (2º parte)

-Denis.
-¿Qué?
-Que mi nombre es Denis.
Zoe no pronuncia palabra alguna, tan sólo inspira aire, el cual está tan frío que siente que se le congelan las fosas nasales, reduciéndose a diminutos tacos de hielo que luego llegan a entrar dentro de sus pulmones, los cuales son para entonces un auténtico glaciar.
No puede creer que por fin se haya dignado a decirle cuál es su nombre, y no entiende por qué no lo ha hecho antes, porque la verdad es que es el nombre más bonito del mundo entero, o quizás piensa que lo es porque él es el chico más bonito del mundo, o al menos, el que más le gusta, el único que le ha gustado en sus dieciséis años de vida, quien le ha enseñado que ese amor a primera vista del que todos hablan verdaderamente existe, y que realmente se puede llegar a amar a alguien en semanas, o incluso en días. Y lo cierto es, que justo en el momento en el que él pronunció la palabra Denis, sintió que junto a él, no existía el peligro, ni las cosas malas, ni tan siquiera el dolor o la tristeza. Sintió que junto a él ya podía estar segura siempre, y que sólo existía la alegría, las cosas buenas, la aventura y por último y aunque no menos importante, el amor.
Le había dicho cuál era su nombre, pero no le había contado el por qué de las miradas tan extrañas de la gente hacia ella cuando está con él.
Se lo intenta preguntar, pero justo cuando él sabe que ella va a hablar, se da la vuelta y sale corriendo, empujando a la gente si es necesario para poder ir más rápido, y aunque ella no le ve la cara pues está ya muy lejos, sabe que por ella están resbalando las lágrimas que caen de sus ojos, no sabe cuál es el motivo, pero sabe que es así, y no le queda más que volver a casa de su abuela con la duda, y con el sentimiento de culpa por haberle hecho llorar, aunque sin haberle dicho nada.

Pasó una semana y no lo vio, tan sólo en su mente cuando cerraba los ojos. Cada día se seguía preguntando por qué a todo, seguía haciéndose cientos de preguntas que por el momento no tenían respuestas. No sabía dónde buscarle, no sabía cómo llamarle, todas las noches se despertaba gritando en sueños, a veces en pesadillas, quería ponerle su cara al rostro de la gente, pero era imposible. Cerraba sus ojos y decía en su mente mil y dos mil veces su nombre, pensado que cuando los abriera se lo encontraría de pie de brazos cruzados, con esa irresistible sonrisa que producía terremotos y esos ojos con mezcla azul y verde capaces de provocar incendios. Pero lamentablemente, nunca era así. Siempre que abría los ojos lo único que veía era el dichoso reloj con su tic tac de siempre.

