viernes, 30 de diciembre de 2016

Limerencia inmarcesible

Te echo de menos;
el olor de tu ropa,
el tacto de tu piel,
el sabor de tu boca.

El vate de mi amor;
el sacrilegio de amarte.
El dédalo de mi pasión;
pasión egoísta, impía e incurable .

Los días de sol,
las noches de luna llena.
La carretera que lleva a tu casa,
el sueño de tu dulce compañía eterna.

Los besos marcados en mi piel;
el sello de quien me fue siempre fiel.
Las sábanas testigo del que fue mi hombre;
la imborrable tangible firma de tu nombre.

El reloj parado,
la furia de la tormenta.
El peso en mis párpados,
la soledad de mi alma en pena.

El silencio de mi garganta,
las lágrimas en los ojos.
De mi rival la espada más amplia,
puñal clavado en lo más hondo.

De la mano alejándonos de la prudencia,
incontrolable sed en nuestro manantial.
Quererte desde la luminiscencia,
amarte aún en la oscuridad.

Desatas en mí la limerencia,
limerencia inmarcesible.
Camino marcado por tu influencia,
inefable amor triste.

No fue el invierno

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Quizás no fue diciembre, ni fue el invierno. Quizás los pájaros no volaron tan alto, ni el frío caló tan hondo. Quizás las penas no fueron tan profundas, ni las alegrías tan pasajeras. Tal vez no estabas tan lejos, tal vez estabas algo más cerca. Sí, lo sé. Me anticipé pensando que te habías marchado en aquel tren. No debí haberte dicho adiós tan pronto, ni tampoco pensar más tarde cuál habría sido la mejor manera de despedirte. Las flores ya no me parecen tan bonitas, y en las nubes del cielo cargadas de lluvia encuentro la descripción de belleza, el sentir de la armonía. Mi felicidad, ahora, sin ti, es intangible y superflua. Encuentro la dicotomía en mi cuerpo; ya no está el tuyo para complementarlo, sin rencores y con redundancia. ¿Y qué hago si ahora el viento arrastra las lágrimas de mis ojos por los poros de mis mejillas? ¿Qué hago cuando el viento, ahora más frío, me hace daño porque ya no estás tú, mi abrigo? No sé qué hacer, ahora que el frío se lleva mi estabilidad, mi risa, mi vida... Y me deja tu recuerdo. Tu recuerdo grabado a fuego hasta la saciedad, como si de una cicatriz se tratase. La herida que nunca se cierra. La sal en la llaga que siempre permanece. Si aquellos días volvieran a ser eternos, si el sol siguiera quemando mi piel, si tu sonrisa siguiera estando frente a mis labios, si tu boca aún fuera mía y mis dedos la recorrieran como si de sacrilegio se tratara. Si tuviera una sola razón para creer que esos recuerdos algún día podrían dejar de llamarse recuerdos. Si pudiera volver a tenerte a mi lado para contarte las mil y una razones que aún conservo para apoyar mi argumento de amarte hasta el último día de mi obstinada existencia. Si fuera libro llevaría escrito tu nombre en el frontispicio. Si fuera luna, tú serías lucero. Si fuera espuma, tú, orilla. Si yo fuera horizonte, tú, mi cielo. Pero el semáforo vuelve a ponerse en rojo, el cielo vuelve a oscurecerse, y las manecillas del reloj siguen avanzando. Tu sombra hace ya tiempo que se desvaneció en el olvido, tu risa se esfumó una mañana, y tu cuerpo me abandonó de madrugada. Ahora estás lejos y eres inalcanzable. Tu vuelo no ha dejado rastro y has alcanzado la cima de la montaña más alta, ¿Qué soy yo, ahora, para ti? La huella borrada en la arena un verano, la página amarillenta de un viejo libro en primavera, la hoja seca caída del árbol en otoño, el copo de nieve que se derritió un invierno. Y pasa el año y la pantalla de mi teléfono sigue apagada. Y pasa el año y mi buzón sigue vacío. Y pasa el año, y estás tú, mi espejismo. Y no fue el invierno, no fue tu voz, ni fue tu abrigo. No fue tu nombre, ni fue tu apellido. No fueron tus ojos y no fue tu mirada. No fueron tus labios, ni tampoco tu sonrisa. No fueron tus besos, ni fueron tus abrazos. ¿Qué fue lo que me hizo vulnerable a ti? Lo mismo que me hace serlo ahora. Eres tú. Sigues siendo tú.

Loes

domingo, 25 de diciembre de 2016

Los conflictos de Apolinar

Atormentado por su baja condición física, preso del tembleque de sus manos, Apolinar vuelve a maldecirse por no haber conseguido terminar la carrera de matemáticas con sus ya treinta y cinco años. A lo máximo que ha aspirado es a conseguirse un puesto de trabajo en una empresa de colchones. Mañana es su primer día y cree que no lo va a hacer bien, como nunca ha hecho nada bien en la vida. Siempre se sintió un ser insignificante en el inmenso mundo, un instrumento sin valor alguno que la gente simplemente utilizaba para desencadenar risas y carcajadas. Su madre veló siempre por él, y ahora quería que se casara con una mujer del pueblo, por la que sólo sentía compasión, por haber corrido la misma mala suerte que él. Sin saber cómo podría llegar a amarla algún día, aceptó a casarse con ella, por lástima, o quizás por pena. Ahora piensa en el día de la boda, y duda con creces si será capaz de decir sí quiero. La vida para él ya había perdido su sentido, y se había acostumbrado a hacerse un hueco en el mundo de la noche, entre abarrotados bares y marchosas discotecas.

Ésta es su gran noche. Reniega de acostarse temprano para madrugar mañana y se viste con su mejor traje de chaqueta. Duda un instante; corbata negra o pajarita roja. Ve los preservativos que compró para ésta noche encima de la mesa. Pajarita roja y sale a la calle.

La noche lo rodea y le confunde. En Madrid se respira aire de intriga, de preocupación, de diversión, de pasión, y también de amor. La gente camina por la calle en distintas direcciones. Cada persona tiene un plan diferente para esta noche. Eso le fascina, ver las diferentes facetas de cada persona, la gran cantidad de motivos que pueden haber para que decenas de personas coincidan en un mismo sitio a una misma hora.

Entra en la discoteca ThunderCat Club. El ambiente es turbio y caluroso. La gente baila y salta al ritmo del reggaeton. Ojalá él supiera mover su cuerpo igual que ellos, piensa. En contra de sus deseos, consigue llegar a duras penas hasta la barra, tropezándose con sus propios zapatos y confundiéndose entre sus propios pasos. Pide una copa de Vermouth y se enciende un cigarrillo. Qué paz. Pronto el alcohol le hace sudar, y el humo del tabaco se confunde entre todos los demás que suben hasta el techo, y desaparece. Repite el proceso con otro cigarro. Y con otro más. A pesar del calor que corre por sus venas junto a las gotas de alcohol, rechaza la idea de quitarse la chaqueta, y se pide, esta vez, una copa de Brandi. Él bien sabe que está a la espera de alguien, alguien que mueva las aguas de su borrachera, y que le quiera en la mañana de resaca. Entonces la ve a su lado, una bella mujer con vestido rojo, a juego con su pajarita, con la que poder brindar con un par de copas más.