Y un día sin más, al despertarse, se lo encontró allí, en su cuarto, pero no sonreía, estaba muy serio, y ni siquiera se atrevía a mirarla a los ojos. Ahí no le quedó otro remedio que hablar.
-¿Qué te pasa?
-Tú, tus ojos, tu mirada, tus labios, tu sonrisa, tu alegría cuando observas, tu entusiasmo cuando hablas. Tus muñecos de nieve, los copos de nieves enredados en tu pelo. Tú.
Y por un momento, Zoe siente que va a llorar, pero no de dolor, ni tampoco de tristeza. Se vuelven a mirar a los ojos, y justo antes de que se produzca un nuevo incendio, cae en la cuenta de algo.
-¿Cómo has entrado?
Ahora Denis la mira abriendo mucho los ojos, traga saliva notablemente, y a continuación, la coge de la mano.
-Zoe, esa es una de las razones por la que la gente te mira tan raro cuando estás a mi lado.
-No lo entiendo Denis. No te entiendo.
La vuelve a mirar, pero esta vez cierra los ojos, busca en su bolsillo y le entrega una hoja de periódico arrugada. Antes de dársela, le aprieta la mano.
-No puedo ocultártelo más, Zoe.
Y ahora sí lo ve llorar, ahora sí puede ver de cerca sus lágrimas, y ahora sí siente dolor, porque sabe que esas lágrimas son por ella.
Aparta la mirada y la dirige hacia la hoja de periódico, procediendo a estirarla, y posteriormente, a leerla.
-No me lo puedo creer Denis. ¿Éste eres tú?
-Sí Zoe, soy yo.
-Pero...
Entonces a Denis no le queda más remedio que llevarla al salón con su abuela, cuando ella aparece, empieza a hablarle, a gritarle incluso, pero la abuela no le responde, ni siquiera le mira... Tan sólo le habla a Zoe, diciéndole:
-¿Por qué estás ahí parada mirando a la nada con la boca abierta? ¿Algo pasa?
Zoe siente que se muere, que es imposible lo que está pasando, siente como si estuviera de pie en mitad de un campo de guerra en plena batalla, y que todas las balas van hacia ella, impactándoles directamente en el corazón. No le encuentra sentido a nada, ni mucho menos a que haya una noticia en el periódico donde dice que un chico de dieciséis años de edad, llamado Denis, de París, murió hace seis meses por un grave accidente.
Corre rápidamente hacia su cuarto y se echa a llorar en su cama, Denis no se va, y entonces sin más empieza a gritarle como una loca.
-¡¿Y por qué yo soy la única que puede verte?! ¡¿Por qué sólo yo te puedo tocar?!
-Porque me quieres. Porque te quiero.
-¿Cómo vas a ser un espíritu, o un fantasma? Porque sinceramente ya no sé lo que eres.
-Soy un alma enamorada. Enamorada de la tuya. Zoe, te conozco desde que nacimos, cuando teníamos tres años jugábamos en la nieve, nos encantaba ver caer los copos de nieve juntos. Luego te fuiste y no supe más de ti, le pregunté a tu abuela pero no quería decirme nada para no hacerme daño. Nunca me olvidé de ti. Siempre estuve pensando en esa niña llamada Zoe que se fue llevándose mi corazón con ella, siempre, en todos estos trece años. Hasta que ese autobús me atropelló y fallecí, no se por qué pero me levanté de la cama del hospital con mi cuerpo, aunque veía mi otro cuerpo tumbado en la cama, me asusté mucho, y más cuando salí al pasillo y me puse a gritar y nadie me escuchaba ni me dirigía la mirada. Ahí lo entendí todo, todo menos la razón por la que seguía existiendo aunque no vivo. Me acordé de ti, fui a casa de tu abuela, entré traspasando la puerta, como hice antes, encontré una foto tuya de mayor, y entonces también entendí por qué seguía existiendo. Para encontrarte y decirte todo lo que nunca te dije antes. Que te amo, que te amo con toda mi alma y que siempre estuve enamorado de ti, y si tú eres la única que puede verme y tocarme, es porque me amas tanto como yo te amo a ti.

Zoe definitivamente se queda sin palabras, se levanta de la cama y corre hacia sus brazos.
-Es cierto que te amo Denis, te amo con todo mi corazón. Y claro que ahora me acuerdo de ti. Ahora lo entiendo todo, pero, ¿sabes?, me da igual.
-¿Cómo que te da igual?
-Me da igual que tu cuerpo esté en otro lado, muerto, sin alma, me da igual que seas un espíritu y que nadie crea que existes. Yo necesito estar a tu lado.
-Zoe, escúchame, no estoy vivo, no podemos estar en esta situación eternamente, no podríamos casarnos, ni tener hijos. No podríamos tener una vida normal.
-Nunca la he tenido.
-Zoe, me tengo que ir, ya he hecho lo que tenía que hacer, no puedo estar así para siempre, entiéndelo, en un momento u otro, mi alma también se va a morir.
-Pues déjame quedarme a tu lado hasta que tu alma también se muera.

Y así fue, se quedaron juntos hasta que un día por la noche, mientras dormía, un aire cálido la despertó, sintió un beso en sus labios, y cuando pudo abrir los ojos, él ya no estaba allí, pero sin embargo su recuerdo y su amor, sí se quedaron siempre allí.