-Hola, preciosidad. ¿Puedo invitarte a una copa?
-Puedes invitarme a dos. - responde ella con aire presumido.
-Vaya, eres una chica lista... - dice Apolinar mirándola con picardía y haciéndole un gesto al camarero para que le duplique la copa de Brandi que ya tiene vacía.
-Soy Apolinar, nena. Puedes llamarme Poli.
-Espero que seas un poli bueno... Soy Elena.
-Lo seré si te portas bien, Elena. - sentencia mientras le guiña el ojo sutilmente.
-Bueno, sé hacer los castigos muy divertidos - posiblemente más borracha que él, bebe de su copa y lo mira con sensualidad, dispuesta a exprimir sus instintos primarios, sin remordimiento alguno.
-Vamos, vamos. Nena, no me tientes a ponerte las esposas.
-No te tiento, Poli. Te obligo.
Se miran por un instante, analizando la situación. Ella se percata de que ha subido demasiado el tono de la conversación, e intenta suavizarlo, diciéndole;
-¿Bailamos?
Pero Poli, además de no bailar bien, y decididamente más borracho que ella, no quiere quedarse con las ganas de esposarla y castigarla hasta la saciedad, por lo que le responde;
-Bailar en la pista está descartado, pero hacerlo en el baño es una buena opción.

Sin añadir palabra alguna se funden en un beso pasional,y a trompicones, caminan de espalda, empujando a diestro y siniestro, hasta golpear la puerta del baño de hombres. Entran sin freno y también sin aliento. Una vez dentro, los besos se van repartiendo; besos en la boca, besos en el cuello, besos en cada poro de la piel. Sobra el mundo real, entran a formar parte del mundo de fantasía que la mente crea, guiándose de los hilos de la pasión. Un mundo en el que un cuerpo sólo reconoce al otro cuando lo roza y se lleva consigo sus gotas de sudor, donde el único sonido que el oído humano puede percibir es el de los quejidos y gemidos, que salen de bocas entreabiertas, dejando escapar un deseo cumplido, y ansiosas de más. Aquel mundo en el que con duros empujones, se puede llegar a calar más hondo, más profundo. Alejados de la realidad, gozan el uno del otro, hasta que sus cuerpos experimentan el éxtasis de sabor, de olor, de puro tacto incontrolado e imparable. El éxtasis del placer carnal y de la resaca anticipada, de la dulce borrachera pasional y eterna. Ella sale de allí sin previo aviso, y él, advirtiendo que la vida estando sobrio es insoportable, y que ese momento de sexo ebrio ha sido el mejor de su vida, se queda allí, con los olores de sus piernas aún clavados en las papilas de su lengua.

***

Siete de la mañana. Recuerdos acechando en la memoria. Dolor insistente en la cabeza. Tiene por nombre resaca. Apolinar desiste de intentar olvidar, asume la noche anterior, se toma una pastilla para el dolor que le produce la jodida resaca, y se dirige al trabajo.

Nervioso y con miedo por ser el primer día, se presenta ante todos con una forzada sonrisa, la cual se desvanece al verla. Mujer que llevaba un vestido rojo, con la que pudo brindar, la noche anterior, con un par de copas más.

-¿Elena? ¿Qué haces aquí? - exclama atónito.
-Bueno, soy la jefa de esta empresa, por lo que creo que esa pregunta debería hacértela yo a ti.
La sorpresa de Apolinar es mayúscula y tiene que hacer grandes esfuerzos para no tartamudear.
-Ahora trabajo aquí. Es mi primer día.
-Oh, perfecto. ¡Vamos a pasárnoslo en grande!

Poco a poco se hizo al trabajo, en escasas horas casi lo dominaba. Entonces, Elena le llama.
-Apolinar, venga usted donde están los colchones nuevos para vender.
-Ey, ey. Nena, no me trates de usted. Vamos...
-Estamos en horario laboral, debemos tratarnos con respeto mientras estemos expuestos a los demás. Venga aquí.
-Estoy ocupado, lo siento nena.
-¿Es qué no me ha oído o qué le ocurre? Venga usted aquí inmediatamente o está despedido.
-Qué carácter... Ya voy...

Apolinar pasa, y tras él, Elena cierra con llave. Sin decir nada, procede a desabrocharse el primer botón de su camisa, mirándole con ansia de deseo.
-Nena... ¿Qué haces?
-¿Prefieres hacerlo tú?
Apolinar se lanza a su pecho y desprende la ropa de su cuerpo. Cogiéndola en brazos se dirige al baño, pero ella le frena y sonriéndole maliciosamente, le señala un colchón nuevo. Ambos empiezan a reír entre besos, y repiten la noche anterior, sólo que con un poco de prisa, qué duda cabe.

Pero al salir de allí, otra empleada los ve, y una vez que Elena se ha retirado, le hace saber sus sospechas a Apolinar.
-Debe saber que los nuevos no pueden hacer uso de los productos de esta empresa así como si nada.
-¿Cómo? ¿De qué habla?
-¿Cree que no soy consciente de lo que acaba de pasar ahí dentro?
-Señorita, se está confundiendo usted.
-Déjese de tonterías. Sé lo que hay entre la jefa y usted, y le aseguro que yo soy mucho mejor en la cama.
Apolinar, a pesar de intentar hacerle caso a su cabeza, siente tensión debajo de sus pantalones.
-Oiga, por favor, compórtese.
-Llámame Alicia, por favor, tengamos una relación esporádica, algo rápido que nos ayude a pasar estos días agridulces en los que trabajamos como monos por cuatro perras.
Alicia le acaricia el bulto de sus pantalones por fuera, a lo que él responde estremeciéndose. Hace ademán de hablar para defenderse, pero entonces ella mete la mano por dentro y se apodera de su miembro, a lo que se ve incapaz de responder con algo más que un sonoro gemido. Alicia le come la boca, explorando cada rincón de su lengua y empujándole al colchón donde todavía permanece su sudor impregnado. Es una sobredosis de sexo de la que Apolinar acaba muy borracho, al borde del coma etílico. Es el mejor trabajo que ha podido encontrar. Y con estas chicas, jamás saldrá ileso de él.

Los días siguientes transcurren igual, dos polvos cada día, acabando derrotado. Alicia llega por la espalda, y pasa su lengua por el contorno de su oreja, arriba y abajo. Él se gira y le muerde el cuello, sus manos se dirigen a los botones de su camisa, y las manos de ella, hacia la bragueta de su pantalón. Respiración entrecortada y cuerpos que pierden el equilibrio, empujándose uno a otro, casi queriendo fusionarse, pero sin lograrlo hasta el momento en que ella abre las piernas y él la inunda de calor. Su melena enredada en los dedos de sus manos y sus bocas apartando los límites y las barreras. Un panorama muy pasional, del que no sólo ellos son protagonistas.

-¡Hijos de puta! -exclama Elena entre lágrimas - ¿Cómo habéis podido?
Se separan con prisas,y avergonzados, agachan la cabeza. Alicia recoge su ropa tan rápido como puede y huye despavorida. Apolinar empieza a sollozar, por primera vez, en su mente hay algo más que sexo; el amor empieza a hacer acto de presencia.
-Elena, no sabía que te pondrías celosa.
-¿Celosa? ¡Me has puesto los cuernos, joder! Me cago en la puta ostia...
-¿Cómo? ¿Estábamos saliendo?
-¡Por supuesto!
-¿Y cuándo quedamos en eso? Me voy a casar, Elena.
-¡Estupendo! Puto cabrón, lo pones peor. ¿Acaso soy tu putita de turno?
-Lo siento mucho, de verdad.

Elena corre tras Alicia, y consigue pararla a tiempo.
-¿De qué vas? ¡Te vas a cagar, cacho puta!
-Yo no sabía nada, se lo juro.
-Estás despedida.
-No, por favor, le prometo que no se volverá a repetir.
-Recoja sus cosas y márchese a la puta mierda.
Alicia sale llorando y Elena lo hace también en silencio. Sabe que en el fondo ha reaccionado así porque desea tener a Apolinar a su lado, para algo más que follar. Sabe que se está enamorando de él, y le da miedo aceptarlo, cuánto más ahora que sabe que tiene una prometida.

***

Apolinar se resignó a volver a hablar con ella, y pasaron los días sin siquiera mirarse a la cara. Cada cual tenía sus propios motivos por los que avergonzarse, pero cada vez que se cruzaban, en el aire se podía seguir respirando el orgullo, el rencor, el amor encadenado, que por más que lucha, no puede salir para reinar.
Finalmente, Apolinar decidió hacer caso, por una vez, a lo que le decía su corazón.
-Elena, debemos hablar.
-Olvide mi nombre y váyase usted a pasear a esa perra que tiene por amante.
-Nena...
-¿Has comprado ya pienso? No la vayas a dejar sin comer, eh.
-Vamos nena, no seas así. Te quiero.
-¿Puede usted reírse de su puta madre?
-Nena, te quiero en serio. No me voy a casar. Ni quiero volver a ver a Alicia.
-Me dan igual sus palabras. Es más, no quiero que trabaje más para esta empresa. Aquí no quiero a chorizos. Hágase un favor a sí mismo y váyase a trabajar a un circo. No sirve usted para más que meter la pata, tartamudear, temblar y ser un cabrón infiel.
-Duele Elena, duele. Sé que no eres tú la que habla. Sé que tú también me has empezado a querer.
-Nada te puede hacer pensar eso. Está en tu morbosa imaginación.
-Siento tu cuerpo estremecerse cada vez que te abrazo. No lo puedes controlar, Elena. Tu cuerpo reconoce a mi cuerpo. Tu alma busca la mía en cada beso que no nos llegamos a dar. Vamos, nena, olvidemos todo esto y empecemos de cero. Empecemos en serio.
Ante el silencio que Elena había dejado reinar en el ambiente, Apolinar continúa con su monólogo;
-No creo en las casualidades. Nos conocimos aquella noche, no precisamente en condiciones normales. Pero el destino nos volvió a unir en esta empresa. Debemos estar juntos. Nena, adoro tu cuerpo, y adoro hacer el amor contigo. Porque es así, yo no quiero volver a follarte, yo quiero, desde hoy, hacerte el amor, todos y cada uno de los días de mi vida, mientras esté vivo. Porque quiero una vida a tu lado. Tienes razón, soy un hombre torpe, un hombre nervioso. Tartamudeo, tiemblo, y quizás soy bastante estúpido. Pero puedo llegar a quererte con la mitad de mi vida, y la otra, te pertenece a ti desde ahora y para siempre. Sólo bésame si crees que puedes darme otra oportunidad. Una oportunidad, ahora, en serio y seguros de nosotros mismos.
Los ojos de Elena empiezan a brillar y sus labios empiezan a romper con esa distancia que los separa. Ya no hay prisas por desnudarse, ya no hay ansia por poseer y adueñarse del placer. Ahora hay calma, hay seguridad, hay paciencia. Porque es así, una cosa es la pasión, y otra muy distinta, el amor. La pasión quema, y el amor alivia esa quemadura. La pasión atormenta, y el amor tranquiliza. Pero cuando van a besarse, algo les frena. Es un ruído exterior, es...

-¡Quieto todo el mundo, o disparo!
-¡Federica! Por favor, baja esa pistola.
-¿Quién es? ¡Apolinar! Por favor, Poli, ¿quién es? - grita Elena muy asustada y al borde del desmayo.
-Es la mujer con la que me iba a casar.
-Con la que te vas a casar, porque si no, te mato. ¡Te mato, hijo de puta!
-Federica, por favor te lo pido. Contrólate.
-No me da la gana. Te vas a casar conmigo.
-¡Y una mierda se va a casar contigo! Está conmigo pedazo de zorra.
Toda la empresa paralizada. Federica corre hacia Elena con ansia de dispararle. Gatillo apretado. Grito. Sangre. Confusión. Temor. Aprovechan el momento para quitarle el arma a Federica, y la amenazan hasta que la policía y la ambulancia llega. Federica, en comisaría. Apolinar y Elena, en el hospital.
-Mi amor, ¿cómo estás?
-Mejor nena.
-No debiste interponerte... Eres mi héroe.
-Seré todo lo que tú quieras siempre.
-Te vas a poner bien, ¿verdad?
-De hecho, creo que ya lo estoy.
-¿Cómo?
-Porque estás conmigo. Anda tonta, ven. Hagámoslo en la cama del hospital. ¿No te pone?
-Uf, cariño, mucho.
Ella encima, le cabalga clavándole la mirada, mientras él le clava su sentir. Esta vez es diferente, esta vez no se poseen. Esta vez se entregan. Es un acto de amor que sella su relación y no pone escusas a la felicidad en pareja. Sienten llegar el orgasmo y gritan en unísono. Dos lágrimas recorren sus mejillas, causa del esfuerzo en amar, en ser mejor y en ser bien.
-Mi dulce nena... ¿Me seguirás queriendo cuando te quiera tanto que cada vez que lo hagamos tiemble más de lo que ya lo hago?
-Te amaré incluso si tartamudeas al gemir. Eres mi poli malo en el sexo, y mi poli bueno, el que me protege cuando me van a disparar. Eres mi precioso Poli. Te amo.
Abrazados seguían contemplando cómo su amor crecía por instantes, y sonreía mientras le acariciaba la barriga. Lo que él no sabía, es que muy pronto, tendría que proteger a alguien más.

jueves, 22 de diciembre de 2016

La sombra de mi príncipe invisible

Ayer te volví a ver. Era tu sombra congelada, observándome desde la esquina de la oscura calle, la que reconocí tras el empañado cristal de mi ventana. Qué duro y cruel me parece el invierno cuando no me deja descifrar tu silueta con precisión, pero qué bonito me parece cuando sé que eres tú quien viene a visitarme y el frío desaparece.

Apareciste ante mí, bajo mi casa y sobre mi alma, de nuevo con esa corbata y ese traje de chaqueta, dispuesto a llevarme a bailar. ¿Por qué siempre llegas tarde? Cuando la música ha dejado de sonar y las luces se van a dormir. ¿Por qué nunca te quedas, conmigo, para besarme en las escaleras o decirme lo bonita que es la luna cuando alumbra nuestro eterno abrazo? Siempre llegas tarde, para siempre volverte a ir temprano. ¿Qué prisa tienes? ¿Qué le pasa a tu reloj, que tiene tanto en contra del tiempo?

Tus pasos dejaron en mi calle perfectamente marcadas las huellas de tus zapatos, los únicos que saben a dónde vas, los únicos que no te echan de menos. Yo lo hago a todas horas, y por más que busco motivos por los que no hacerlo, no están a mi alcance y siempre caigo en tu recuerdo. Y duele amar, me duele amarte teniéndote lejos, sin saber a qué lugar perteneces ni a qué sitio te diriges.

Tus huellas siempre se borran cuando intento seguirlas. Quizás sólo vivas en mi cabeza. No, sé que existes de verdad. Yo te veo, porque tu sombra no es oscura. Yo la veo. Tu sombra me ilumina. Tu sombra es mi ángel de la guarda. Estás ahí fuera, y aunque siempre te vayas, sé que siempre te quedas.

Te conoceré, bailaremos, nos besaremos, nos amaremos y seremos luz, seremos luna, seremos eternidad chispeante de infinidad. Mantengo la esperanza y mantengo la ilusión. Siempre estaré en el balcón, esperando tu llegada, tu vuelta. Rogándote que te quedes. Te he amado hasta no conocerte y te voy a amar aún olvidándote.


Siempre esperándote, para siempre estar contigo.
Mi príncipe invisible.


martes, 13 de diciembre de 2016

La suerte de mi vida

Frío, te he echado de menos.
Dulce frío, has invadido de nuevo mi casa en fechas tan señaladas.
Ya no sabría ser sin ti,
ya no sería si no soy contigo.