Volvió a Quebec, en un día en el que ya no caían copos de nieve, pero sin embargo, ella tenía más frío que nunca. Volvió a su casa y siguió con su vida normal, haciéndose a la idea de que Denis sólo había sido un extraño sueño del que ya había despertado, pero en el fondo de su corazón, durante toda su vida, ella siempre supo que Denis fue real, que nunca dejaría de estar enamorada de él, y que sus almas, muertas o vivas, estarían unidas eternamente.

miércoles, 24 de junio de 2015

Copos de nieve (1º parte)

¿Y si París no resulta ser tan especial después de todo? ¿Y si la torre Eiffel no resulta ser el máximo símbolo del amor? ¿Y si un café sabe mejor en Londres, o una canción suena más bonita en Italia? Son preguntas que se hace de repente, que le afloran en su pensamiento, creyendo que la respuesta a todas ellas es la afirmación de las mismas, aunque antes pensara que París era la ciudad más bonita y más maravillosa del mundo entero. Y es que Zoe no está muy emocionada después de que su madre le dijera que las vacaciones de invierno las pasaría en la casa de su abuela, en París. No es que no le guste estar en compañía de su abuela, es simplemente que no quiere conformarse con escuchar el tic tac de su viejo reloj, el cual tiene colgado en la pared del salón como si fuera un trofeo importante o algún objeto valioso del que poder sentirse orgulloso, no quiere cambiar el olor de su habitación por el olor a madera quemada que desprende la antigua chimenea de la casa de su abuela, no quiere rechazar la oportunidad de poder estar con sus amigos en las vacaciones, de poder hacer muñecos de nieve con ellos en algún lugar de Quebec. Porque a pesar de que ya tiene dieciséis años, su sueño en invierno sigue siendo moldear la nieve hasta ponerle forma de muñeco, tal y como siempre lleva haciendo desde que tenía tres años cuando se mudó a Quebec.

Pero aun así, trata de sacar lo positivo, o al menos lo que menos se parece a lo negativo, y recuerda que aún le quedan algunos juguetes en casa de su abuela de cuando era pequeña, ya que antes de cumplir los tres años vivió allí. Piensa que tal vez podría echarle un ojo al baúl de los recuerdos y también ver fotos antiguas, de ella cuando era pequeña, de cuando aún no tenía que preocuparse por pensar antes de actuar, ni tenía que pedir disculpas por haber dicho algo que no tenía que decir.

Resultado de imagen de copos de nieve realesLlega el iniverno y con él, las vacaciones, hace la maleta en menos de un día y el primer día de vacaciones, ya está sentada en un tren de camino a París, mirando por la ventanilla cómo caen los primeros copos de nieve. Se abraza a su maleta porque ya empieza a hacer frío y se echa en su asiento, a los minutos, un chico alto y de pelo rubio, más o menos de su edad, le ofrece una taza de té, pero para cuando lo hace, Zoe ya está profundamente dormida.

Es el mismo chico alto de pelo rubio quien le despierta al llegar a la estación de París, diciéndole que es conocido de su abuela, su vecino del barrio exactamente, y que la acompañaría hasta allí para indicarle el camino. Zoe se extraña de que él viaje en el mismo tren, y se lo hace saber mientras descubre que los ojos de una persona pueden ser azules y verdes al mismo tiempo.
-Bueno... Es que tengo familia en Quebec, dos tíos y tres primos, y decidí visitarlos la semana pasada- dice él tímido, fijando su mirada en los copos de nieve que fuera siguen cayendo.
-¿Antes de las vacaciones?
-Bueno, sí, pedí permiso a mis padres, y ellos a la escuela, y pude viajar- dice ahora fijando su mirada en los oscuros ojos de Zoe.
-Si vas a acompañarme a casa de mi abuela, tendré que saber por lo menos tu nombre, ¿no? Yo me llamo Zoe.
-Eso no importa.
-¿Y entonces qué es lo que importa?
-Aún no lo he descubierto, y si lo he hecho, no sabría decírtelo.
Zoe se extraña aún más, no sólo por el hecho de lo extraño que es el chico, y la forma tan rara en la que habla, sino porque la gente la observa como si fuera una aguja extremadamente brillante que se encuentra en un pajar extremadamente oscuro. Tiene la sensación de estar haciendo algo fuera de lo normal, cuando en realidad sólo está saliendo de un tren, hablando con un chico que curiosamente, habla de forma extraña y queriendo embellecer sus frases.