Me casé contigo en un sueño,
en el que tu nieve era el blanco de mi vestido.
No podría esperar más de la soledad que de ti la compañía,
el abrigo de mi invierno tenía por nombre frío.

Soy la chica que no espía por la mirilla de la puerta,
soy la chica que agradece el frío en sus manos al girar el pomo y a veces pienso,
estarás tú detrás y él me seguirá visitando sólo en sueños.
Sí, a menudo o siempre lo pienso.

Las calles me parecían tristes y vacías.
He creído que la lluvia precedía al llanto y he encontrado en los rincones recuerdos que se habían cansado de perseguirme.

Las sombras me parecían menos oscuras cuando el frío me sonreía y cautelosamente me cedía la mano para invitarme a bailar bajo los árboles blancos que le concedían su propio baile al frío viento.

Pero, ¿Sabes una cosa?
Este invierno no volveré a pasar frío.
Porque este invierno yo estoy contigo y tú estás conmigo,
porque te abriré la puerta y cerraré las ventanas,
para que no te escapes de mis sueños.

El sueño que tú has hecho realidad tanto como siempre lo había soñado.
Me das la fuerza, me das la valentía, eres mi único tesoro.
Eres el rey al que le pido protección y eres el guerrero que me protege,
llegas de la nada siéndolo todo.

No te conozco, pero tal vez lo hago desde siempre,
confío en tu capacidad de hacerme sentir única,
y creo firmemente en la sonrisa que siempre escondida tras mis labios
has sabido hacer descrubir infinitas veces.

Es esto, no quiero más.
Soy la chica que te espera tras la puerta.
No necesito más que tu existencia.
Seré la chica que siempre más te quiera.

Soy la que día y noche sueña con embarcar en tus ojos
y desembarcar en tu mirada.
Soy quien se pierde en tu sonrisa y reniega de las brújulas,
eres a quien yo más necesitaba.

Quédate conmigo y confía en mi propósito
que queriendo hacerte feliz alcancaré la cima
y quizás me tomen por mil veces loca
pero te amaré y nunca jamás de tu amor caeré rendida.

Y sólo se me quedan detrás las ganas de quedarme siempre contigo, a ti siempre unida,
por delante la ilusión de gritarle al mundo entre vagones de trenes,
y sin reloj que marque el tiempo,
que tú eres el ángel que cambió la suerte de mi vida.






domingo, 13 de noviembre de 2016

Recuerdos de papel mojado

De tus ojos amor en lágrimas tardías,
de tus labios sonrisas anticipadas de melancolía.
Qué triste buscar tu mirada sin encontrarla,
cuánto duele adorar tu sonrisa y no poder besarla.

Recuerdos de papel mojado,
ilusiones de cartón usado.
Un viejo corazón herido,
más viejo de dolor consumido.

Abriste el botón de mi camisa,
yacía desnudo mi pecho contraído.
Buscaste mi corazón con la punta de la pistola,
pistola en mano ordenaste apretar el gatillo.

De tus ojos lágrimas de amor,
de tu amor tal arrepentido.
Flores secas sobre mi tumba,
fotografía de tus manos acariciándolas en la penumbra.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Mi poeta garrapatero

En la calle llueve,
en mi casa yo lloro,
el frío me cala los huesos,
cuanto más tu voz añoro.

Los años no pasan en valde,
me dicen que el tiempo avanza.
Pero tu recuerdo cada noche renace,
cuando me cantas al filo de mi cama.

Tu garganta tenía afiladas garras,
cual león que ruge de hambre.
Tú no entendías de suficientes amigo,
tú llevabas el arte en la sangre.

Tú te morías por cantar,
y ahora yo vivo para escucharte.
Jerez tu selva natal,
los acordes de la venena mis sobresalientes más notables.

El rey del regaliz,
el que cuelga de una palmera.
Niño libre,
de mi corazón su música es dueña.

Creo en las hadas,
como creo en los duendes.
Creo en la magia,
porque el verde reverde vuelve.

La garrapata me sorprendió,
y ahora ella es mi amante.
Sentimiento garrapatero,
que sólo los tuyos comparten.

Estoy celosa de las estrellas,
y de la luna tengo envidia,
tú estabas enamorado de ellas,
Y yo, Migue, te querré toda mi vida.

#EternoMigue





lunes, 3 de octubre de 2016

El baile de las agujas del reloj

Intrínsecamente sumergida en el hilo de tu existencia, instantes antes, rogaba minutos de tu compañía para el cultivo de mi consuelo.

Infinitas fueron las veces que creí en tu virtud de curar heridas. Más infinitas las heridas que no curaste. Pero el saber que eras diferente, que estaba en ti el hacer a los hombres más malos o a las mujeres menos buenas, a los niños adultos, a los ancianos estrellas con luz propia. Nada le ponía freno a mi acelerador. La esperanza era seguir confiando en ti, cual lluvia siempre volvería a mojar el suelo, descargando toda su rabia contra él. Inequívocamente nunca al cielo, jamás contra él.

Resultado de imagen de reloj tumblrCulpable de la vejez de las vías de aquella antigua estación de tren, de donde la niña que todavía permanece viva en mi memoria sigue perteneciendo. El lugar desde donde su abuelo todavía la mira y celosamente la protege de ti. Porque él te miró de frente, porque él te conoció mejor que nadie.

Testigo silencioso de la corrosión. Causa y efecto. Tiras la piedra y escondes la mano. Tiras el disfraz pero guardas la máscara. Pobres inocentes quienes te dan la mano. Soñadores que caen del sueño y sueños que se esfuman. Arrasas con todo y no devuelves nada. La espuma del mar desaparece, pero tú permaneces, y esa es la parte injusta de la vida.

Inevitablemente perdida en el baile de las agujas del reloj, instantes después, rogaba que el baile cesara para que dejases de existir.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Aquel viejo reloj

Probablemente el verano se vuelva a marchar. Quizás se cruce por el camino con el invierno. El frío hará eco en los rincones de las calles en los próximos meses, y la nieve aceptará resignada su mortal caída desde las nubes del cielo. Las persianas volverán a abrigar a los cristales, y las ventanas se despedirán de las caricias que les regalaba la brisa mañanera. Tal vez todo sea como siempre. Posiblemente todo ocurrirá de la misma manera.

El mundo no entiende de cinco estaciones. La vida se muere en el octavo día de la semana. No me importa si hay trece meses si no conozco el último. Me es indiferente el fuego o el hielo. Veo que las cosas van perdiendo su sentido, como el túnel perdió su eco.

Nos quedaron muchas charlas pendientes. El café se nos enfrió mientras no llegábamos nunca a la mesa. Parece que el parque ha cerrado ya sus puertas. El aire ni siquiera ya saluda al viento. La vida seguía pasando y no éramos conscientes de que el tiempo avanzaba en nuestra contra, y nunca lento.

Viajaba en coche y desde mi empañada ventanilla contemplaba tus confusos pasos. Ya no llevabas bastón. Esta vez no ibas a dar un paseo. Tu destino era otro y yo no podía acompañarte como tantas otras veces, aunque ese fuera mi mayor deseo.

Tu sonrisa valió más que mil palabras y estabas tan guapa como siempre. Pero se nos escaparon demasiados momentos, perdimos muchas historias por el camino. También hicimos grandes cosas. Fuimos justas y sinceras. Ambas somos testigo. Formábamos un buen dúo. En la competición de parejas habríamos ganado por tu gran carrera. Fuiste grande y a tu lado yo siempre seré pequeña.

Prométeme que serás la lluvia que mojará mi rostro cuando me acuerde de ti. No quiero otro ángel a mi espalda si no lleva tu nombre y se apellida igual que tú. Dime que cuidarás siempre de mí. Tú siempre vivirás en los colores de mi arco-iris a contra luz.

Te hacías mayor, y yo crecía. Un par de direcciones diferentes por tomar. Dos personas en un mismo salón, gobernado por un viejo reloj. Aquel reloj no quería sacarle tarjeta roja al tiempo, decían. Yo sólo quería que tú siguieras siendo mi abuela por tan sólo unos infinitos instantes más.

Abuela


Loes

miércoles, 17 de agosto de 2016

Esta noche

Intuyo que la noche se abalanza sobre mí, rehén del frío y cómplice de la oscuridad. Enemiga de las luces, prisionera del silencio. Tras ella vienen tus brazos abiertos. Brazos que buscan mi cuerpo. Tus manos se extienden. Manos que echan de menos el suave tacto de mi piel. Tus labios sonríen tímidamente. Labios que aún llevan consigo el dulce sabor de mi primer beso.

Te miro a los ojos y descansas en mi mirada. El espacio que había entre nosotros desaparece y la distancia que nos separaba huye asustada. Porque ya no importa cuántas veces lo hicimos nosotros por miedo a fallar. Ya no importa cuántas veces nos fallamos. No importan las lágrimas. No importa el dolor. Ahora vamos a hacerlo diferente. Porque sabemos que importa, porque sabemos que es esencial. Posar las alas en el andén de nuestra historia y reafirmarnos. Tomar el próximo tren. No comprar billete. Escaparnos sin remordimientos.

Esta noche los semáforos no tendrán luces para nosotros. Esta noche el termómetro no tendrá grados para marcar. Esta noche tú eres mi luz. Esta noche yo soy tu abrigo. Iremos a ese columpio, donde dejábamos descansar nuestros sueños mientras nos elevábamos victoriosos en el aire. Un día se nos olvidaron allí. Nos fuimos sin ellos. Esta noche vamos a recogerlos. Será otra vez abril para nosotros. Taxímetro a cero. Campo preparado para que se juegue el partido. Esta noche volvemos a empezar. Esta noche somos destino.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Éxtasis efímero

No te diré que ya no volveré a pronunciar las letras de tu nombre entre temblorosas consonantes, con todas sus vocales perdiendo el equilibrio y cayendo de un ático al vacío. No te diré que la emoción desenfrenada ya no volverá a dominar mi cuerpo cuando pases por mi lado y no te vayas. No te diré que eres todo y cuanto yo más he deseado tener en mi vida, pero ya no. No te diré que me habría gustado ser quien durmiera en el lado izquierdo de tu cama, quien se sentara en la mesa de tu cocina para desayunar, pero ya no lo seré. No te diré que en invierno habría querido compartir mi porche contigo, y en verano, mudarnos a la suite de un hotel. No te diré que mi ilusión me abandonó en el último tramo de carretera, porque tú ya te habías bajado del coche antes sin ni siquiera avisarme, y yo no quise darme cuenta. No te diré que el dolor me mató en vida, que el recuerdo de tu voz era afilado y desgarraba con creces mi alma, porque eso ya ha pasado. No te diré que verte y besar tu sonrisa en sueños siempre me fue insuficiente, hasta hoy. No te diré que ya no pienso que estés hecho a mi medida. No te diré que cuando tocas tu guitarra viajas al mundo de los inmortales y allí te quedas, porque ya no. No te diré que a pesar de todo ya no querré ir en coche a Barcelona y volver el mismo día, nunca, ahora que no estás, ahora que parece que te has ido, porque ya eso se acabó. No te diré que esos viajes ya no tendrán sentido no porque cambie el lugar, sino porque ya no seas tú mi compañero de viaje, porque me niego a que sea así. No te diré que las canciones ya no son de amor ni las películas son románticas, porque no quiero creerlo ni lo voy a creer. No te diré que perdí la cuenta de los pañuelos que tiré tras envolver en ellos tus mentiras, porque eso ya no importa. No te diré que no me costó olvidarte, pero tampoco que me iba a merecer la pena vivir de la ilusión, de pensar que regresarías quizás por Navidad, o tal vez en mi próximo cumpleaños. No te diré nada de eso porque ya te lo he dicho.


 Tu cuerpo junto al mío y un puente tras nuestro abrazo,
Euforia pasajera haciendo infinitos mis bordes.
Tus canciones de amor y mis textos románticos,
Éxtasis efímero que se desvaneció al son del último acorde.


Y ahora que el dolor ya cesó su empeño en hacerme sangrar, ahora que las heridas ya parecen cicatrices. Ahora ya no eres tú, ahora soy yo. Ahora ya sobras tú, ahora importo yo.

La llama de mi mechero se apagó, pues quemaste tanto mi vida que me quedé sin gas. Ahora mi mechero es a prueba de piedras, y esta vez no correré el riesgo de quemarme con mi propio fuego. Ahora eres hielo. Y no me importa si te derrites.

Y aunque es cierto que te he perdido, es verdad que yo he ganado. Me he ganado a mi misma y la oportunidad de conocer a alguien que no se canse de encender sus cigarrillos con mi llama. Ahora estoy feliz, ahora que lo pienso... Es mi cumpleaños y yo ya no te deseo.


Loes

miércoles, 3 de agosto de 2016

Querida vida

Querida vida,

Nunca te he dado las gracias, pero siendo ahora sincera contigo, aunque sólo sea por primera y única vez en el tiempo que ya llevo vivido, tendré la honradez de decirte que siempre te estuve muy agradecida. Nunca me he sentado a mirarte de frente, a hablar contigo. Hoy vengo con la amplia voluntad de hacerlo. Con la preparada y barata escusa de disculparme por no agradecerte nunca el estar viva.

Es cierto que me has hecho muy feliz en innumerables ocasiones. Todavía recuerdo el primer aroma que me rodeó al nacer; el olor de mi madre. La sensación de estar protegida por sus brazos en todo momento. Las canciones de mi padre, las que escuchaba con atención hasta quedarme profundamente dormida. Mi abuelo. Su eterna sonrisa al verme. Los paseos hasta la estación en su compañía y el no querer volver nunca a casa. La tradición de darle maíz a las palomas del parque con mi tía cuando el reloj de la iglesia marcaba la hora punta. Las carreras en bicicleta con mi tío, incluso cuando mi abuela le gritaba desde el otro lado de la calle que me bajara de allí, que era muy peligroso. Casi tanto como mi ya fuerte carácter, con mis escasos cuatro años de edad.

Mi primer día de colegio. Mi primer amigo. Mi ahora mejor amigo. Mis amigos. Todos ellos. Algunos, con los que he compartido desde piruletas hasta cigarros. Desde zumos en los cumpleaños hasta copas de champagne en nochevieja. Otros, los que siempre han intentado convencerme de que no bebiera, que no fumara. Que volviera a ser la de antes, aunque ya entiendo que era sólo por mi bien. Por eso les hice caso y cambié. Pero todos, todos eran, son, mis mejores amigos. Con sus más y con sus menos. Con sus semejanzas y sus diferencias. Con sus virtudes y defectos. Los adoro. Gracias por regalármelos.

Entre ellos cabe destacar a María. Mi dulce María. Con la que siempre sobraron las palabras. A la que hablarle con la mirada siempre le bastó. La que siempre me aceptó como era. Mi ojo derecho. La que impide que me levante con el pie izquierdo de la cama cada día. Siempre protegiéndome, siempre llevándome de la mano. Mi pañuelo en los momentos de llanto, mi compañera en los ratos de risa. Mi hermana, aunque no de sangre. Mi hermana de alma. Mi más fiel compañera.