Andan tranquilos por las mojadas calles de París, sin prisas, conversando sobre distintos temas, algunos de los cuales son la nieve que ese día cubre las casas de París, o el frío que se incrusta en los huesos como un puñal se incrusta en el corazón. Siguen hablando y hablando sobre temas relevantes y un tanto comunes, pero cuando Zoe intenta de nuevo que le diga su nombre, él hace oídos sordos, y también igual cuando intenta sacarle información acerca de dónde vive o cómo conoció a su abuela.

Llegan diez minutos más tarde, y él le explica que debe regresar a su casa, y le dice que ya se verían en otra ocasión, ya que ahora, iban a ser vecinos durante el invierno. Antes de que se marche, Zoe puede observar de nuevo la mezcla entre azul y verde que tienen sus ojos, y cuando ya está totalmente segura de que tienen ambos colores, se despide de él con un simple "hasta otra" y se da la vuelta en dirección a la puerta de la casa de su abuela, quien, al llegar y abrir la puerta, la aplasta en sus viejos y aunque no débiles brazos.
-¡Mi niña! ¡Por fin estás aquí de nuevo! -le grita al oído casi tan fuerte que Zoe cree que se le han roto los tímpanos.
-Hola, abuela, ¿cómo estás?
-Ahora que estás tú aquí acompañándome, ¡mejor que nunca! Dime, ¿cómo has encontrado la casa? ¿aún recordabas el camino?
Zoe abre la boca para contarle que un chico alto y rubio sin nombre la ha acompañado, pero por alguna razón no emite ningún sonido, no sale ninguna palabra, e instantes más tarde, comprende que esa razón es que algo dentro de ella le dice que lo de ese chico, debe guardárselo para sí misma, entonces traga saliva, se recupera, y simplemente responde que sí.

Sube a su antiguo cuarto para dejar sus cosas, luego recorre toda la casa para comprobar que está exactamente igual que hace trece años. Llega al salón y ahí está, el dichoso reloj, entra dentro y ahí está, el insoportable olor a madera quemada de la chimenea. Entonces piensa que realmente va a necesitar mucho salir a la calle a hacer muñecos de nieve con el chico sin nombre, aunque al instante siguiente, cae en la cuenta de que a lo mejor a él no le gusta hacer muñecos de nieve, y que tampoco sabe exactamente donde vive, ni tiene su número de teléfono, ni ninguna forma para contactar con él.