Pablo, el que aguanta mis constantes cabreos. El único que sabe mirar más allá de mi casi siempre insoportable temperamento. El único que ha dedicado catorce años de su vida a intentar comprender qué cosas malas y buenas pasan por mi mente. El que sabe qué me hace feliz, con quien lo soy. Mi siempre pequeño niño.

Gracias por mi primera bicicleta. Por mi primer beso. Por las escapadas románticas. Por los helados que me unieron más a él. Por las tardes de compras que me unieron más a ella. Gracias por las mañanas en el instituto, y gracias por las madrugadas en la playa. Gracias por sus ojos, por su sonrisa. Por sus abrazos y su compañía. Gracias por haberme dado la oportunidad de vivir todo eso, pero despacio, sin ser la estúpida de catorce años que pierde su virginidad con alguien de paso. Gracias por dejarme tener a los diecisiete años la oportunidad de dársela a quien la sepa apreciar de verdad. Gracias por no hacerme ser peor, ni tampoco mejor. Gracias por hacerme ser diferente. Gracias por todas las veces que me hiciste caer, hasta que al fin aprendí a levantarme por mí misma. Por todas las veces que tuve que fallar y después volverme a equivocar, hasta que acerté de lleno. Gracias de verdad, por mantenerme viva sin pedir nada a cambio.

Sin embargo, no voy a tener la decencia de callarme que aún tengo motivos de sobra por los que seguir odiándote. Entre mis razones por las que odiarte están las noches en vela, el llanto sin consuelo. Las respuestas que siempre me fueron dadas de antemano sin antes lanzar un por qué a modo de pregunta. Las preguntas, que por el contrario, quedaron sin respuesta. Las personas que perdí por mi orgullo. Las personas que se fueron por nunca dar mi brazo a torcer.

Hoy vengo a decir la verdad. Y la verdad es que te odio. Te odio con todas mi fuerzas por arrebatarme la ilusión, por desgarrar mi alegría. Por hacer que me enamorara de aquel cabrón aquel día, hace años, tal vez meses. Por hacer que despreciara a quien tan sólo me quería. Por ilusionarme tantas veces sin motivo, por soñar más de la cuenta. Por hacerme sufrir tanto como ahora lo estoy haciendo. Por no echarme el freno cuando estaba dando rienda suelta. Por no empujarme cuando el viento me frenaba. Por hacer que ahora me esté enamorando de él. Yo no quiero, pero a ti eso te da igual. Tú te impones fuerte y decidida a mis deseos. Según tú, yo tengo la obligación de ser de él, pero no el derecho de que él sea mío. Te odio porque eres injusta. Porque no sólo juegas en tu campo. Porque también lo haces en el mío. Porque los balones que echas fuera se convierten en balones perdidos. Porque me haces arriesgar por alguien que ni siquiera sé si piensa en mí de la misma forma. Por no darme tregua ni una sola noche. Por hacer que le quiera todos y cada uno de los días de mi vida.

Te odio tanto porque me haces ser tan frágil. Tan tímida. Cuando siempre he sido fuerte. Te odio porque me pones la valla cuando quiero avanzar. Porque pones la piedra en el camino cuando sabes que voy a correr por él. Te odio tanto que incluso, y sólo a veces, he llegado a pensar que la muerte es mejor compañera que tú. Y aún así, siempre mantendré la esperanza de que algún día, sea como fuere, me demostrarás lo contrario.

Loes

lunes, 1 de agosto de 2016

Aquellos días de noviembre

Estaba quieta, rechazando la idea de sentarme, esperando algo, o tal vez alguien, que ahora mismo mi memoria no alcanza a recordar. Entonces te vi. Tú pasaste por mi lado y te reconocí. Desde antes fueron tus ojos los que me desvelaron que eras tú, pues saludaron en la distancia a los míos. Fue entonces cuando mi mirada buscó la tuya, y la encontró sólo fugazmente. Te fuiste demasiado pronto. Me dejaste atrás, y yo, tan típico en mí, primero dudé y después decidí vulnerablemente dejarte marchar. Una vez más.

Hace cinco años que perdí la suerte de poder escuchar tu voz al filo de mi cuello, de sentir tus brazos al borde de mi espalda. Me permití volver a aquellos días aunque sólo fuera una vez más, y aunque sólo en mis sueños. Noviembre era tan frío como yo lo recordaba. Tú estabas como siempre y sin embargo creo que esta vez me gustaste aún más que la primera. Por aquel entonces ni tú ni yo creíamos en que el destino nos fuera a separar. No estábamos equivocados. De eso ya me encargué yo. Yo, siempre tan estúpida. Siempre llevándole la contraria a mi pobre corazón. Pidiendo más de lo que tenía. Soñando con lo que en realidad no deseaba tener.

Viví en mi mente una vez más ese primer beso, pero he de admitir que esta vez me supo amargo. No sé si será por el sentimiento de culpa o por las ganas de matarme por tenerla. Tal vez ambas cosas. Detrás del beso se acumularon a golpes como coches en una caravana todos los demás recuerdos. Esa vez que permanecimos dos horas abrazados sin mediar palabra, los otros besos a media voz, los paseos hasta mi casa cogidos de la mano, el collar que me regalaste ahora escondido entre mis viejos cajones. Me tomé la libertad de jugar mis cartas a mi antojo, sin pensar en las consecuencias, y por eso te perdí.

Tal vez esto me lo tomo demasiado en serio, quizás no sea para tanto. Pero no me importa. Porque te quería como a nadie y no era consciente de ello. Porque fue así y no quiero seguir siendo tan cobarde como para callármelo más tiempo. Mi error no fue estar contigo, ni hacerte promesas que nunca cumplí. Mi error fue quererte demasiado y no darme cuenta de ello. Amarte en sueños y olvidarte al despertar. Soñarte en silencio y callarme en voz alta.

Lo sé, éramos unos críos. También sé que no llegaste a sentir tanto como para seguir recordando hoy mi nombre. Pero yo sí lo hice, créeme. Y cometí contigo todos los errores de mi vida, y me equivoqué cuantas más veces quise acertar. Y dejé que el tiempo pasara y sin estar a tu lado. Y me mataría por ello. De verdad que quiero hacerlo. Porque odio esta situación. Porque odio sentir tanto, porque odio sentir tan fuerte. Porque odio querer más de lo que debería. Porque no me gusta echarte de menos ahora. Porque debería haber luchado por ti aquel día y hacer que te quedaras conmigo cuando tenía la oportunidad de hacerlo.

Tenía los ojos cerrados y mi mente soñaba. Me desperté un veintinueve de noviembre y vi tu sonrisa. La echaba tanto de menos... Escuché tu voz. Fui feliz un segundo. Luego volviste a pasar por mi lado. Y te volví a dejar marchar. Y lo cierto es que no sabes cuántas veces me ha pasado esto. Cuántas veces te he soñado y cuántas otras te he dejado marchar. Supongo que mi debilidad siempre fue impedir que lo hicieras. Supongo que contigo la valentía se escapa de mis manos. He crecido y las cosas han cambiado. He aprendido muchas cosas y he mejorado en muchas otras. He olvidado y he conocido. Pero tú, tú siempre vas a ser imborrable, intocable, eterno.

Ahora

Ahora que el sol juega al escondite y de pronto se va,
ahora que la luna les roba el protagonismo a las estrellas,
las farolas alumbran al borde de las calles,
y las luces de discoteca deslumbran al filo de la carretera.
Ahora que las voces ya no gritan,
la calma recupera la incondicional compañía del silencio.
Ahora que la mirada ya no se esconde tras unos ojos cerrados,
la realidad se escapa irremediablemente del sueño.
Ahora que tengo la voluntad de regresar cinco minutos a mi pasado,
ahora que no tengo miedo y no me escondo de mis recuerdos,
regresa veloz a mi mente tu nombre antes olvidado,
cual tren que llega tarde a su última parada de metro.
Ahora que ya no eres tú quien besa mis labios,
ya no sé dónde volveré a encontrar tales besos.
Ahora que nadie camina de vuelta a casa a mi lado,
ya no estoy tan segura de si volver a ella debo.
Ahora que no cuentas los lunares de mi cuerpo,
ahora que ya abandonaste tu viaje en la geografía de mi espalda,
recuerdo tu cara acercándose sutilmente a mi almohada,
y sigo sin arrepentirme de haberte dejado ser el primero en hacerlo.
Ahora que tus manos no invitan a mi ropa a abandonar mi piel,
ni siquiera sé si me gustaría más volver a estar desnuda.
Ahora que tu silueta ya no sigue a mi sombra hecha de papel,
desearía volverme y que estuvieras ahí para abrazarte como nunca.
Ahora que me lanzo a la calle sin control alguno por controlarme,
buscándote entre callejones aun sin saber dónde podré encontrarte.
Ahora que las palabras escapan de mi boca cual loca gritando,
cuando no puedo callarme cuánto todavía te sigo amando.
Ahora que las frías copas de alcohol ya no pueden calentar mi cuerpo,
ahora que el humo de mis cigarrillos no puede calmar mi respiración acelerada,
ahora que ni los libros pueden apartar mis pensamientos de ti,
cuando busco en cada página una sola razón por la que no quererte mañana.
Ahora que echo tanto de menos tu voz entrecortada en mi oído,
mis lágrimas de alegría impactando contra el contorno de tu pecho.
Las tardes de invierno riendo en los bancos de los parques,
las noches de verano besándonos en los lugares sin techo.
Ahora que ha pasado tanto tiempo y que tengo el suficiente valor para recordarlo,
ahora que todo lo he perdido y apuesto por volver a ganarlo.
Ahora me atrevo a decirte que nunca fue "ahora",
que siempre fue "siempre" y "todos los días".
Ahora que moriría por volver a tenerte de nuevo en mis brazos,
ahora que la valla ya no frenará mi mortal caída.
Te digo que mis pasos seguirán siempre tu camino,
te digo que estaré siempre recordando una vida a tu lado aun sin haberla vivido.


sábado, 23 de julio de 2016

El invierno te trae de vuelta

Son las diez de la mañana. Salgo de mis sueños y posteriormente de mi cama. Con dificultad, pues estoy aturdida al despertar, me pongo mis zapatillas, esas que tienen forma de oso y que compré intentando ganarme a la niña que aún llevo dentro. Con costosos pasos consigo llegar a la cocina. Decido preparar té, porque el café ya lo aborrezco desde hace algún tiempo. Desde que te llevaste su olor contigo al marcharte.

La lluvia azota con furia el cristal de la ventana. Fuera, el frío amenaza con congelar todo lo cálido, de la misma forma que lo hace conmigo aquí dentro. Debo asumir que comienza otro día para acabar de la misma forma que todos los demás. Vuelve a hacer frío. Vuelve a llover. Nada va a cambiar. Es invierno y el sol no me quema. Las persianas siguen estando mal bajadas y la puerta permanece firmemente cerrada. La leña encendida y el fuego de nuestro amor hecho cenizas.

Pero es en invierno cuando los recuerdos amenazan con volver a mi mente. Cuando sueño con que nada hubiera terminado, que sólo hubiera pasado y aún hoy siguiese pasando. El invierno te trae de vuelta. El invierno me trae de vuelta el sabor amargo de tus besos confundidos, el roce de tu piel indecisa, el aroma de tu fugaz compañía, la dulzura de tu voz pasajera y el recelo de tu mirada soñadora. Pero todo son recuerdos.

Yo no decidí que te marcharas, y nunca lo hubiese querido. Hubiese deseado que hubieras sido un amor de verano. De esos que se encuentran en la playa y que hacen que el sol haga que tu castaño oscuro se torne a un rubio inconfundible, y no es una tontería. Hubiera querido perderme contigo entre las olas y ni siquiera pisar la arena del fondo. Tocar fondo contigo como la primera opción. Llegar hasta el final y perder la razón.

Pero el verano quedó ya muy lejos y el invierno es lo que me queda. Es cierto, te marchaste y no volverás. Lo recordaré y volveré a convencerme de que no hay reparo alguno, como hago cada invierno. Otro más. Otra vez más. Me tomaré el té. Pasaré el día viajando al pasado y quizás esta noche, mientras yo duerma después de horas de intento, tú también me recuerdes fugazmente por primera vez en mucho tiempo.


Loes

jueves, 21 de julio de 2016

Mi guitarrista

Iluminaba una triste farola la oscura calle por la que yo caminaba. Respiraba mi espíritu tras las cadenas encomendadas por mi alma. Soñaba mi corazón con encontrar una salida de puerta grande. Campos y flores que reinaran en él. Pájaros que hicieran de reyes. Un sol que cantara mil canciones y una luna que recitara diez poemas cada noche. Pero la luna es testigo del llorar del mar, y no le hace falta decir nada para hablar de él. Por eso, quien recuerda la luna, recuerda el mar. Por eso, si me acuerdo de la sombra de la luz de aquella farola, me acuerdo de la primera vez que te vi.

Un primer acorde de tu guitarra fue lo primero que me hizo saber de ti. Un par de quejíos flamencos para acabar. Y si era cierto que estaba triste, en ese momento volvía a ser feliz. Y si era verdad que en los días de invierno la lluvia reinaba en el cielo, confiaría en que alguna vez saldría el sol. No me habías mirado a los ojos y ya soñaba con tu mirada. Sería tan irónico bailar ballet en la playa, como asegurarte que desde esa noche te empecé a querer. Puedes tomar las ironías o puedes dejarlas pasar.

Lo que sé seguro es que mi camino estaba en ti, y no me preguntes si soñaba. Porque tú implicas sueño. Tú alejas la realidad de mí. Como un artista que se deja los ojos en los mejores cuadros, tal vez como un suicida mira por última vez su puente. Así me hacías sentir. Tan cerca, pero a la vez tan lejos, como diciembre y enero.

No sé si podrías comprender que tú eres mi salida, mi campo con flores que reinan en él. Donde los pájaros hacen de reyes. Donde el sol canta mil canciones y donde la luna es aun más bella. No sé si sabes, que tal vez debería aprender a tenerte menos ganas.

Pero, te aseguro, tu guitarra te lleva ventaja. Cuando eres tú el que canta, sólo es música, y no soy yo la que te inspira. Escucha a tu guitarra cuando la tocas. Ella sabe que en ese puzle falta una pieza, y quizá no la menos importante. Está en ti descubrir de qué se trata. Está en ti seguir los consejos de tu música. Porque habla por ti. Porque tal vez todavía eres feliz sin mí, pero hoy tu guitarra tiene tristes los bordones.



sábado, 9 de julio de 2016

Yo seré ella

Me resulta abrumador pensar que hay algo más allá de tu risa. Me es esencial intentar encerrarme tras las rejas de tus ojos y hacerme dueña de tu cautiva mirada. Mis sueños giran en torno a ti y mi alma te sigue sin un camino definido, sólo siguiendo a la tuya.

Cuéntame tus miedos. Cuéntame tus fantasías. Quiero escuchar tus historias, quiero oír tu risa y calmar tu llanto. Sé que a veces es muy difícil andar sin encontrar un banco donde sentarte. Sé que a veces es complicado esperar tu turno cuando eres el último de la fila. Estamos hablando de los caprichos de la vida. Sé que cuesta tener el valor, la fuerza, el coraje suficiente. Pero sé quien eres. Te conozco muy bien. Y sé que tú puedes con las mil tormentas que se te pongan delante.