Pasan los días y cada vez el tic tac del reloj se hace más fuerte y persistente, y el olor a madera quemada de la chimenea más insoportable. Le gusta hablar con su abuela, pasar el tiempo con ella, pero de vez en cuando necesita subir a "su habitación" para sumergirse en alguno de sus libros que tanto le gusta leer. También sale a la calle a hacer muñecos de nieve, pero no es lo mismo hacerlos sola, así que siempre se vuelve a casa dejándolos a medio hacer. Hasta que un día por la mañana, cuando se despierta, mira por la ventana sorprendida porque aún siguen cayendo copos de nieve, y se da cuenta de que el muñeco de nieve que dejó a medio hacer ayer, sigue ahí, y no sólo eso, sino que también está terminado. El tiempo que se tarda en responder una pregunta retórica es el tiempo que ella tarda en pensar que puede ser el chico sin nombre el que lo haya terminado de hacer, la posibilidad es una entre un millón, y ella lo sabe, pero tiene la certeza de que lo que ha pensado, es lo correcto, y lo puede confirmar cuando lo ve aparecer con una bufanda en la mano, la cual se la enreda en el cuello al muñeco de nieve. A la velocidad de un rayo, Zoe abre la ventana y justo cuando va a gritar, se da cuenta de que no puede gritar ningún nombre porque aún no sabe cuál es el suyo, así que piensa en otra manera de llamarlo, e inmediatamente, recoge con sus manos un montón de esos copos de nieve que han caído alrededor de la ventana y los hace una bola, y a continuación, se los lanza a la altura del hombro; intento número uno fallido. Él se da la vuelta y camina a paso ligero, pero antes de que doble la esquina de la calle, Zoe consigue darle con otra bola en la espalda, en este intento sí acierta. Entonces, él se gira, mira hacia arriba, y la ve, y lo cierto es que, no puede evitar dibujar una sonrisa en sus labios al verla.
-Hola, Zoe- dice sin dejar de dibujar la sonrisa en sus labios.
-Llevaba días esperando poder verte para que me dijeras tu nombre, pero no has aparecido.
-¿Por qué te interesas tanto en saber mi nombre?
-Porque es el primer paso para conocernos.
-Te equivocas, el primer paso para conocernos es que bajes aquí conmigo y termines el muñeco de nieve que empezaste ayer.
-¿Cómo lo sabes? Además, ya lo has terminado tú.
-Lo sé porque te he estado observando cada día, y si de verdad quieres conocerme, no me preguntes todavía por qué lo he estado haciendo. Tienes razón, ya lo he terminado yo, pero, podemos hacer otro juntos, ¿qué me dices?
Zoe no responde, y él sabe que es porque no hace falta una respuesta. Desaparece de la ventana y la cierra, y sabe que es porque está bajando las escaleras. Zoe las baja tan rápido como le permiten sus piernas y sale a la calle, donde, en décimas de segundo, se reúne con él. Minutos más tarde ya tienen su muñeco de nieve terminado, y entonces siente que ya no tiene la necesidad de preguntarle si le gusta hacerlos.
Están simplemente mirándose a los ojos, ella, por una parte, termina de descubrir toda la totalidad de la mezcla entre azul y verde, y él, por otra parte, empieza a descubrir destellos de claridad en su masa de oscuridad. Sobran las palabras, están de más los gestos. Empiezan a comprender el verdadero sentido que tiene la frase "una mirada lo dice todo", cuando de repente, Zoe siente de nuevo esa mirada extraña de la gente hacia ella, esa sensación de estar haciendo algo fuera de lo normal, algo que las demás personas no logran comprender qué es. Es cuando él, por primera vez en esa mañana, desdibuja su sonrisa y le dice:
-No es por ti, es por mí.
-¿Qué?
-Si no te digo cuál es mi nombre, ni te cuento nada de mi pasado, es precisamente por esto, por la reacción de la gente al verte conmigo, y si te contara la razón, nunca me creerías.
-Sí lo haría, ¡tan sólo inténtalo!
-No puedo.
-¿Qué puedo hacer para que puedas?
-Quedarte conmigo.

Siguen pasando los días, y para ella, esta vez parecen siglos. Sigue sin comprender por qué la gente la mira de forma tan extraña cuando está con el, y por qué luego la miran tan normal cuando está sola. Empieza a pensar que verdaderamente está en una especie de sueño, y desearía despertarse si no fuera porque entonces jamás volvería a ver su sonrisa y esa extraña mezcla en sus ojos.
A medida que el tic tac del reloj sigue llamando la atención, y el tiempo sigue avanzando, Zoe empieza a comprender el verdadero significado de la frase "quédate conmigo". Y empieza a sentir que no lo va a hacer para que él le cuente la verdad, sino porque sencillamente necesita hacerlo, necesita quedarse con él.