Yo, sin embargo, no estoy tan lejos de la debilidad. A mí me haces falta tú. Lo que me queda es seguir tus pasos, confundirme entre la gente al caminar y confiar en que estarás al final de la calle esperándome con los brazos abiertos, y que para cuando yo llegue, aún no te habrás ido.

Me escondo entre brumas y no soy capaz de salir a llamarte. Le doy la mano a mi cruel destino y me dejo llevar por los senderos hacia donde me guía. Nunca estás. Nunca te cruzas. He de esperar, o tal vez he de buscarte. No, no me atrevo. No sé qué quieres, no sé si te costará recordar mi nombre o si quizás te acordarás de mis apellidos.

Una vez dijiste que deseabas tener un compromiso, una de esas chicas que te mire a los ojos cuando hables, que entienda tu mirada y no se pierda en tus palabras. Una mujer que comparta tus miedos, si los tienes, y que ría tus gracias. Que te acompañe en tus paseos nocturnos de calle en calle y que cambie los semáforos en rojo al verde de tus ojos.

Tal vez haya millones de mujeres así, y probablemente miles de ellas se crucen en tu camino. Pero, créeme, yo seré la primera, y no perderé el autobús. Tal vez vaya en tren. Pero seré la primera en cruzarme contigo. Una vez me dijiste que te enamorarías de la mujer que comprendiera que amarte era en serio y para siempre. Yo seré ella.


martes, 5 de julio de 2016

Mi estrella

Llegaste y te fuiste. Un pensamiento fugaz, instantáneo. Apareciste y desapareciste. Sin tiempo para reconocerte, pero tampoco para olvidarte. Pasaste como una estrella fugaz.

No pude verte claramente, tu presencia se desvaneció en un instante y sólo me quedó vivir del vago recuerdo que tengo de ti. Un recuerdo demasiado bello para ser real, demasiado increíble para ser de este mundo. 
Claramente esa noche no fue igual que las demás, tú cambiaste algo en aquel lugar vacío, dónde sólo se conocía la oscuridad.

Durante el corto tiempo que iluminaste aquella noche me hiciste la persona más feliz, sin duda no volví a ser la misma desde entonces, algo se encendió en mi interior y me enamoré perdidamente de tu figura.

Capturaste mis cinco sentidos y te hiciste creador y dueño del sexto. Alguien sin identidad que se mudó al ático de mi alma sin siquiera saberlo. Alguien del que todos hablaban cuando me preguntaban por la razón de mi ilusión repentina, aquella que dejaba huella en mis labios y marca en mi corazón.

Y tal vez confundí ser tu amiga con amar, pues eras mi fiel amigo, y quizás confiabas en que nunca me enamoraría de ti. Pero esa noche, y espero que me entiendas, por un par de segundos y un instante, observé detenidamente tus ojos, y por primera vez, me sentí parte de aquel azul. Espero que comprendas, que esa noche yo me sentí viva en tu mirada.

Que si me dabas la mano y caminabas, yo desplegaba mis alas y volaba. Que si te acercabas a mi cuerpo, éramos capaces de compartir el respirar, y eso me bastaba. Sentir tu respiración y notar tu cuerpo al lado del mío era motivo más que suficiente para estar a salvo del llanto, de la desesperación, de todas aquellas cosas que pasaban por mi mente cada vez que tú no estabas conmigo, a mi lado, esperando que me fuera, o tal vez que me quedara para siempre un poco más; lo que yo hubiese querido.

No sé, quizás esa noche soñé demasiado con tu nombre. Quizás no me quisiste tanto, y tal vez yo te quise un poco más de lo normal y siempre más que suficiente. Esa noche te sentí demasiado cerca. Me sentí tuya y quise hacerlo realidad. Que te enamoraras de mí era un sueño tan bonito como inalcanzable. Quise intentarlo, demostrarte que podía ser alguien más para ti, que podía darte aquello que no tenías y enseñarte todo aquello que aún no conocías.

Esa noche, por un momento, fuimos el uno del otro, aunque tal vez sólo fuese así en mi cabeza. Ahora quisiera decirte la verdad, que ser tu amiga me supo siempre a poco y que me encantaría ser mucho más. Que ojalá todas las noches fuesen como aquella y que por favor te quedaras conmigo y me besaras como nunca jamás. Pero lamentablemente creo que ya es demasiado tarde. Tu figura ya no se distingue entre las demás estrellas y la estela que en el cielo dibujabas no volverá a guiarme.

Es hora de despertarme del sueño, y bueno, dejar de mirar al cielo y mirar sólo una vez, sólo un minuto, el suelo que bajo mis pies me indica mi nuevo camino, uno más, para llegar a mi nuevo destino, otro más. Y quizás algún día vuelvas a cambiar tu ruta, quizás vuelvas al mismo punto del cielo donde nos conocimos por primera vez y nos hicimos amigos, o tal vez donde yo me enamoré de ti. Tal vez tú lo hagas algún día, o no. Sea lo que sea, lamento que para cuando regreses, yo no estaré aquí para pedirte un deseo.

Puso la mano en el espejo y se...

La niña de mis recuerdos
Puso la mano en el espejo y se enfrentó a la imagen de una niña, tan fiel a su sonrisa.
Ella era tan grande como sus sueños, y tan fuerte como sus ganas de alcanzarlos. Adoraba caminar por aquel puerto. Qué bonita que era la vida, y qué hermosos los pájaros que surcaban los cielos reflejados en el mar.
Era ella porque un libro en sus manos se convertía en tesoro. Qué desafortunados aquellos que no andaban con sus zapatos. Qué envidiosos debieron ser, de haberla conocido.
Ella no era perfecta, pero por Dios que era admirable. Qué bonito momento, cuando la brisa del viento invitaba a las hojas de los árboles a bailar. Qué maravillosa danza, aquella que se sustentaba de su propia melodía.
Quitó la mano del espejo y aquella niña regresó a sus recuerdos, dejando el imborrable reflejo de una mujer.
                                                                                                                                              

                                                                                                                                                    Loes


Aquel niño
Puso la mano en el espejo y se aseguró de que aún conservaba aquellos recuerdos teñidos de blanco y negro.
Fiel amiga de aquel niño, su razón de ser se forjaba de su mirar, y su alma se regocijaba en su sonreír.
Y su barco, tan compañero de las olas del mar. Con él, aquel niño partió un día, hacia ninguna parte, rumbo hacia ningún lugar. ¿Cuál era la razón de su llorar?  Sin embargo, él de ella se olvidaba, y ella, a ratos, solía no poder olvidar.
Aquel niño que un día se decidió a navegar, en un hombre se convirtió. Tal vez conservaba su mirada, o quizás hubiese cambiado su forma de caminar.
Aquel mismo hombre, que detrás de ella estaba, le apartó la mano del espejo, la acogió entre sus brazos, y su eterno beso se reflejó tímidamente en el nostálgico cristal.

                                                                                                                                                    Loes



En el mundo de los soñadores
Puso la mano en el espejo y se decidió a apostar, porque el reflejo de sus ojos le devolvía algo más que su soñadora mirada, porque en la historia de su guerra había páginas en blanco para muchas batallas más.
Porque la luz del sol es infinita, y porque la luna es testigo del llorar del mar.
Incluso antes de arriesgar, él ya caminaba por las mismas calles. ¿Por qué no probar ahora el besar bajo la lluvia? ¿Por qué no perderse ahora en una pequeña ciudad?
Si mil noches son de sueños, sólo una es de tormenta. Y si sonara música, él se pondría a bailar. Posiblemente acompañaría a alguna bailarina, y tal vez la invitaría a un par de copas en algún boulevard.
Porque en el mundo de los soñadores todo vale. Porque los soñadores, sólo soñando, ya saben que pueden ganar.

                                                                                                                                                    Loes