Y en esta parte de la historia es en la que a ella le toca ser valiente e ir a buscarle, en cada calle de París, en todos los alrededores de la calle donde hicieron el muñeco de nieve, hasta que tras dos horas y a punto de darse por vencida, lo encuentra sentado en una esquina, va hacia él y le tiende su mano, para decirle que se levante sin necesidad de usar palabras. Él la toma y se levanta, y cuando están de pie, uno frente al otro, es cuando se vuelven a mirar a los ojos, pero esta vez no de pasada, o solo de refilón para comprobar el verdadero color que tienen, esta vez se clavan la mirada, esta vez se desnudan con la mirada, provoca uno un incendio en los ojos del otro. Y cuando el incendio está en su máximo peligro, cuando las llamas son incontrolables, justo en ese momento, es cuando de repente, por alguna razón, la mirada que mantienen se desvanece, se rompe, y es justo ahí cuando los ojos de él se fijan en los labios de Zoe, y los ojos de Zoe, en los labios de él. Y cu
alquier centímetro que separara a sus labios, simplemente desaparece, ya no existe, y curiosamente se produce un terremoto en sus labios al chocarse, un terremoto que difícilmente se va a parar. Pero es como si dentro de ese terremoto, se protegieran el uno al otro de los posibles edificios que pudieran caer, se sobrecogen, se acarician, se cuidan mutuamente. Y poco a poco el terremoto se hace más leve y más pasajero, a la vez que ambos empiezan a entreabrir sus ojos que antes estaban cerrados para no ver cómo el terremoto destruía sus labios, ya no sienten la necesidad de protegerse, porque ya no es necesario, y entonces, milímetro a milímetro, sus labios se empiezan a separar, recuperando de nuevo la distancia entre ellos que antes había desaparecido, y justo al final, la mirada que se desvaneció, revive, sólo que ahora no está llena de fuego de ningún incendio, sino del amor de un beso.
-¿No te parece ésta la manera correcta de quedarme contigo y una buena razón para que me lo cuentes todo?- se atreve a preguntar con el débil hilo de voz que le queda después del incendio y del terremoto.

lunes, 22 de junio de 2015

El impacto de una piedra al caer al río

¿Qué os sugiere esa frase? El impacto de una piedra al caer al río. Quizás, a mí, en otra ocasión, se me hubiera pasado por la cabeza la imagen de una cascada, inundada por cientos de litros de agua, la cual esconde a una pequeña piedra de la luz del sol y del movimiento del viento, quien desciende cada vez a más velocidad, preparándose para el inminente final; impactar contra el agua del río, sumergiéndose muy hondo hasta volver a impactar una segunda vez pero con la arena del fondo del mismo, y una vez allí, formar un pequeño agujero, donde se incrusta, mientras que la arena que antes tapaba ese agujero, se expande alrededor de la piedra, rodeándola, al mismo tiempo que centímetros más arriba, en la superficie del agua, pequeñas ondas en forma circular se extienden por cada centímetro cúbico de la misma, hasta hacerse más grandes, y cuando ya se hacen grandes, poco a poco desaparecen hasta dar paso de nuevo a la tranquilidad de
la quietud del agua.

Pero no, en esta ocasión, esta frase a mí me sugiere algo menos superficial, algo más profundo. La verdad es que a mí se me viene a la cabeza una imagen donde yo soy la piedra, y lo que es nuevo para mí, es el río. Para ser más concreta, se me viene a la cabeza una imagen que jamás he vivido en hechos, tan solo la imagino. La piedra soy yo, cuando estoy naciendo, y el río es todo lo que me rodea, el mundo, que hasta entonces no lo había conocido. ¿Y el impacto? Tendría que preguntárselo a mi madre, o quizás a los médicos, o tal vez al pasado. No sé con exactitud cual fue el impacto en ese caso, pero sí sé cuales fueron las ondas producidas en el agua como consecuencia de él, que es entre otras cosas, la oportunidad y el hecho de poder estar hoy aquí, escribiendo esto, y reflexionando sobre las mil y una formas de las que se puede interpretar el impacto que crea una piedra, al caer a un río.

Y no sé si mi interpretación es la correcta, o si tan siquiera es válida, pero la verdad es que me da igual, porque no siempre los bancos están para sentarse, ni tampoco las plumas para escribir.